La crisis estalló en este mes de septiembre, al ver como los “Nepo Kids” los hijos de altos funcionarios y políticos nepalíes en redes sociales hacían ostentación de su estilo de vida, cuando gran parte de la población está sumida en la pobreza y azotada por el desempleo. La “gota que colmó” el vaso fue la decisión del gobierno nepalí de prohibir una serie de redes sociales: Facebook, Instragram y Whatssap, llevando al “Movimiento Generación Z” como se autodenominan los jóvenes que protagonizaron la rebelión civil, a salir a las calles. En el intento de asaltar el parlamento, la policía abrió fuego y se estiman que unas 19 personas perdieron la vida. La violencia se extendió en todo el país.
Por el Dr. Jorge Alejandro Suárez Saponaro
Especial para LA POLIS. Desde Buenos Aires.
Las calles de Katmandú – capital de la nación del Himalaya – reina una tensa calma, mientras el ejército junto a la policía realizan patrullas y hay toque de queda. Los jóvenes fueron los grandes protagonistas del estallido social que costó la vida a 29 personas y la dimisión del primer ministro Sharma Oli como de gran parte del gobierno (una coalición entre el partido comunista y el centro izquierdista Congreso Nepalí). La India sigue con atención los acontecimientos de Nepal, dado su valor estratégico y por el acercamiento que tuvo el primer ministro saliente con Pekín.
La decisión del gobierno de prohibir 26 plataformas de redes sociales, como Facebook, X, Youtube o hasta el mismo Whatssap, para “evitar la propagación de noticias falsas”, la sociedad lo interpretó de otra manera y el sector más joven de la población lo consideró una deriva autoritaria y un mecanismo para coartar la libertad de expresión. El desempleo juvenil alcanza el 20% y la pobreza afecta a un cuarto de la población nepalí. Existe un sentimiento de frustración por la falta de oportunidades. El lunes 9 de septiembre ante la ola de indignación popular, el gobierno dio marcha atrás con la medida. La muerte de manifestantes aquel fatídico día impulsó aún más el malestar social. La sede del partido del Congreso Nepalí, aliado del gobierno, fue incendiado como la vivienda del ex primer ministro del citado signo político, Sher Bahadur Deuba, mientras una turba enardecida sacaba por la fuerza a su esposa Arzu Rana Deuba, también política y ex ministra de Relaciones Exteriores. Los ataques vandálicos afectaron al Parlamento, un complejo de oficinas públicas y la sede de la Corte Suprema. El caos permitió que millares de reclusos en cárceles de la capital huyeran.
Un hecho que causó conmoción y fue noticia en todo el mundo, en las horas que Katmandú fue un caos, fue el incendio de la casa del ex primer ministro Jhalanath Khanal, donde su esposa Rajyalaxmi Chitrakar, murió después de que los manifestantes incendiaran su casa. El vice primer ministro y ministro de finanzas, Bishnu Prasad Paudel, fue perseguido por las calles por manifestantes que lo patearon y golpearon.
Gyanendra. El último rey de Nepal.
El país se encuentra sin un gobierno, existe un vacío de poder, lo que genera preocupación dentro y fuera de Nepal. Mientras tanto, los grupos juveniles (especialmente estudiantes) que encabezaron las protestas agrupados en el Movimiento Generación Z, señalaron en un comunicado: «De cara al futuro, creemos que los futuros líderes de Nepal deben estar libres de afiliaciones a partidos políticos arraigados, ser totalmente independientes y ser seleccionados en función de su competencia, integridad y cualificaciones». En este clima de incertidumbre cobra importancia la figura del alcalde de Katmandú – Balen Shah – hizo llamados a la moderación y al diálogo nacional.
Los reclamos se centran en garantizar la libertad de expresión, donde las redes sociales juegan un rol preponderante y el fin de las prácticas corruptas. La falta de oportunidades, obligan a millares de nepalíes a emigrar a otros países, especialmente en el Golfo Pérsico, Corea del Sur y Malasia. Se estima que unos 2.000 jóvenes abandonan por día el país en busca de mejores oportunidades fuera de Nepal.
La pobreza no solo afecta más del 25% de la población, sino que estamos frente a un país con acusados niveles de desarrollo, como evidencia el Índice de Desarrollo Humano, que coloca a Nepal en el puesto 146 de 193 países relevados (en comparación con países asiáticos, solo supera en pobreza y subdesarrollo a Nepal, Afganistán). La inseguridad alimentaria afecta al 20% de la población. Uno de cada cuatro niños menores de cinco años aún se ve afectado por problemas de crecimiento. A pesar de los avances en las mejoras de la expectativa de vida de la población, el sistema de salud sigue arrastrando problemas que afecta especialmente a las poblaciones rurales. Aspectos culturales, son también un factor que condiciona el desarrollo del país, donde la práctica de la división por castas continúa, la brecha de género. El Banco Mundial señaló en un informe de 2024, que el 20% de la población nepalí está en situación de pobreza extrema, situación que permanece inamovible desde hace más de diez años.
El interés de Nueva Delhi por la situación que vive Nepal, se debe a su posición geográfica. Este pequeño país enclavado en las montañas, limita con dos poderosos vecinos, no solo por su peso económico a nivel global, sino por ser los más poblados del mundo (China e India).
En los últimos años, Pekín tiene un papel relevante en el desarrollo económico de Nepal, especialmente con inversiones en la construcción de complejos hidroeléctricos, incorporación de dicho país a la Iniciativa del Cinturón y la Ruta. El papel chino en la economía nepalí, se ve potenciado por la decisión del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de cancelar un proyecto de US$ 500 millones destinados al desarrollo de la red eléctrica nepalí. El enorme potencial hidroeléctrico del país, valoriza su posición geopolítica, ante India y China, cuyas economías en expansión demandan cada día más energía. En el caso chino, el desarrollo del sector energético nepalí se inserta con sus políticas en Tíbet, donde están en marcha ambiciosos proyectos de construcción de plantas de energía hidroeléctrica. Esto tiene también su impacto político, dado que Katmandú reconoce el control chino sobre la región tibetana, alejando cualquier fantasma de apoyo al gobierno en el exilio del Dalai Lama.
Primer Ministro Oli, que renunció en la crisis de septiembre de 2025.
India mantiene fuertes lazos culturales, históricos, de seguridad como económicos, que sin ninguna duda llevará a tener una mayor injerencia para que el vecino nepalí supere la crisis. En estos días, Katmandú tiene un vacío de poder y con instituciones sumamente debilitadas por una drástica pérdida de legitimidad. Las relaciones indo nepalíes han atravesado altibajos, por el creciente discurso nacionalista anti India, país que históricamente tuvo una fuerte influencia en Nepal, el bloqueo de fronteras por diferencias en materia de política comercial y el temor que Nueva Delhi a través de proyectos hidroeléctricos, perjudique los intereses nepalíes sobre el control de ríos y cuencas, junto con los condicionantes de vetar la compra de energía eléctrica producida por obras donde existan intereses chinos. En 2015, el primer ministro indio presionó abiertamente por la vigencia de la Constitución nepalí incluso impuso sanciones, agregándose la existencia de disputas por la delimitación de fronteras. El acuerdo de exportar energía a Bangladesh, forma parte de la estrategia nepalí de reducir la dependencia e influencia que tiene India. La crisis que atraviesa Nepal ante la caída del primer ministro Oli, abre las puertas para que Pekín como Nueva Delhi, intenten explotarlo a su favor. Esto pone en duda la tradicional política de no alineamiento y evitar que alguno de los dos poderosos vecinos incremente su influencia, condicionando aún más el limitado margen de maniobra externo de Nepal.
El primer rey nepalí Prithvi Narayan Shah.
Nepal: una nación entre “dos rocas”.
La República Democrática Federal de Nepal, es una nación que forma parte del subcontinente indio con unos 30 millones de habitantes y 146.516 km2. El idioma predominante es el nepalí y la mayor parte de la población es hinduista. Estamos ante un país multiétnico, con más de un centenar de grupos e idiomas. Históricamente su política estuvo condicionada por China e India, como lo definió en el siglo XVIII, el rey Prithvi Narayan Shah calificó a Nepal de «un ñame entre dos rocas».
Existen referencias sobre el Valle de Nepal, en los escritos indios de hace más de dos mil años. Buda nació en Lumbini, en el actual Nepal. Culturalmente el país estuvo vinculado a la llanura del Ganges. Hacia el siglo IV o V d.C. se instaló la dinastía Licchavi, de origen indio, que impuso su gobierno sobre una población mayoritariamente de otras etnias no indias. Entre los años 500 a 700 d.C se abrió el intercambio con Tíbet, con un intenso intercambio cultural, comercial y político. A partir del siglo VII se iniciaron los contactos con China, interrumpidos por los conflictos entre tibetanos y chinos.
La dinastía Malla (siglos X – XVIII) a diferencias de sus antecesores, extendió los códigos y valores brahmánicos a sus súbditos, que en su inmensa mayoría no eran de origen indio. En el siglo XV el rey Yaksha Malla dividió el reino entre sus hijos, dando origen a los principados Katmandú, Patan y Bhaktapur (Bhadgaon). Estos coexistían con otros principados menores ubicados en zonas montañosas del este y oeste del país, cuya existencia y autonomía dependía en gran parte de los delicados juegos de poder entre los principales estados nepalíes. En todos los casos estaban en manos de gobernantes indios. A principios del siglo XVIII, uno de estos estados, Gorkha (o Gurja) se impuso al resto de los principados y de la mano de su gobernante en 1769, Prithvi Narayan Shah, unificó el país y estableció la capital en Katmandú, dando origen a lo que hoy conocemos como Nepal. El proceso centralizador se vio limitado por las relaciones entre la elite gobernante y los liderazgos de los territorios periféricos del país, donde la autoridad central tenía una presencia limitada.
