Posted on Leave a comment

Neutralizar a Dos: Cómo Irán e Israel Son Llevados Juntos al Altar del Capital

Renan Guevara Serrano
Candidato a Doctorado en Estudios Estratégicos

Lo que está ocurriendo entre Irán e Israel no es una erupción espontánea del caos, sino una operación meticulosamente planificada. Israel, con el respaldo incondicional de Washington, ha lanzado ataques masivos que han devastado centros de investigación nuclear, infraestructuras críticas y viviendas civiles. No se trata de autodefensa. Son asesinatos selectivos. Y sin embargo, el coro mediático en Occidente insiste en vestir esta agresión con el ropaje del “choque de civilizaciones”o “el programa nuclear de Irán”.

No es una guerra en sentido estricto. Es una campaña de desmantelamiento, diseñada no para vencer a un enemigo militar, sino para quebrar la columna vertebral de un Estado soberano. Irán es castigado no por lo que hace, sino por lo que representa: una resistencia relativa, incómoda, al orden neoliberal regional dirigido desde Tel Aviv, Riad y Wall Street. Israel tampoco sale indemne. También sangra, también se desgasta. Porque en esta dinámica, la destrucción es un negocio. Cuanto más se arruina, más rentable se vuelve la reconstrucción… bajo condiciones impuestas, claro.

No se trata de ideología, religión ni seguridad. Se trata de capital. Los misiles abren paso a los contratos. Tras los bombardeos llegarán los tecnócratas, los fondos de inversión, los bancos del Golfo. No vendrán con tanques, sino con memorandos de entendimiento. Habrá promesas de “ayuda” y “modernización”, pero el precio será la subordinación económica, la pérdida de autonomía, la reconversión forzada. En nombre de la estabilidad, se sembrará dependencia.

Y eso, conviene decirlo con claridad, no es un accidente. Es el guión. Lo han hecho antes, y lo volverán a hacer. La tragedia es que muchos aún lo llaman paz.

El 12 de junio, Israel -armado hasta los dientes, financiado sin condiciones y diplomáticamente blindado por Washington- lanzó una ofensiva aérea masiva bajo el nombre de “Operación León Naciente.” Más de cien objetivos en Irán fueron alcanzados: instalaciones nucleares, fábricas de misiles balísticos, y las viviendas de altos mandos del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica. No fueron actos de defensa. Fueron ejecuciones extrajudiciales. Entre las víctimas hubo científicos nucleares y líderes militares, figuras centrales de la soberanía iraní frente a un orden internacional estructurado para mantener la supremacía occidental.

La respuesta iraní no fue un arrebato irracional, sino el ejercicio legítimo y calculado de su derecho a la autodefensa. Teherán ha estado ejecutando una ofensiva precisa y cuidadosamente calibrada con misiles y drones, que no sólo desbordó los sistemas de defensa israelíes, sino que logró lo impensable: perforar la tan glorificada Cúpula de Hierro y golpear con fuerza zonas estratégicas en pleno Tel Aviv. Fue una operación quirúrgica, no simbólica, que demostró capacidad técnica, soberanía operativa y voluntad política.

Pero esto no es un caso de destrucción mutua asegurada. No es locura. Es cálculo. Lo que se está llevando a cabo es una desestabilización meticulosamente gestionada. Irán no está siendo derrotado: está siendo atacado por negarse a arrodillarse. No es su amenaza nuclear la que enfurece a las potencias occidentales, sino su negativa a convertirse en otro Estado cliente y ejercer su soberanía.

En esta campaña no se busca la paz, ni siquiera la victoria. Se busca el colapso. La “reconstrucción” llegará después, ofrecida como caridad neoliberal por los mismos actores que financiaron la destrucción. Y si los iraníes se resisten a ser domesticados, serán presentados como fanáticos o terroristas. Es un guión viejo. Lo han hecho antes.

Llamar “incontrolable” a la actual escalada es confundir el escenario con el guión. Esto no es una crisis que se desborda; es la ejecución milimétrica de una estrategia. Y no fue concebida ni en Teherán ni en Tel Aviv, sino en los despachos de estrategia occidental y las oficinas de corretaje financiero del Golfo. La devastación que hoy azota tanto a Irán como a Israel no es producto del caos, sino de un agotamiento planificado. Ninguno de los dos Estados está siendo “derrotado” en el sentido clásico. Ambos están siendo drenados, desarmados, debilitados, no mediante diplomacia, sino mediante desgaste.

Esto no es una guerra para ganar o perder. Es una guerra para erosionar, hasta hacer desaparecer, los últimos vestigios de soberanía militar efectiva en Asia Occidental. Irán no se está colapsando: está siendo empujado, paso a paso, hacia un “nuevo orden regional” no impuesto por la razón, sino por la promesa condicionada de reconstrucción.

Las monarquías del Golfo -Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Qatar- se han presentado ante el mundo como las nuevas “fuerzas de moderación” en el conflicto. Se ofrecen como mediadores imparciales, gestores de reconstrucción y garantes de estabilidad regional. Pero sería ingenuo -o deliberadamente ciego- tomar este gesto por filantropía. Lo que se anuncia como ayuda es, en realidad, inversión estratégica. Quien financie la reconstrucción de la infraestructura iraní o la rehabilitación del sistema de defensa israelí no estará prestando asistencia: estará comprando acceso, moldeando políticas y asegurando subordinación.

