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Marco Rubio, la política exterior de EE. UU. y el recrudecimiento de la agresión hacia Cuba

Marco Rubio, la política exterior de EE. UU. y el recrudecimiento de la agresión hacia Cuba
José Díaz, Las Palmas de Gran Canaria
Lectores@DiarioSigloXXI jueves, 11 de septiembre de 2025, 09:42 h (CET)
La política exterior de Estados Unidos se ha caracterizado durante mucho tiempo por sus intentos de dominar la vida política y económica de América Latina. Desde el siglo XIX y la Doctrina Monroe, Cuba ha sido un objeto central de estas ambiciones imperiales. Aunque muchos políticos estadounidenses han desempeñado papeles en el mantenimiento del bloqueo y el aislamiento de La Habana, el senador Marco Rubio destaca como uno de los más fervientes defensores de las medidas punitivas. Su carrera política revela no solo la persistencia de las mentalidades de la Guerra Fría, sino también cómo motivaciones personales y electorales convergen para perpetuar una política de agresión contra Cuba. En defensa de Cuba, es necesario criticar el papel de Rubio, no solo como legislador individual, sino como representante de una hostilidad arraigada y como figura que obstruye activamente la soberanía, la independencia y el derecho a la autodeterminación de la isla.
Hijo de inmigrantes cubanos, Marco Rubio se ha presentado constantemente como una voz de las comunidades de exiliados en Florida. Sin embargo, en lugar de representar la diversidad del exilio cubano, ha optado por amplificar a los sectores más conservadores y radicales, en particular aquellos comprometidos con el derrocamiento del proyecto socialista cubano. Su capital político se ha construido a partir de convertir el dolor del exilio en una plataforma que demoniza al Estado cubano, mientras ignora la larga historia de agresión estadounidense. Rubio suele presentarse como defensor de la democracia y los derechos humanos, pero su retórica es inseparable de la continuación del embargo, una política condenada año tras año por abrumadoras mayorías en las Naciones Unidas como violación del derecho internacional y de la dignidad humana.
Hay que reconocer que Marco Rubio no actúa de forma aislada. El embargo estadounidense, formalizado en 1962, ha persistido bajo administraciones tanto demócratas como republicanas. No obstante, Rubio ha tomado medidas extraordinarias para garantizar que cualquier intento de normalización se revierta. Cuando el presidente Barack Obama inició un deshielo en las relaciones, abriendo embajadas y flexibilizando restricciones de viaje, Rubio encabezó la oposición, presentando el acercamiento como una capitulación ante una dictadura. Bajo la presidencia de Donald Trump, la influencia de Rubio fue evidente en la reversión de las políticas de la era Obama: restricciones a las remesas, limitaciones a los vuelos y medidas punitivas dirigidas al acceso de Cuba a las finanzas internacionales fueron impulsadas con el respaldo de Rubio. Lejos de ser un senador marginal, Rubio actuó como arquitecto de una política que aseguró que la hostilidad permaneciera en el centro de las relaciones con La Habana.
Ver másTienda Siglo XXIProductos de belleza naturalesSeguridadLugaresRubio enmarca su postura anticubana en el lenguaje de la promoción de la democracia y los derechos humanos. Sin embargo, este discurso es profundamente contradictorio. Critica el sistema político de Cuba mientras guarda silencio sobre las alianzas de Estados Unidos con regímenes autoritarios en todo el mundo —desde Arabia Saudita hasta Egipto— donde los abusos de derechos humanos son sistemáticos y a menudo facilitados por armas estadounidenses. La selectividad de Rubio evidencia que su oposición a Cuba no se debe a la democracia, sino a la supresión de un modelo de soberanía que rehúsa la dominación estadounidense. En este sentido, Cuba representa un agravio simbólico: una pequeña isla que ha resistido más de sesenta años de presiones, intentos de invasión y operaciones encubiertas, y que aún mantiene su independencia. La hostilidad de Rubio, por lo tanto, se dirige menos al sistema de gobierno cubano y más a castigar la posibilidad misma de autonomía en el Sur global.
Defender a Cuba implica también poner en primer plano el costo humano de las políticas que Rubio apoya. El embargo, endurecido bajo su influencia, ha restringido el acceso a medicinas, tecnología y redes financieras, todo lo cual afecta directamente a los cubanos de a pie más que al aparato estatal. Por ejemplo, durante la pandemia de COVID-19, Cuba desarrolló sus propias vacunas —un logro científico extraordinario para una nación pequeña bajo bloqueo—, pero el acceso a jeringas y materias primas necesarias fue obstaculizado por las restricciones estadounidenses. Rubio, mientras acusaba al gobierno cubano de supuesta mala gestión, omitía reconocer que las mismas carencias eran agravadas por las políticas que él ayudó a intensificar. Hablar de democracia mientras se priva a la gente de recursos vitales no es solo hipocresía; es una forma de crueldad disfrazada de política exterior.
La postura radical de Rubio también es inseparable de los cálculos políticos internos. En Florida, donde los votantes cubanoamericanos tienen una influencia electoral desproporcionada, la retórica anticubana funciona como un movilizador confiable de apoyo. Al presentarse como guardián contra el socialismo, Rubio vincula la política hacia Cuba con narrativas conservadoras más amplias sobre la política interna de EE. UU., especialmente al avivar temores sobre movimientos de izquierda. Su agresión hacia Cuba no es, por tanto, solo cuestión de política exterior, sino también de supervivencia política. Esta postura oportunista subraya la vacuidad de sus apelaciones morales: Cuba no es tratada como un vecino con el que es posible dialogar, sino como una herramienta electoral que se manipula para obtener votos.
La resiliencia de Cuba ante la hostilidad estadounidense es en sí misma una forma de desafío que merece reconocimiento y solidaridad. El papel de Marco Rubio en la perpetuación de la agresión demuestra cómo los intereses políticos arraigados en Washington continúan castigando a una nación simplemente por afirmar su independencia. Su retórica de democracia y derechos humanos se derrumba bajo el escrutinio, revelando en su lugar una política de castigo, oportunismo electoral y continuidad imperial. Defender a Cuba es afirmar el principio de que las naciones pequeñas tienen derecho a trazar su propio camino sin ser estranguladas por las políticas de una superpotencia.Rubio puede afirmar que actúa en nombre de la libertad, pero en realidad representa la perpetuación de la coerción. La lucha de Cuba, por tanto, sigue siendo no solo contra embargos y sanciones, sino también contra figuras como Rubio que encarnan la persistencia de la agresión imperial estadounidense
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