La política nepalí entre 1775 a 1851 estuvo marcada por los conflictos entre la familia real y poderosas familias nobles, llegando en diversas etapas que el rey tuviera un rol simbólico, cuando el poder real caía en manos de una poderosa familia, como el caso de los Rana (1846-1951), que no trajo estabilidad, sino más bien pugnas de poder, destacándose la ausencia de un sistema institucional sólido. Ello no impidió que el reino nepalí buscara expandirse, librando una serie de guerras China y el Tíbet (1788-1792), con el reino sij en el Punjab (1809), India británica (1814-1816), y nuevamente con el Tíbet (1854-1856), quedando el país reducido a los límites actuales. La presencia británica en India fue visto como una amenaza real, zanjada en parte por la familia Rana, por un acuerdo en el cual, la política exterior estaría orientada por Londres y habilitar el reclutamiento de soldados nepalíes – los célebres gurkas – para los regimientos británicos en India.
La poderosa familia Rana
La salida de los británicos de la India, en 1947, perjudicó la familia Rana y el rey Tribhuvan con apoyo popular y del nuevo gobierno de Nueva Delhi, derrocaron a esta dinastía que controlaba el puesto de primer ministro de carácter hereditario de hecho. En 1959 se formó el primer gobierno constitucional liderado por el Partido del Congreso, pero pronto entró en conflicto con el rey Mahendra (1955-1972) que derivó en la implantación de un régimen autoritario con la nueva constitución de 1962. Los principales líderes del Partido del Congreso fueron encarcelados. Así nació el régimen del Panchayat. Este sistema sin partidos políticos, con cuatro niveles de gobierno, formado por consejos locales, de distrito y regionales. Solo eran electos de manera directa los consejos de aldea. El Parlamento nacional, estaba formado por representantes de distintos sectores sociales, regionales y designados por el rey. En 1980, el rey Birendra, inició un tímido proceso de liberalización con la elección directa de los diputados del parlamento, manteniendo el sistema sin partidos políticos. Las protestas y la impopularidad del sistema, motivaron la apertura de los 90, permitiendo los partidos políticos, derogando la dura legislación de seguridad y fue designado como primer ministro Krishna Prasad Bhattarai, con participación de partidos de izquierda.
La insurgencia maoísta en Nepal
La inestabilidad política del nuevo régimen parlamentario, fue una pugna entre la monarquía, el gobierno parlamentario, el Partido del Congreso que controlaba el poder y la oposición de izquierda formada por el partido maoísta Partido Comunista de Nepal, que derivó en situaciones de violencia y abrió las puertas para la guerra civil. Los líderes de las organizaciones armadas fueron el Dr. Baburam Bhattarai y Pushpa Kamal Dahal, creando en las localidades que controlaban un nuevo gobierno.
KATHMANDU : FILE–Nepal’s Crown Prince Dipendra is shown in this Dec. 29, 2000 file photo. Crown Prince Dipendra opened fire Friday night, June 1, 2001, at the Narayanhiti Royal Palace, killing King Birendra, Queen Aiswarya and members of the royal family before shooting himself, according to military official Saturday, June 2. AP/PTI
En junio de 2001, fue noticia en todo el mundo la masacre de la familia real, en manos del príncipe heredero Dipendra, costándole la vida al rey Birendra y su esposa y a los hijos menores del matrimonio real. Bajo efectos de la droga y el alcohol asesinó a gran parte de su familia en el Palacio Real, para luego intentar quitarse la vida (estuvo en agonía por tres días). El hecho estuvo lleno de conjeturas e interrogantes. El hermano del rey muerto, Gyanendra asumió al trono, quién asumió poderes dictatoriales para poder lidiar con la rebelión maoísta.
Nepal’s King Birendra (C) and Queen Aishwarya (L) are seen in New Delhi in this January 25, 1999 file photo. King Birendra and Queen Aishwarya and other relatives have been assassinated in a shoot-out at the royal palace in Kathmandu it is being reported by the Nepali Times newspaper June 2, 2001 REUTERS/Kamal Kishore/File photo
La guerra civil costó la vida de 17.000 personas. El conflicto se caracterizó por innumerables atropellos a los derechos humanos. La insurgencia controló los espacios rurales, cercando al gobierno real en las grandes ciudades. En 2006 estalló una huelga general en todo el país, mientras que la guerrilla bloqueaba la capital. En noviembre de ese año hay un acuerdo de paz con auspicios de la ONU y los rebeldes se integraron en un gobierno de unidad nacional. La asamblea constituyente electa en 2007, abolió la monarquía y el país se convirtió en una república federal de corte parlamentario.
Renan Guevara Serrano Candidato a Doctorado en Estudios Estratégicos
Lo que está ocurriendo entre Irán e Israel no es una erupción espontánea del caos, sino una operación meticulosamente planificada. Israel, con el respaldo incondicional de Washington, ha lanzado ataques masivos que han devastado centros de investigación nuclear, infraestructuras críticas y viviendas civiles. No se trata de autodefensa. Son asesinatos selectivos. Y sin embargo, el coro mediático en Occidente insiste en vestir esta agresión con el ropaje del “choque de civilizaciones”o “el programa nuclear de Irán”.
No es una guerra en sentido estricto. Es una campaña de desmantelamiento, diseñada no para vencer a un enemigo militar, sino para quebrar la columna vertebral de un Estado soberano. Irán es castigado no por lo que hace, sino por lo que representa: una resistencia relativa, incómoda, al orden neoliberal regional dirigido desde Tel Aviv, Riad y Wall Street. Israel tampoco sale indemne. También sangra, también se desgasta. Porque en esta dinámica, la destrucción es un negocio. Cuanto más se arruina, más rentable se vuelve la reconstrucción… bajo condiciones impuestas, claro.
No se trata de ideología, religión ni seguridad. Se trata de capital. Los misiles abren paso a los contratos. Tras los bombardeos llegarán los tecnócratas, los fondos de inversión, los bancos del Golfo. No vendrán con tanques, sino con memorandos de entendimiento. Habrá promesas de “ayuda” y “modernización”, pero el precio será la subordinación económica, la pérdida de autonomía, la reconversión forzada. En nombre de la estabilidad, se sembrará dependencia.
Y eso, conviene decirlo con claridad, no es un accidente. Es el guión. Lo han hecho antes, y lo volverán a hacer. La tragedia es que muchos aún lo llaman paz.
El 12 de junio, Israel -armado hasta los dientes, financiado sin condiciones y diplomáticamente blindado por Washington- lanzó una ofensiva aérea masiva bajo el nombre de “Operación León Naciente.” Más de cien objetivos en Irán fueron alcanzados: instalaciones nucleares, fábricas de misiles balísticos, y las viviendas de altos mandos del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica. No fueron actos de defensa. Fueron ejecuciones extrajudiciales. Entre las víctimas hubo científicos nucleares y líderes militares, figuras centrales de la soberanía iraní frente a un orden internacional estructurado para mantener la supremacía occidental.
La respuesta iraní no fue un arrebato irracional, sino el ejercicio legítimo y calculado de su derecho a la autodefensa. Teherán ha estado ejecutando una ofensiva precisa y cuidadosamente calibrada con misiles y drones, que no sólo desbordó los sistemas de defensa israelíes, sino que logró lo impensable: perforar la tan glorificada Cúpula de Hierro y golpear con fuerza zonas estratégicas en pleno Tel Aviv. Fue una operación quirúrgica, no simbólica, que demostró capacidad técnica, soberanía operativa y voluntad política.
Pero esto no es un caso de destrucción mutua asegurada. No es locura. Es cálculo. Lo que se está llevando a cabo es una desestabilización meticulosamente gestionada. Irán no está siendo derrotado: está siendo atacado por negarse a arrodillarse. No es su amenaza nuclear la que enfurece a las potencias occidentales, sino su negativa a convertirse en otro Estado cliente y ejercer su soberanía.
En esta campaña no se busca la paz, ni siquiera la victoria. Se busca el colapso. La “reconstrucción” llegará después, ofrecida como caridad neoliberal por los mismos actores que financiaron la destrucción. Y si los iraníes se resisten a ser domesticados, serán presentados como fanáticos o terroristas. Es un guión viejo. Lo han hecho antes.
Llamar “incontrolable” a la actual escalada es confundir el escenario con el guión. Esto no es una crisis que se desborda; es la ejecución milimétrica de una estrategia. Y no fue concebida ni en Teherán ni en Tel Aviv, sino en los despachos de estrategia occidental y las oficinas de corretaje financiero del Golfo. La devastación que hoy azota tanto a Irán como a Israel no es producto del caos, sino de un agotamiento planificado. Ninguno de los dos Estados está siendo “derrotado” en el sentido clásico. Ambos están siendo drenados, desarmados, debilitados, no mediante diplomacia, sino mediante desgaste.
Esto no es una guerra para ganar o perder. Es una guerra para erosionar, hasta hacer desaparecer, los últimos vestigios de soberanía militar efectiva en Asia Occidental. Irán no se está colapsando: está siendo empujado, paso a paso, hacia un “nuevo orden regional” no impuesto por la razón, sino por la promesa condicionada de reconstrucción.
Las monarquías del Golfo -Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Qatar- se han presentado ante el mundo como las nuevas “fuerzas de moderación” en el conflicto. Se ofrecen como mediadores imparciales, gestores de reconstrucción y garantes de estabilidad regional. Pero sería ingenuo -o deliberadamente ciego- tomar este gesto por filantropía. Lo que se anuncia como ayuda es, en realidad, inversión estratégica. Quien financie la reconstrucción de la infraestructura iraní o la rehabilitación del sistema de defensa israelí no estará prestando asistencia: estará comprando acceso, moldeando políticas y asegurando subordinación.
Estas no son donaciones. Son apuestas geopolíticas con retorno esperado. Los fondos soberanos del Golfo -entre los más grandes del mundo- ya han sido movilizados en otras zonas devastadas, desde Siria hasta Gaza, siempre con condiciones. Hoy, frente a una región extenuada por el fuego cruzado y las sanciones, los contratos de “reconstrucción” se convierten en los nuevos instrumentos de dominación.
El Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo no actúa como un cuerpo de paz, sino como un consorcio de intereses. Quienes se integren a sus esquemas financieros lo harán a costa de su soberanía. El proyecto no es reconstruir para liberar, sino reconstruir para domesticar.
El Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo no actúa como un cuerpo de paz, sino como un consorcio de intereses económicos y estratégicos. Quienes se integren a sus esquemas financieros lo harán a costa de su soberanía. El proyecto no es reconstruir para liberar, sino reconstruir para domesticar. Lejos de consolidarse como una fuerza de paz, el Consejo opera como el fideicomisario de una dependencia regional cuidadosamente administrada. No necesita desplegar tanques; le basta con licitaciones. Así es como se neutraliza la soberanía en el siglo XXI: no con cañones, sino con contratos.
Frente a esta maquinaria, los BRICS -en particular Rusia y China- ofrecen una alternativa incipiente, aún limitada, pero históricamente significativa. Mientras Occidente disfraza el saqueo como “reformas estructurales” y los Estados del Golfo se presentan como filántropos de posguerra, Pekín y Moscú han promovido principios básicos de respeto a la soberanía, no-intervención y desarrollo mutuo. La Iniciativa de la Franja y la Ruta, plantea una lógica distinta: integración sin destrucción previa. Cooperación sin bombardeos como prólogo.
Pero el enemigo es persistente. Ya no se requieren tropas de ocupación ni planes del FMI: basta con la penetración del capital especulativo. Aquí es donde actúa el verdadero arquitecto de la dependencia: el Capital Financiarizado Global. Una vez agotadas las capacidades militares de Irán e Israel, ese capital se desplegará, no como gesto de paz, sino como instrumento de domesticación. Lo que no logró la guerra, lo impondrá la deuda. La política exterior se redactará, no en nombre de la dignidad nacional, sino al ritmo de los mercados.
Incluso Gaza, durante décadas símbolo moral de la dignidad árabe, está siendo transformada. Ya no como bandera de resistencia, sino como activo financiero en el portafolio de las monarquías del Golfo. La “reconstrucción” será financiada por Riad, Doha o Abu Dabi, pero no como acto de justicia, sino como inversión con retorno. Si Israel acepta integrarse a la lógica del capital, Gaza no será liberada: será explotada.
En este contexto, China y Rusia representan -con todas sus limitaciones- una contención parcial al despojo globalizado, una resistencia estructural al poder de los bancos y los fondos. No se trata de idealizarlos, sino de reconocer que, en un mundo donde los contratos reemplazan a la soberanía y las bombas preparan el terreno para BlackRock, cualquier atisbo de orden alternativo merece ser defendido.
Esto no es paz. Es pacificación. Y no se impone con drones ni tanques, sino con calificaciones crediticias y garantías de liquidez. El objetivo no es resolver los conflictos de la región, sino volverlos manejables, previsibles y, en última instancia, rentables.
Estamos presenciando el acto final de una operación largamente preparada. El modelo de resistencia en Asia Occidental no está siendo debatido ni reformado: está siendo desmantelado de forma sistemática. La ilusión de disuasión mutua -invocada durante años para explicar la tensa estabilidad entre las potencias regionales- se ha derrumbado. Lo que queda es una convergencia controlada: los dos últimos Estados de la región capaces de sostener una resistencia militar autónoma -Irán e Israel- están siendo neutralizados al unísono. No porque compartan valores, sino porque representan, de distintas maneras, un obstáculo al nuevo orden post-soberano que se está imponiendo en la región.
Esto no marca el fin de la guerra, sino el comienzo de una paz gerenciada, donde la violencia abierta es sustituida por un orden tecnocrático diseñado para preservar la arquitectura de poder. El vacío dejado por unas fuerzas armadas exhaustas no será llenado por movimientos de liberación ni por diplomacia desde abajo, sino por burócratas financieros, organismos multilaterales y empresas privadas con contratos en la mano. La autonomía estratégica de Irán está siendo progresivamente erosionada bajo la presión de sanciones, aislamiento y promesas condicionadas de reconstrucción. Israel, por su parte, no está siendo derrotado por la resistencia árabe, sino humillado por la caída del mito de su invulnerabilidad militar, y contenido -no por principios- sino por el capital del Golfo, que va a exigir estabilidad para proteger sus inversiones.
Ambos Estados están siendo rediseñados para ajustarse a un nuevo marco regional donde la moneda de cambio no es la legitimidad ni la autodeterminación, sino la liquidez. La región no se encamina hacia una reconciliación basada en justicia, sino hacia una recalibración funcional al mercado: una paz de gestoría, no de principios. En este nuevo paradigma, la soberanía es tolerada sólo si no interfiere con los flujos de capital. Y quienes se resistan, serán marginados. O reconstruidos.
La llamada “influencia” de Estados Unidos en este conflicto no responde a intereses nacionales ni a principios democráticos. Es, sencillamente, la extensión práctica del poder del capital financiero global, que utiliza a Washington como su ejecutor político y militar. No hay ninguna decisión que se tome en nombre de la justicia, la legalidad internacional o la paz. Lo que se impone es un sistema en el que el bombardeo prepara el terreno para el contrato, y la devastación garantiza la obediencia.
En este esquema, las monarquías del Golfo ya no son simples beneficiarias del paraguas militar estadounidense: se han convertido en cómplices activos y codiseñadores del nuevo orden regional. Arabia Saudita, Emiratos y Qatar no están “equilibrando” el poder regional, lo están capitalizando. Su papel es claro: ofrecer reconstrucción a cambio de subordinación, comprar influencia con licitaciones, imponer condiciones políticas mediante inversiones. Están reconfigurando su lugar en el sistema mundial no como actores soberanos, sino como administradores regionales del capital transnacional. En un mundo que se encamina hacia la multipolaridad, el Golfo ha decidido no desafiar el orden existente, sino convertirse en su gerente regional.
Al mundo se le dirá que esto es paz. No lo es. No es reconciliación. Es un reinicio. Y no concebido en Teherán o Tel Aviv, sino en Davos y Dubái. Quienes lo diseñan no hablan el lenguaje de la justicia, de la dignidad ni de la liberación. Hablan únicamente en la lengua fría y precisa del análisis costo-beneficio y del retorno de la inversión futura.
Este es un adelanto de nuestro libro “IRÁN y sus Fuerzas Armadas. Su particular Sistema de Defensa y Seguridad”, donde transcribimos el primer capítulo de dicha obra, que pronto estará a la venta como también gratis en PDF. Transcribimos el capítulo dedicado a la Guerra Irán Irak, cumpliéndose este 2025, 45 años de su inicio.
Por el Dr Jorge Alejandro Suárez Saponaro
Mg. en Defensa Nacional.
La guerra desatada en 1980, siendo la justificación una serie de reclamaciones territoriales, escondía intereses mucho más complejos tanto de actores regionales como extrarregionales. El detonante fue la denuncia del Tratado de Argel por la cuestión del Shatt al-Arab, por parte de Irak, escalando el conflicto, en atención que consideraba que Irán bajo el nuevo gobierno revolucionario, estaba completamente vulnerable. El resultado fue la consolidación del régimen establecido en 1979, con el derrocamiento de la dinastía Pahlevi y una verdadera “escuela” donde se forjaron los futuros mandos de las Fuerzas Armadas iraníes, especialmente el Ejército de los Guardianes de la Revolución Islámica (“pasdaran”).
Las pérdidas sufridas, el aislamiento internacional que padeció Irán durante el conflicto, sin ninguna duda marcó el pensamiento en materia de Defensa Nacional para Teherán. En este capítulo de manera sintética, hablaremos los puntos más destacables del conflicto.
Los objetivos de los beligerantes, tomando en cuenta la bibliografía existente:
a) Irak.
Control efectivo sobre la vía fluvial Shatt el Arab, dejando sin efecto las obligaciones del Acuerdo de Argel de 1975.
Ocupación de la provincia iraní de Juzestán, con una importante población árabe y rica en recursos petroleros.
Proyección sobre el Golfo Pérsico.
Eliminación del régimen revolucionario iraní instaurado en 1979.
b) Irán.
Mantenimiento del statu quo resultado del Acuerdo de Argel de 1975 respecto al Shatt el Arab.
Proyección de la Revolución Islámica, dado que la mayor parte de la población de Irak es chií.
Mantener el control de la provincia de Juzestán.
Las Fuerzas Armadas de Irán, durante el reinado del sha Mohammad Reza Pahlevi, habían alcanzado teóricamente un alto nivel de desarrollo, gracias a los ingresos petroleros y la estrecha alianza con Occidente, permitiendo adquirir modernos sistemas de armas, pero con una fuerte dependencia del asesoramiento extranjero para su operación y mantenimiento. Las inversiones se orientaron a las fuerzas terrestres y aéreas, bajo los sueños del sha de convertir a Irán en la primera potencia del Próximo Oriente. En este proceso, también se sentaron las bases para el desarrollo de una industria de defensa local.
El despliegue de las fuerzas armadas estaba orientado, especialmente hacia la frontera con Irak, considerado la principal hipótesis de conflicto, por el viejo conflicto del Shatt al-Arab. Esto tuvo sus ventajas a la hora de responder ante el ataque iraquí.
El triunfo de la Revolución Islámica de 1979, significó una crisis para las Fuerzas Armadas, por las deserciones, purgas, ejecuciones de altos mandos y el exilio de muchos cuadros capacitados. El retiro de millares de asesores extranjeros, afectó también la operación de sistemas de armas complejos, especialmente para la Fuerza Aérea.
Los grupos paramilitares islamistas, se transformaron por orden del ayatolá Jomeini, en la base de un nuevo ejército, que en una primera instancia iba absorber las fuerzas armadas heredadas de tiempos del sha. Finalmente, se transfomó en otra fuerza armada, con rango constitucional: el Ejército de los Guardianes de la Revolución Islámica, cuyo proceso de expansión en plena guerra con Irak incluyó la creación de las armas aérea y naval, además de una milicia popular, conocidos como Basij.[1]
El liderazgo iraquí consideró que la delicada situación de las fuerzas armadas iraní y la inestabilidad derivada del nuevo régimen imperante en Teherán, jugaba a su favor en el marco de una acción militar. Irak tenía fuerzas armadas modernas, pero su alto mando, estaba altamente politizado y los ascensos estaban marcados por lealtades de clan, influencias políticas, más que por talento profesional. La personalidad de Saddam Hussein no ayudaba, siempre temeroso de un golpe de estado, llevó a cabo violentas purgas y ejecuciones de altos oficiales, afectando la conducción estratégica y operacional de las fuerzas armadas de Irak.
Primera fase de la guerra (22 de septiembre de 1980 – enero de 1981)
En septiembre de 1980,[2] las fuerzas de Irak, lanzaban la Operación Kadisiya, en honor a la batalla librada por las tropas árabes en 637, que derrotaron a las fuerzas del imperio persa sasánida.
En cuanto al despliegue inicial de las fuerzas en el Teatro de Operaciones, en las fases iniciales de la guerra:
a). Frente Norte, siendo el centro de gravedad: Kirkuk. Los iraquíes desplegaron cuatro divisiones de infantería, siendo la reserva un Cuerpo de Ejército. Lo iraníes contaban con dos divisiones de infantería.
b) Frente Centro. El centro de gravedad era Bagdad: los iraquíes tenían dos divisiones de infantería, una división mecanizada y una división blindada. Irán contaba con una división de infantería y otra blindada.
c) Frente Sur. Centro de Gravedad: Kasiriya. Irak contaba con dos divisiones mecanizadas, dos divisiones blindadas y un Cuerpo de Ejército como reserva.
d) Reserva Estratégica: Irak contaba con una división blindada y formaciones de apoyo en Bagdad. Irán en Teherán, tenía dos divisiones mecanizadas y una blindada.
El Objetivo Estratégico Operacional fijado por Irak fue la conquista y ocupación de las ciudades iraníes de ciudades de Abadan y Khorramshar, eventualmente Ahwaz y especialmente, la ciudad de Dezful, la terminal petrolera de la isla Kharg y el puerto de Bandar Chapur. Esto estaba en consonancia con la materialización de los Objetivos Político y Militar: el control del Shatt al- Arab y de la provincia iraní de Juzestán. De lo enunciado se desprenden dos Direcciones Estratégicas Operacional Principal y Secundaria.
En cuanto a las Direcciones Estratégicas:
a) Estratégica Operacional Principal: ubicada en el sur del Teatro de Operaciones se materializa en el eje Basora – Khorramashar – Abadán. Estaba en relación con los objetivos fijados por los reclamos de Irak. Estaban asignados los medios con suficientes capacidades para llevar alcanzar los objetivos fijados por el nivel estratégico, incluyendo la ocupación de la provincia iraní de Juzestán.
b) Estratégica Operacional Secundaria: ubicada en el Frente Centro, con eje en Bagdad – Ghasr e Chirin, abriendo la posibilidad de la prolongación hacia el interior de Irán.
En el sector Sur, los iraquíes no concentraron todo su poder de combate, a pesar de ser el principal objetivo de la guerra. Asimismo, la distribución de objetivos responde al concepto de “ataque frontal” y no la clásica maniobra de envolvimiento, rodeo o ruptura, siendo lo ideal en este tipo de operaciones militares. Las razones posibles que el alto mando iraquí adoptó la división del teatro de operaciones en tres sectores y optara por la idea de un ataque frontal, se debía posiblemente a cuestiones internas del país. En el norte, la población kurda tenía una relación conflictiva con Bagdad y podía impulsar a Irán apoyar una rebelión de mayor magnitud. También estaban los importantes pozos petroleros de Kirkuk. En la región central, Bagdad está a solo 150 km de la frontera iraní.
El Objetivo Estratégico Operacional desde el lado de Irán, consistió en la recuperación de los territorios ocupados por el enemigo y la ocupación de lugares puntuales en Irak, debilitando su capacidad ofensiva, garantizando el mantenimiento de las regiones recuperadas. La captura de la terminal petrolera de Fao, el intento de capturar los pozos petroleros de Kirkuk y el asegurar el control del Shatt el Arab, con la ocupación de Basora. Los iraníes en una primera instancia, a diferencia de los iraquíes, adoptaron un criterio de economía de fuerzas, sin buscar cubrir todo el frente. Organizaron un dispositivo de defensa en profundidad, por medio de escalones y con una adecuada reserva dispuesta para acudir cuando sea necesario en cualquier punto del frente.
Tropas iraníes usando máscaras. Irak hizo un empleo extensivo de armas químicas, prohibidas expresamente por el derecho internacional.
Las fuerzas iraquíes lanzaron operaciones aéreas a escala contra la industria petrolera iraní y bases de la Fuerza Aérea Iraní. En el frente norte, Irak mantuvo una actitud defensiva. La ofensiva en el sur perdió empuje, dado la enconada resistencia iraní, impulsando a Bagdad a lanzar acciones en Judeimaniyeh y Marivan. En dicho sector la principal victoria de Irak fue la captura del puerto de Khorramashar en octubre de 1980, luego de un mes de dura resistencia iraní. Esta localidad era la llave de acceso a las ciudades de Ahwaz y Abadan, y por ende significaba la conquista de Juzestán. La eficaz defensa iraní, permitió el repliegue del ejército de manera ordenada. El régimen internacional de sanciones a Irán, obligó a los estrategas de Teherán a reorganizar la logística, apelar el mercado negro y movilizar los recursos nacionales para apoyar el esfuerzo de guerra.
En esta etapa del conflicto, las fuerzas iraquíes sitiaron la ciudad de Abadan, sede entonces de una de las refinerías más grandes del mundo, donde la resistencia en una primera etapa estuvo en manos de los pasdaran y milicias Basij. En estas batallas, se formaron jóvenes mandos de dichas organizaciones militares, que operaban separadas del ejército. Recién en 1982, comenzaron a funcionar de manera conjunta (en el plano táctico) cosechando numerosos éxitos en el campo de batalla.
La Operación Morvarid (Perla) llevada a cabo de manera conjunta entre la Armada y la Fuerza Aérea iraní, desarrollada en noviembre de 1980, tuvo como resultado la destrucción de las dos terminales petroleras más importantes de Irak: Mina al Bakr y Khor-al-Amaya, además de la destrucción de gran parte de la Marina iraquí e instalaciones de radar. Este tipo de operaciones, puso en evidencia, que los cuadros que sobrevivieron a las violentas purgas y ejecuciones de los primeros días de la Revolución, eran competentes y buenos profesionales.
Piloto iraní y el F 14, poderoso caza adquirido en tiempos del sha.
Pronto las fuerzas iraquíes adoptaron una postura defensiva, una vez cumplido los objetivos a la espera de iniciar un proceso de negociaciones. En el sector central, los iraquíes capturaron Qasr el Chirine y Mehran, desaprovechando las ventajas para poder seguir avanzando hacia el interior de Irán, donde la defensa iraní era claramente inconsistente.
El ataque al puerto iraquí de Fao, por parte de comandos navales iraníes en noviembre de 1980, puso en evidencia la capacidad en el campo de las operaciones especiales de las fuerzas armadas persas. Irak se vio obligado a enviar su petróleo vía Siria, siendo objeto el oleoducto empleado para tal fin de una sofisticada operación de fuerzas especiales iraníes.
Los iraníes tenían serios problemas en el plano estratégico, dado el enfrentamiento entre el presidente Banisadr, el Consejo de Defensa Nacional y el liderazgo religioso, que se reflejaba en el campo de batalla, siendo el resultado la derrota de la batalla de Defzul. Asimismo, se observa el desarrollo de tácticas, mal llamada de “oleada humana” protagonizadas por las milicias Basij. Esto consistía en el empleo de grupos de tiradores de veinte efectivos, avanzaban hacia objetivos específicos, dando la impresión de “oleada” para abrumar defensas iraquíes en puntos débiles. Estas tropas con equipo ligero, actuaban generalmente de noche, combinando la infiltración y la sorpresa, a pesar del alto costo en vidas – millares murieron en los campos de batalla – generaron serios contratiempos a los iraquíes. Los combatientes fueron instruidos en técnicas de infiltración, logrando en muchos casos golpear centros de comunicaciones y puestos de mando. Dicha táctica permitía rodear a grandes unidades de combate, permitiendo a los iraníes llevar a cabo una verdadera guerra de maniobras.
La falta de armas pesadas y los problemas de coordinación en el nivel estratégico entre los dos “ejércitos” iraníes, impidieron llevar a cabo batallas decisivas. No obstante, en el plano táctico, las distintas ramas militares iraníes actuaron de manera coordinada.
La táctica de “oledada humana” fue empleada a escala en la ciudad de Bostan, en el marco de la Operación Tariq al Quds (Camino a Jerusalén). En la conducción participó el competente teniente general Ali Sayyad Shirazi. Esta batalla fue un antes y después de la guerra a partir de ese momento, Irán tomó la iniciativa, llevando a cabo unas 70 ofensivas, centrándose especialmente en el frente sur, con el objetivo de capturar la ciudad de Basora y hacerse con los importantes pozos petroleros, que impactaría directamente en el esfuerzo de guerra iraquí y en segundo lugar, en el frente norte, los iraníes con apoyo de grupos armados kurdos, buscarían también ir por la ciudad de Kirkuk y la importente actividad petrolera, afectando la economía de Irak y obligando a dividir fuerzas.
El competente general Ali Sayyad Shirazi, comandante en jefe del Ejército iraní en la guerra de Irán Irak.
Esta fase de la guerra se cerró con el ataque iraní a la base aérea H 3 de Irak, ubicada a 430 km de Bagdad, en pleno desierto. Una fuerza formada por ocho cazabombarderos F-4 Phantom, cuatro F-14 Tomcat (posiblemente empleados como mini AWACS) tres aviones cisterna de reabastecimiento Boeing 707 y un avión de mando Boeing 747, destruyeron más de 27 cazas iraquíes. Las sanciones internacionales limitaron la operatividad de la Fuerza Aérea iraní, que mantuvo un rol netamente defensivo y que impulsaría el desarrollo de tácticas con misiles balísticos.
Tapa del libro próximo aparecer, donde publicamos uno de sus capítulos en este Blog como adelanto.
Segunda Fase. Reorganización de las Fuerzas Armadas iraníes. Contraofensiva (enero de 1981- diciembre de 1982).
En esta fase se destaca por la liberación de la provincia de Juzestán. El régimen consideró que la paz solo podría alcanzarse con la caída del gobierno del Baas de Saddam Hussein, exportando la revolución islámica a Irak, quedando reflejado la aspiración de constituir un eje Beirut, Damasco, Bagdad y Teherán. Muchos años después este proyecto se mantuvo vigente en el marco del llamado “Eje de la Resistencia”.
La Operación Fath-ol-Mobin (Victora Innegable) liderada por el general Ali Sayyad Shirazi que culminó en la batalla de Sush, liberando el sur de Irán de la presencia iraquí. Los iraníes mostraron capacidad para operaciones de armas combinadas, destacándose acciones de asalto aéreo con helicópteros CH 47 Chinook.
La Segunda Batalla de Jorramashahr – Operación Beit ol-Moqadda – fue una victoria iraní, observándose una mayor cooperación entre los dos “ejércitos” y las milicias Basij.
En materia de operaciones especiales, los iraníes mostraron especial talento en acciones contra la red de oleoductos que conectaban los pozos iraquíes con Siria y Turquía (enero de 1982). Esto impulsó a Irak a construir alternativas a través de Arabia Saudita, con sus costos asociados. Las acciones fueron llevadas a cabo no solo en Irak, sino en los territorios de Líbano y Turquía. La inteligencia iraní sin ninguna duda tuvo un papel destacado y supo explotar con habilidad la vulnerabilidad (salvo Siria que era afín a Teherán) de los actores involucrados para infiltrar tropas tipo comando. Las fuerzas iraníes cosecharon una amplia experiencia, incluyendo el denominado Departamento 900, un organismo especial de inteligencia, germen de la futura Fuerza Quds de los pasdaran.
Prisioneros iraquíes.
Tercera Fase. Desgaste mutuo. Operaciones en el ámbito del Golfo Pérsico y la guerra de los “tanqueros” (1983-1988)
Irak recibió apoyo occidental, incluyendo a Estados Unidos, proveyendo inteligencia y equipamiento. Europa también vendió armamento y las monarquías del Golfo Pérsico, brindaron generosos préstamos. Incluso se vendieron productos químicos, que Irak le daría un uso militar, ante la indiferencia de Occidente. El gobierno de Bagdad hizo un llamado a las negociaciones y un cese del fuego, rechazado por Irán, quién exigió el cambio de régimen político, apoyando la creación de un gobierno en el exilio con su rama militar.
Los beligerantes no tienen la capacidad de imponerse a su adversario. El objetivo iraquí de provocar un colapso del régimen, tuvo un efecto contrario. La guerra movilizó a la población iraní y Jomeini consolidó su posición en su llamado a la “resistencia” y “guerra santa” contra los invasores. Las conquistas territoriales iraquíes, de por sí limitadas, comparadas con los medios empeñados y objetivos fijados por el nivel estratégico, fueron perdidas por la contraofensiva iraní.
En 1984, Irak gracias al reequipamiento de su Fuerza Aérea, pronto recuperó capacidades y declaró que todos los buques destinados a puertos iraníes serían objetivos militares. El primer ataque fue contra la isla de Kharg, importante terminal petrolera iraní. El objetivo era provocar que Teherán cerrara el Estrecho de Ormuz y ello motivara la intervención de Estados Unidos. Situación que no ocurrió, en cambio, si bloqueó el tráfico mercante dirigido a Irak. Las Fuerzas Navales de los pasdaran comenzaron a desarrollar tácticas de guerra asimétrica en el mar con lanchas rápidas, generando importantes daños al tráfico mercante. A pedido de Kuwait, sus buques fueron protegidos por la Armada de Estados Unidos.[3] Los seguros marítimos se dispararon.
Entre los años 1985-86 se produjeron reuniones secretas entre Teherán y Washington. El acercamiento fue motivado, entre otras cosas, por la necesidad de lograr la liberación de siete rehenes estadounidenses retenidos en Líbano, en manos del grupo terrorista Hezbollah, controlado por Irán. Por razones políticas, el presidente Reagan asumió el compromiso de su liberación ante su electorado. En la venta de las armas para Irán, intervino Israel y el dinero iba ser destinado a financiar la insurgencia (los “contras”) que luchaba contra el régimen sandinista de Nicaragua. En su momento fue un escándalo nacional en Estados Unidos. Los iraníes obtuvieron un importante lote de misiles antitanque TOW, vitales para lidiar contra la amenaza blindada iraquí, además de misiles antiaéreos Hawk y algunas fuentes mencionan repuestos para los poderosos cazas F-14 Tomcat.
La guerra de las ciudades, fue iniciada por Irak en 1984, no solo con ataques aéreos, sino con misiles balísticos, centrándose en grandes ciudades, tanto contra objetivos civiles como industriales. Irán llevó a cabo represalias contra Mosul, Kirkuk y Bagdad. Irak en 1987 lanzó un ataque químico contra la ciudad de Sardasht. A pesar de las protestas de Irán, la comunidad internacional no hizo nada y no se adoptaron sanciones contra el empleo de armas prohibidas expresamente por el derecho internacional. El entonces presidente del parlamento iraní, el influyente Hashemi Rafsanjani, declaró abiertamente sobre la necesidad que su país desarrollada armas nucleares. Miles de civiles murieron durante la llamada “Guerra de las Ciudades”. En dicho año, las fuerzas iraníes intentaron capturar Basora, movilizando a 100.000 efectivos, logrando alcanzar el río Tigris.
En 1985 se libró la Batalla de las Marismas de Howeszah, encabezada por la División Iman Hussein de la Guardia Revolucionaria y con apoyo de las 92 División Blindada del Ejército. Esta tuvo un alto costo en vidas humanas por parte de los iraníes, dado que muchos de los combatientes, eran simples milicianos Basij, con instrucción básica y por el empleo a escala de armas químicas por parte de Irak. Los iraníes a pesar de las enormes pérdidas – se estima en más de 20.000 – logró ocupar la isla Majnun, donde se ubicaban importantes yacimientos petroleros. Las mejoras en materia de defensa estática de las tropas iraquíes, impulsaron a los mandos iraníes a perfeccionar tácticas de infiltración, combate nocturno, operar en zonas pantanosas y guerra de montaña. Los pasdaran recibieron instrucción anfibia para operar en las marismas del sur de Irak, además de perfeccionar tácticas de asalto aéreo.
Soldado iraní en las marismas del sur de Irak. by Alfred Yaghobzadeh
Las fuerzas especiales iraníes adquirieron valor, para compensar las limitaciones materiales. Dos brigadas de comandos navales llevaron a cabo operaciones exitosas de reconocimiento, señalando objetivos iraquíes y realizando a cabo golpes de mano.
Los iraquíes consideraban las marismas como una barrera defensiva difícil de sortear y confiaron en su poder de fuego y aviación táctica, como herramientas disuasivas. El ataque iraní sorprendió a los mandos del ejército iraquí. El objetivo era la captura de Basora, acción que se había visto frustrada por la Operación Amanecer V.
La Ofensiva Kheibar – como denominaron los iraníes la batalla de las Marismas – con 250.000 efectivos, pero las limitaciones en materia de apoyo aéreo, artillería y blindados, impidieron cumplir con el objetivo de tomar Basora. El contraataque iraquí, permitió recuperar la isla de Majnun, pero a costa de grandes pérdidas, estimándose en 12.000 soldados (9.000 de ellos muertos) y el tener que recurrir a las armas químicas.
En la guerra, los iraníes, empezaron a utilizar los drones Mohajer 1, empleados para misiones de reconocimiento. La Guardia Revolucionaria y los Basij, adquirieron una estructura más convencional, mejoras en el entrenamiento y armamento. En todo el país se crearon centros de instrucción de voluntarios de todas las edades, incluso mujeres, tomando en cuenta las lecciones de campo de batalla.
Los iraquíes habían mejorado su capacidad de combate, pero el alto costo de las operaciones, llevó al mismo Saddam Hussein, a plantear la idea de alcanzar una solución negociada en el marco de las Naciones Unidas. Irán rechazó esta postura, el conflicto sirvió para fortalecer el régimen revolucionario, aglutinar a la población en torno a una causa nacional. Teherán consideraba viable una ofensiva para capturar la misma capital iraquí, Bagdad, apoyaba la insurgencia kurda como herramienta para debilitar el frente interno iraquí.
En abril de 1985, Bagdad fue atacada con misiles balísticos por parte de Irán, a lo largo de doce dias. Dichas armas fueron provistas por Libia. En este conflicto, dado las limitaciones de la Fuerza Aérea iraní por los embargos, comenzó a desarrollarse la doctrina militar sobre el empleo de este tipo de sistemas en manos del entonces recién creada Fuerza Aeroespacial de la Guardia Revolucionaria.
Irak sentía el peso de la guerra en su economía y tenía problemas de reponer las cuantiosas pérdidas en vidas humanas. Ello no impidió recuperar terreno perdido y mejorar sus defensas, gracias a compras millonarias de armamento tanto occidental, como soviético y chino. Las fuerzas armadas iraquíes, mostraron mejor organización que los iraníes, que hacían uno uso masivo de importantes reservas de recursos humanos. El fervor religioso no podía suplir las carencias materiales iraníes, por los embargos internacionales.
En 1986, los iraníes lanzaron la Operación Wal Fajr 8, a través de un asalto anfibio en el Shatt al- Arab por varios puntos en al sureste de la ciudad iraquí de Fao, con la finalidad de bloquear la salida de Irak al mar. Este fue rechazado por una dura defensa iraquí, costándole a Irán importantes pérdidas. Por su parte, las fuerzas de Teherán rechazaron los contraataques iraquíes para reconquista las islas Majnun y Umm Al- Rattas situadas al norte de Fao. En estas acciones los iraníes denunciaron el uso de armas químicas, negadas por Irak.
En 1987 los bandos en pugna, no buscaban una derrota, sino obligar al adversario a sentarse a la mesa de negociaciones, teniendo como objetivo minar la moral en el frente interno. Los iraníes lanzaron la última gran ofensiva: Kerbala V, con el objetivo de conquistar Basora. Batalla librada entre el 8 de enero de 1987 al 26 de febrero de dicho año, sin éxito, por la resistencia iraquí. Por la cantidad de efectivos, bajas y magnitud de los combates, es considerada la batalla más grande de la guerra.
La Operación Conquista 5, esta vez tuvo como objetivo incentivar la insurgencia kurda, buscando distraer fuerzas a Bagdad y quebrar el frente interno iraquí. Los iraníes comenzaron a desarrollar su peculiar estrategia de apoyar “proxies” o agentes desestabilizadores, por medio de “guerras por delegación.” Cabe recordar que esos años, un naciente Hezbollah en Líbano recibía el apoyo de los Pasdaran.
En las últimas etapas de la guerra, Irán tenía signos de agotamiento, la población mostraba signos de cansancio, dado las enormes bajas en el frente de batalla. Irak se vio reforzado que pudo reconstruir sus fuerzas armadas. Esto le permitió sostener acciones defensivas, generando graves pérdidas a los iraníes, como quedó reflejado en la Operación Kerbala 5, uno de los intentos de capturar Basora. La moral comenzó a decaer. No cabe duda que el uso de armas químicas por parte de los iraquíes contra civiles y militares iraníes, minó el espírituo combativo. Los embargos internacionales, llevó a Irán a desarrollar una importante industria, capaz de producir misiles balísticos (Shabab 1), drones, misiles antitanque, misiles antibuque, municiones y piezas de artillería.
Las milicias Basij y los Pasdaran que se nutrían de voluntarios, no podían reclutar suficientes soldados para mantener la táctica de “oleadas” y el esfuerzo recayó en el ejército de reclutamiento obligatorio. El comandante del los Guardianes de la Revolución, Mohsen Rezaee, anunció el fin de los ataques a gran escala, reemplazado por el apoyo a la oposición armada en Irak, acciones de infiltración y ataques limitados. El frente norte cobró mayor relevancia, al apoyar a los guerrilleros kurdos. En la guerra de montaña, los iraníes se mostraron competentes y las diversas ofensivas les permitieron llegar a ciudades como Suleimanya, rechazados por el uso a gran escala de armas químicas por parte de Irak. Las fuerzas combinadas kurdo-iraníes amenazaron la ciudad petrolera de Kirkuk.
En 1988 en la última edición de la “guerra de las ciudades” las fuerzas iraquíes, emplearon misiles balísticos, muchos con armas químicas que provocó la salida del 30% de la población de Teherán. La Fuerza Aérea iraquí, contaba con munición guiada, mejorando su precisión, unido al empleo de tripulaciones extranjeras, mejor entrenadas, los daños a la infraestructura económica iraní fueron mayores. Las últimas operaciones iraníes volvieron a centrarse en el norte, llegando a las puertas de Kirkuk. La incapacidad iraquí de rechazar la infiltración iraní, los llevó al uso de armas químicas – prohibidas por el derecho internacional humanitario – obligó al repliegue de los supervivientes. La población kurda de Halabja, fue objeto de una atroz venganza, donde miles murieron por un ataque químico ordenado por Saddam Hussein.
Tropas iraníes en el norte de Irak en 1987.
Los iraquíes recuperaron el puerto de El Fao y todo el sur de Irak, controlado por los iraníes, haciendo un uso extensivo de armas químicas. Estados Unidos en el mes de abril lanzó la operación Mantis Religiosa, como represalia por los serios daños a una fragata de la Marina estadounidense por una mina marina iraní. El enfrentamiento generó serios daños a instalaciones petroleras iraníes, la pérdida de una fragata, buques lanzamisiles y otras embarcaciones. No obstante, las fuerzas navales de los pasdaran siguieron operando con sus lanchas artilladas.
En el final de la guerra los iraquíes lanzaron la Operación Tawakalna ala Allah (Ponemos confianza en Dios) entre los meses de abril a julio de 1988. La grave situación de las fuerzas iraníes, llevó a poner énfasis a expandir la insurgencia en Irak, siendo exitoso esta política en Kurdistán, donde Irán mantuvo un alto grado de control. El uso masivo de armas químicas, provocó terribles pérdidas en las tropas iraníes. En junio de 1988, las fuerzas de Teherán atacaron el palacio presidencial en Bagdad con su aviación de combate. A pesar de las terribles pérdidas y una moral menguante, el Consejo de Defensa iraní ordenó un contraataque con batallones pasdaran, pero la superioridad iraquí en equipamiento, le permitió llevar a cabo acciones en el frente central, generando una dura derrota a Irán. En esta victoria iraquí, las armas químicas fueron un factor decisivo.
En el norte la organización guerrillera marxista MEK (Mujahadeen-e-Khalq o Combatientes del Pueblo) lanzó una ofensiva arrollando en Mehran una división de los pasdaran. La respuesta vino del ejército regular bajo el mando del competente general Shirazi, lanzando la Operación Mersad, que terminó en la muerte de 4.000 insurgentes y la liberación de las localidades ocupadas por dicha organización.
Los iraquíes llegaron avanzar 30 km dentro de territorio iraní en el frente central, tomando varios miles de prisioneros. Finalmente, el líder supremo iraní, ayatolá Jomeini aceptó el cese el fuego aprobado por la resolución 598 de Naciones Unidas. El 20 de agosto habían cesado los combates, semanas después, las fuerzas iraníes evacuaban el Kurdistán iraquí. En 1990, fue alcanzada la paz entre las partes en el mes de agosto, sobre la base del status quo ante bellum.
Ataque iraní a la base aérea H 3
El horrible sacrificio
A diferencia del régimen iraquí, que hizo todo lo posible por proteger a su pueblo de los efectos de la guerra, los líderes religiosos de Teherán vieron la guerra con entusiasmo, considerándola una oportunidad para unir a la nación tras la revolución, eliminar la oposición interna y promover la visión de Jomeini de exportar el mensaje islámico iraní a todo el mundo. El conflicto con Irak tuvo su impacto en las luchas por el poder entre las facciones revolucionarias, siendo ejemplo de ello, la salida de Bani Sadr como presidente, que terminó en el exilio.
Los líderes iraníes desconfiaban de las fuerzas armadas, por ser una herencia de la época imperial. Esto quedó reflejado por las purgas, ejecuciones, que diezmaron los cuadros de las fuerzas armadas. A pesar de su buen nivel profesional, optaron por dar impulso al Ejército de los Guardianes, creado sobre la base de milicias islamistas, el régimen de Jomeini, no tuvo otra opción que aceptar el papel del Ejército para contener la invasión. La desconfianza, continuó, a tal punto que recién en julio de 1988, fue creado el Estado Mayor General común para los dos “ejércitos”. Esto tuvo un alto costo en vidas humanas, ante la inexistencia de una conducción operacional conjunta y la dispersión de medios y recursos – por cierto, muy escaso – en dos organizaciones militares, con misiones similares.
La narrativa del régimen iraní describió la guerra a la ciudadanía como una prueba para la determinación y el compromiso nacional, como una cruzada contra el régimen hereje de Irak. Esto se tradujo en una lucha implacable e inflexible – como quedó reflejado en la negativa de aceptar el cese del fuego – llevando al país al límite. En palabras de Jomeini: «La victoria no se logra con espadas, solo se puede lograr con sangre… se logra con la fuerza de la fe». El Líder Supremo sabía muy bien de qué hablaba. Si bien no unificó a la nación de la noche a la mañana, la invasión iraquí galvanizó la combinación única de fervor religioso y profundo sentimiento nacionalista generado por la Revolución Islámica, e hizo de Irán una nación con una moral más fuerte y estable que el enemigo iraquí, tanto en el plano militar como nacional. Esto quedó reflejado en las operaciones hasta 1987, cuando el fervor revolucionario empezó a disminuir, especialmente por el uso de armas químicas, los bombardeos contra objetivos civiles y la aguda crisis económica impuesta por el aislamiento internacional del país.
Las victorias iraníes entre los años 1981-82, no se debieron al valor de los soldados pasdaran o Basij, sino a la incorporación de estas ramas militares en operaciones de armas combinadas bajo una conducción profesional competente. Cuando la guerra derivó por razones políticas en asaltos frontales, el poder de Irán comenzó a declinar al no poder romper la sólida defensa iraquí.
La guerra demostró que el empleo solamente del poder aéreo, no era garantía de victoria, como intentó hacer valer Irak en la “guerra de las ciudades”. Esto llevó al gobierno iraní, a lanzar ofensivas, con falencias en la planificación, con el objetivo de reducir la presión sobre el frente interno. Esto desgastó a las fuerzas de Teherán, abriendo paso al contragolpe iraquí de 1988, que permitó el fin de la guerra.
El empleo de armas químicas por parte de Irak, fue tolerado por razones políticas por las grandes potencias, a pesar de estar expresamente prohibido. Desde la Primera Guerra Mundial que el mundo no era testigo del empleo de este tipo de armas. Esto abrió las puertas para un peligroso antecedente, sobre la ausencia de sanciones reales ante la violación flagrante del derecho internacional humanitario. Asimismo, el uso de misiles balísticos impulsó a diversos actores regionales a buscar este tipo de ingenios, además de desarrollar arsenales químicos.
Muertos por armas químicas iraquies en la operación contra la ciudad kurda iraquí de Halabja.
El frente interno iraní tenía problemas, resultado de la insurgencia kurda y de la organización marxista Combatientes del Pueblo o MEK. Esta última lanzó una campaña de terror que le costó la vida a más de un millar de líderes religiosos y políticos, que desencadenó una ola de represión con 5.000 ejecuciones. Hubo revueltas, manifestaciones, duramente reprimidas. Ese convulso frente interno, hizo creer a muchos que Irán se derrumbaría e Irak siguió recibiendo apoyo de los estados árabes, la Unión Soviética y algunos países occidentales, como Estados Unidos que en algunos momentos estuvo detrás de uno y otro bando.
La pérdida de base social del régimen – los sectores populares – especialmente hacia 1987, cuando Irán no podía imponer una victoria, a pesar de mantener la inicitativa y ocupar parte del sur de Irak, fue una señal de alarma de los líderes de la Revolución para buscar una salida. Las enormes pérdidas marcaron profundamente a la sociedad iraní y a sus dirigentes. El país perdió a más de 260.000 personas, de las cuales se estima que 120.000 eran combatientes y entre 11.000 a 16.000 civiles. Cientos de miles quedaron afectados en su salud por las lesiones recibidas en el campo de batalla, bombardeos, ataques de armas químicas. La guerra de las ciudades dejó grandes destrucciones en la infraestructura, la economía estaba al borde del colapso por las sanciones internacionales, el desempleo tenía niveles de vértigo.
La guerra puso en evidencia la capacidad de adaptación de la nación iraní a una situación excepcional. El sector agrícola no fue descuidado, sino que se adoptaron medidas creando la “Campaña de Reconstrucción”, con personal exento de prestar servicio militar, fueron adoptadas medidas inteligentes en la importación de bienes no esenciales para el ahorro de divisas y rutas alternativas para el petróleo y eludir sanciones y posibles ataques (Turquía se benefició de ello y permitió desarrollar un aceitado sistema para eludir sanciones por parte de Teherán). El régimen logró articular el sistema educativo con las necesidades de la movilización, permitiendo hacer funcionar plantas industriales, producir equipos militares (incluso para los modernos aviones de combate heredados de tiempos del sha).
Si los iraquíes alguna vez habían considerado socavar el régimen revolucionario en Irán, para 1988 hacía tiempo que habían renunciado a ellos. En cambio, la República Islámica mostró un compromiso inquebrantable con el concepto de guerra hasta la victoria (que implicaba el derrocamiento del régimen del Baas) hasta los últimos días de la lucha. El aceptar por parte de Irán de la Resolución 598 del Consejo de Seguridad, no fue una cuestión táctica, sino estratégica. El régimen entendió que poner fin al conflicto significaba la supervivencia de la Revolución. Los estrategas iraníes entendieron que no era factible moldear el Próximo Oriente según la visión islámica y por ende aceptaron el statu quo establecido por el sha en 1975. Teherán comprendió que no era viable exportar la revolución, a pesar del mantenimiento de la narrativa de la “umma islámica” y no había otra opción que adaptarse a las circunstancias. Esta prueba de pragmatismo lo veremos a lo largo de los conflictos sostenidos por Irán. El objetivo final siempre será la preservación de la unidad nacional y del sistema político heredado de la Revolución de 1979.
infantería iraní.
El mantenimiento del proxy Hezbollah en Líbano, le permitió a Irán, mantener cierta injerencia en la política del Próximo Oriente. El atentado contra el cuartel de la Fuerza Multinacional de Paz en el Libano, ocurrido en 1983, costándole la vida a 241 militares de Estados Unidos y 58 franceses, es un ejemplo del empleo de agentes desestabilizadores con apoyo iraní. En el seno del alto mando de los pasdaran, durante la guerra con Irak,fueron creadas una serie de unidades, destinadas a entrenar y asistir a organizaciones armadas extranjeras, como las guerrillas kurdas, la creación de una unidad de exiliados iraquíes o en el entrenamiento de las milicias de Hezbollah. La valiosa experiencia adquirida, le permitiría años después a Irán, construir las bases del Eje de la Resistencia y el concepto de la “Defensa Avanzada” por medio de agentes proxy.
El fin de la guerra impuso la necesidad de la reconstrucción nacional, prevaleciendo el criterio de un mayor grado de apertura económica y de protagonismo del sector privado. Años de sanciones y aislamiento, tuvieron un fuerte impacto en la sociedad iraní, pero también dejaron valiosas lecciones para el régimen para el desarrollo de una estructura para eludir sanciones a través de terceros actores.
En el campo internacional, los iraníes fueron pragmáticos y finalizada la guerra lanzaron una estrategia para romper el aislamiento, primero con la Unión Soviética, para compensar en parte la amenaza de Estados Unidos. Luego de 1991 con la implosión de la URSS, Teherán se proyectó discretamente sobre Asia Central, además de mantener buenas relaciones con Rusia. Esta estrategia de largo plazo tuvos sus frutos, donde los países de dicha región y el Kremlin, con válvulas de escape para romper el aislamiento y sanciones derivados del plan nuclear. Sin embargo, a pesar del pragmatismo, el régimen de los ayatolás, siguió apostando a una política exterior independiente, autosuficiencia en lo económico, siguiendo de alguna manera los lineamientos fijados por Jomeini.
La decisión de Irak, de aceptar los términos del Tratado de Argel de 1975, al poco tiempo de invadir Kuwait, fue visto como una victoria por parte de Irán. A pesar de las victorias iraquíes en 1988, no significó el cumplimiento de los objetivos fijados al inicio de la guerra: la ocupación de Juzestán y el colapso del régimen revolucionario. La República Islámica había logrado contener una potencia regional en ascenso – Irak – que tuvo pleno respaldo de Occidente, los estados árabes y la Unión Soviética, librando una terrible guerra de desgaste. Los líderes iraníes, por medio de su narrativa, mostraron este terrible conflicto, en un escenario en el cual se demostraba al mundo que la revolución estaba dispueta a promocionar el nacionalismo, su ideología y la necesidad de supervivencia como Estado, dejando manifiesta su intención de conseguir un rol de poder en la región a través del enorme sacrificio material y espiritual de los iraníes.
El horrible sacrificio, como lo define Moisés Gaduño García,[4] al conflicto librado entre Irán e Irak, a nuestro entender, tuvo un hondo impacto en la política de defensa iraní. Durante el conflicto, no solo se forjaron muchos de los altos mandos iraníes, sino que comenzó a gestarse una nueva doctrina militar, el empleo de proxies para desgastar el frente interno del adversario, el uso de misiles balísticos, la guerra asimétrica en el mar. A pesar de los años de guerra, las pérdidas materiales y humanas, las fuerzas armadas iraníes no fueron destruidas y sobrevivieron. Por otro lado, el régimen para mantener adhesiones, no impuso las medidas de austeridad a sectores tan influyentes como el Bazar, una prueba de pragmatismo en la política interna.
La guerra impulsada por intereses que buscaban la destrucción de la naciente república islámica, tuvo un efecto inverso, en el plano político el régimen se consolidó, movilizó la opinión pública y tuvo argumentos para aplastar de manera implacable la oposición política. La Revolución quedó fortalecida, a pesar de los enormes daños generados por años de guerra y las fuerzas armadas iraníes, poseedoras de una valiosa experiencia.
[1] El término Basij significa en persa, “Movilización” el nombre completo de la organización era: Sâzmân-e Basij-e Mostaz’afin u Organización para la Movilización de los Oprimidos. Estuvo nutrida por voluntarios y se hizo célebre por los niños soldados y jóvenes que se lanzaban contra las defensa iraquíes, llevando consigo llaves de plástico, conocidas como “las llaves del Paraíso”, dado que su sacrificio, era considerado “martirio” por la fe. En 1981, la organización fue integrada al Ejército de los Guardianes de la Revolución Isámica o Pasdaran. Nota del Autor.
[2] La fecha fue elegida por razones climáticas, que facilitaran las operacionese. Nota del Autor.
[3] Se estima que más de 500 buques fueron dañados y unos 430 marinos mercantes perdieron la vida. Nota del Autor.
[4] GARCIA GADUÑO, Moisés: Las Fuerzas Armadas de la República Islámica de Irán: una aproximación a su historia, ideología y armamento estratégico. Tesis. El Colegio de México. Disponible en https://repositorio.colmex.mx/concern/theses/c534fp149?locale=es. Consultado 21 de agosto de 2025.
Neutralizar a Dos: Cómo Irán e Israel Son Llevados Juntos al Altar del Capital
Renan Guevara Serrano Candidato a Doctorado en Estudios Estratégicos
Lo que está ocurriendo entre Irán e Israel no es una erupción espontánea del caos, sino una operación meticulosamente planificada. Israel, con el respaldo incondicional de Washington, ha lanzado ataques masivos que han devastado centros de investigación nuclear, infraestructuras críticas y viviendas civiles. No se trata de autodefensa. Son asesinatos selectivos. Y sin embargo, el coro mediático en Occidente insiste en vestir esta agresión con el ropaje del “choque de civilizaciones”o “el programa nuclear de Irán”.
No es una guerra en sentido estricto. Es una campaña de desmantelamiento, diseñada no para vencer a un enemigo militar, sino para quebrar la columna vertebral de un Estado soberano. Irán es castigado no por lo que hace, sino por lo que representa: una resistencia relativa, incómoda, al orden neoliberal regional dirigido desde Tel Aviv, Riad y Wall Street. Israel tampoco sale indemne. También sangra, también se desgasta. Porque en esta dinámica, la destrucción es un negocio. Cuanto más se arruina, más rentable se vuelve la reconstrucción… bajo condiciones impuestas, claro.
No se trata de ideología, religión ni seguridad. Se trata de capital. Los misiles abren paso a los contratos. Tras los bombardeos llegarán los tecnócratas, los fondos de inversión, los bancos del Golfo. No vendrán con tanques, sino con memorandos de entendimiento. Habrá promesas de “ayuda” y “modernización”, pero el precio será la subordinación económica, la pérdida de autonomía, la reconversión forzada. En nombre de la estabilidad, se sembrará dependencia.
Y eso, conviene decirlo con claridad, no es un accidente. Es el guión. Lo han hecho antes, y lo volverán a hacer. La tragedia es que muchos aún lo llaman paz.
El 12 de junio, Israel -armado hasta los dientes, financiado sin condiciones y diplomáticamente blindado por Washington- lanzó una ofensiva aérea masiva bajo el nombre de “Operación León Naciente.” Más de cien objetivos en Irán fueron alcanzados: instalaciones nucleares, fábricas de misiles balísticos, y las viviendas de altos mandos del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica. No fueron actos de defensa. Fueron ejecuciones extrajudiciales. Entre las víctimas hubo científicos nucleares y líderes militares, figuras centrales de la soberanía iraní frente a un orden internacional estructurado para mantener la supremacía occidental.
La respuesta iraní no fue un arrebato irracional, sino el ejercicio legítimo y calculado de su derecho a la autodefensa. Teherán ha estado ejecutando una ofensiva precisa y cuidadosamente calibrada con misiles y drones, que no sólo desbordó los sistemas de defensa israelíes, sino que logró lo impensable: perforar la tan glorificada Cúpula de Hierro y golpear con fuerza zonas estratégicas en pleno Tel Aviv. Fue una operación quirúrgica, no simbólica, que demostró capacidad técnica, soberanía operativa y voluntad política.
Pero esto no es un caso de destrucción mutua asegurada. No es locura. Es cálculo. Lo que se está llevando a cabo es una desestabilización meticulosamente gestionada. Irán no está siendo derrotado: está siendo atacado por negarse a arrodillarse. No es su amenaza nuclear la que enfurece a las potencias occidentales, sino su negativa a convertirse en otro Estado cliente y ejercer su soberanía.
En esta campaña no se busca la paz, ni siquiera la victoria. Se busca el colapso. La “reconstrucción” llegará después, ofrecida como caridad neoliberal por los mismos actores que financiaron la destrucción. Y si los iraníes se resisten a ser domesticados, serán presentados como fanáticos o terroristas. Es un guión viejo. Lo han hecho antes.
Llamar “incontrolable” a la actual escalada es confundir el escenario con el guión. Esto no es una crisis que se desborda; es la ejecución milimétrica de una estrategia. Y no fue concebida ni en Teherán ni en Tel Aviv, sino en los despachos de estrategia occidental y las oficinas de corretaje financiero del Golfo. La devastación que hoy azota tanto a Irán como a Israel no es producto del caos, sino de un agotamiento planificado. Ninguno de los dos Estados está siendo “derrotado” en el sentido clásico. Ambos están siendo drenados, desarmados, debilitados, no mediante diplomacia, sino mediante desgaste.
Esto no es una guerra para ganar o perder. Es una guerra para erosionar, hasta hacer desaparecer, los últimos vestigios de soberanía militar efectiva en Asia Occidental. Irán no se está colapsando: está siendo empujado, paso a paso, hacia un “nuevo orden regional” no impuesto por la razón, sino por la promesa condicionada de reconstrucción.
Las monarquías del Golfo -Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Qatar- se han presentado ante el mundo como las nuevas “fuerzas de moderación” en el conflicto. Se ofrecen como mediadores imparciales, gestores de reconstrucción y garantes de estabilidad regional. Pero sería ingenuo -o deliberadamente ciego- tomar este gesto por filantropía. Lo que se anuncia como ayuda es, en realidad, inversión estratégica. Quien financie la reconstrucción de la infraestructura iraní o la rehabilitación del sistema de defensa israelí no estará prestando asistencia: estará comprando acceso, moldeando políticas y asegurando subordinación.
Estas no son donaciones. Son apuestas geopolíticas con retorno esperado. Los fondos soberanos del Golfo -entre los más grandes del mundo- ya han sido movilizados en otras zonas devastadas, desde Siria hasta Gaza, siempre con condiciones. Hoy, frente a una región extenuada por el fuego cruzado y las sanciones, los contratos de “reconstrucción” se convierten en los nuevos instrumentos de dominación.
El Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo no actúa como un cuerpo de paz, sino como un consorcio de intereses. Quienes se integren a sus esquemas financieros lo harán a costa de su soberanía. El proyecto no es reconstruir para liberar, sino reconstruir para domesticar.
El Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo no actúa como un cuerpo de paz, sino como un consorcio de intereses económicos y estratégicos. Quienes se integren a sus esquemas financieros lo harán a costa de su soberanía. El proyecto no es reconstruir para liberar, sino reconstruir para domesticar. Lejos de consolidarse como una fuerza de paz, el Consejo opera como el fideicomisario de una dependencia regional cuidadosamente administrada. No necesita desplegar tanques; le basta con licitaciones. Así es como se neutraliza la soberanía en el siglo XXI: no con cañones, sino con contratos.
Frente a esta maquinaria, los BRICS -en particular Rusia y China- ofrecen una alternativa incipiente, aún limitada, pero históricamente significativa. Mientras Occidente disfraza el saqueo como “reformas estructurales” y los Estados del Golfo se presentan como filántropos de posguerra, Pekín y Moscú han promovido principios básicos de respeto a la soberanía, no-intervención y desarrollo mutuo. La Iniciativa de la Franja y la Ruta, plantea una lógica distinta: integración sin destrucción previa. Cooperación sin bombardeos como prólogo.
Pero el enemigo es persistente. Ya no se requieren tropas de ocupación ni planes del FMI: basta con la penetración del capital especulativo. Aquí es donde actúa el verdadero arquitecto de la dependencia: el Capital Financiarizado Global. Una vez agotadas las capacidades militares de Irán e Israel, ese capital se desplegará, no como gesto de paz, sino como instrumento de domesticación. Lo que no logró la guerra, lo impondrá la deuda. La política exterior se redactará, no en nombre de la dignidad nacional, sino al ritmo de los mercados.
Incluso Gaza, durante décadas símbolo moral de la dignidad árabe, está siendo transformada. Ya no como bandera de resistencia, sino como activo financiero en el portafolio de las monarquías del Golfo. La “reconstrucción” será financiada por Riad, Doha o Abu Dabi, pero no como acto de justicia, sino como inversión con retorno. Si Israel acepta integrarse a la lógica del capital, Gaza no será liberada: será explotada.
En este contexto, China y Rusia representan -con todas sus limitaciones- una contención parcial al despojo globalizado, una resistencia estructural al poder de los bancos y los fondos. No se trata de idealizarlos, sino de reconocer que, en un mundo donde los contratos reemplazan a la soberanía y las bombas preparan el terreno para BlackRock, cualquier atisbo de orden alternativo merece ser defendido.
Esto no es paz. Es pacificación. Y no se impone con drones ni tanques, sino con calificaciones crediticias y garantías de liquidez. El objetivo no es resolver los conflictos de la región, sino volverlos manejables, previsibles y, en última instancia, rentables.
Estamos presenciando el acto final de una operación largamente preparada. El modelo de resistencia en Asia Occidental no está siendo debatido ni reformado: está siendo desmantelado de forma sistemática. La ilusión de disuasión mutua -invocada durante años para explicar la tensa estabilidad entre las potencias regionales- se ha derrumbado. Lo que queda es una convergencia controlada: los dos últimos Estados de la región capaces de sostener una resistencia militar autónoma -Irán e Israel- están siendo neutralizados al unísono. No porque compartan valores, sino porque representan, de distintas maneras, un obstáculo al nuevo orden post-soberano que se está imponiendo en la región.
Esto no marca el fin de la guerra, sino el comienzo de una paz gerenciada, donde la violencia abierta es sustituida por un orden tecnocrático diseñado para preservar la arquitectura de poder. El vacío dejado por unas fuerzas armadas exhaustas no será llenado por movimientos de liberación ni por diplomacia desde abajo, sino por burócratas financieros, organismos multilaterales y empresas privadas con contratos en la mano. La autonomía estratégica de Irán está siendo progresivamente erosionada bajo la presión de sanciones, aislamiento y promesas condicionadas de reconstrucción. Israel, por su parte, no está siendo derrotado por la resistencia árabe, sino humillado por la caída del mito de su invulnerabilidad militar, y contenido -no por principios- sino por el capital del Golfo, que va a exigir estabilidad para proteger sus inversiones.
Ambos Estados están siendo rediseñados para ajustarse a un nuevo marco regional donde la moneda de cambio no es la legitimidad ni la autodeterminación, sino la liquidez. La región no se encamina hacia una reconciliación basada en justicia, sino hacia una recalibración funcional al mercado: una paz de gestoría, no de principios. En este nuevo paradigma, la soberanía es tolerada sólo si no interfiere con los flujos de capital. Y quienes se resistan, serán marginados. O reconstruidos.
La llamada “influencia” de Estados Unidos en este conflicto no responde a intereses nacionales ni a principios democráticos. Es, sencillamente, la extensión práctica del poder del capital financiero global, que utiliza a Washington como su ejecutor político y militar. No hay ninguna decisión que se tome en nombre de la justicia, la legalidad internacional o la paz. Lo que se impone es un sistema en el que el bombardeo prepara el terreno para el contrato, y la devastación garantiza la obediencia.
En este esquema, las monarquías del Golfo ya no son simples beneficiarias del paraguas militar estadounidense: se han convertido en cómplices activos y codiseñadores del nuevo orden regional. Arabia Saudita, Emiratos y Qatar no están “equilibrando” el poder regional, lo están capitalizando. Su papel es claro: ofrecer reconstrucción a cambio de subordinación, comprar influencia con licitaciones, imponer condiciones políticas mediante inversiones. Están reconfigurando su lugar en el sistema mundial no como actores soberanos, sino como administradores regionales del capital transnacional. En un mundo que se encamina hacia la multipolaridad, el Golfo ha decidido no desafiar el orden existente, sino convertirse en su gerente regional.
Al mundo se le dirá que esto es paz. No lo es. No es reconciliación. Es un reinicio. Y no concebido en Teherán o Tel Aviv, sino en Davos y Dubái. Quienes lo diseñan no hablan el lenguaje de la justicia, de la dignidad ni de la liberación. Hablan únicamente en la lengua fría y precisa del análisis costo-beneficio y del retorno de la inversión futura.