Estas no son donaciones. Son apuestas geopolíticas con retorno esperado. Los fondos soberanos del Golfo -entre los más grandes del mundo- ya han sido movilizados en otras zonas devastadas, desde Siria hasta Gaza, siempre con condiciones. Hoy, frente a una región extenuada por el fuego cruzado y las sanciones, los contratos de “reconstrucción” se convierten en los nuevos instrumentos de dominación.

El Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo no actúa como un cuerpo de paz, sino como un consorcio de intereses. Quienes se integren a sus esquemas financieros lo harán a costa de su soberanía. El proyecto no es reconstruir para liberar, sino reconstruir para domesticar.

El Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo no actúa como un cuerpo de paz, sino como un consorcio de intereses económicos y estratégicos. Quienes se integren a sus esquemas financieros lo harán a costa de su soberanía. El proyecto no es reconstruir para liberar, sino reconstruir para domesticar. Lejos de consolidarse como una fuerza de paz, el Consejo opera como el fideicomisario de una dependencia regional cuidadosamente administrada. No necesita desplegar tanques; le basta con licitaciones. Así es como se neutraliza la soberanía en el siglo XXI: no con cañones, sino con contratos.

Frente a esta maquinaria, los BRICS -en particular Rusia y China- ofrecen una alternativa incipiente, aún limitada, pero históricamente significativa. Mientras Occidente disfraza el saqueo como “reformas estructurales” y los Estados del Golfo se presentan como filántropos de posguerra, Pekín y Moscú han promovido principios básicos de respeto a la soberanía, no-intervención y desarrollo mutuo. La Iniciativa de la Franja y la Ruta, plantea una lógica distinta: integración sin destrucción previa. Cooperación sin bombardeos como prólogo.

Pero el enemigo es persistente. Ya no se requieren tropas de ocupación ni planes del FMI: basta con la penetración del capital especulativo. Aquí es donde actúa el verdadero arquitecto de la dependencia: el Capital Financiarizado Global. Una vez agotadas las capacidades militares de Irán e Israel, ese capital se desplegará, no como gesto de paz, sino como instrumento de domesticación. Lo que no logró la guerra, lo impondrá la deuda. La política exterior se redactará, no en nombre de la dignidad nacional, sino al ritmo de los mercados.

Incluso Gaza, durante décadas símbolo moral de la dignidad árabe, está siendo transformada. Ya no como bandera de resistencia, sino como activo financiero en el portafolio de las monarquías del Golfo. La “reconstrucción” será financiada por Riad, Doha o Abu Dabi, pero no como acto de justicia, sino como inversión con retorno. Si Israel acepta integrarse a la lógica del capital, Gaza no será liberada: será explotada.

En este contexto, China y Rusia representan -con todas sus limitaciones- una contención parcial al despojo globalizado, una resistencia estructural al poder de los bancos y los fondos. No se trata de idealizarlos, sino de reconocer que, en un mundo donde los contratos reemplazan a la soberanía y las bombas preparan el terreno para BlackRock, cualquier atisbo de orden alternativo merece ser defendido.

Esto no es paz. Es pacificación. Y no se impone con drones ni tanques, sino con calificaciones crediticias y garantías de liquidez. El objetivo no es resolver los conflictos de la región, sino volverlos manejables, previsibles y, en última instancia, rentables.

Estamos presenciando el acto final de una operación largamente preparada. El modelo de resistencia en Asia Occidental no está siendo debatido ni reformado: está siendo desmantelado de forma sistemática. La ilusión de disuasión mutua -invocada durante años para explicar la tensa estabilidad entre las potencias regionales- se ha derrumbado. Lo que queda es una convergencia controlada: los dos últimos Estados de la región capaces de sostener una resistencia militar autónoma -Irán e Israel- están siendo neutralizados al unísono. No porque compartan valores, sino porque representan, de distintas maneras, un obstáculo al nuevo orden post-soberano que se está imponiendo en la región.

Esto no marca el fin de la guerra, sino el comienzo de una paz gerenciada, donde la violencia abierta es sustituida por un orden tecnocrático diseñado para preservar la arquitectura de poder. El vacío dejado por unas fuerzas armadas exhaustas no será llenado por movimientos de liberación ni por diplomacia desde abajo, sino por burócratas financieros, organismos multilaterales y empresas privadas con contratos en la mano. La autonomía estratégica de Irán está siendo progresivamente erosionada bajo la presión de sanciones, aislamiento y promesas condicionadas de reconstrucción. Israel, por su parte, no está siendo derrotado por la resistencia árabe, sino humillado por la caída del mito de su invulnerabilidad militar, y contenido -no por principios- sino por el capital del Golfo, que va a exigir estabilidad para proteger sus inversiones.

Ambos Estados están siendo rediseñados para ajustarse a un nuevo marco regional donde la moneda de cambio no es la legitimidad ni la autodeterminación, sino la liquidez. La región no se encamina hacia una reconciliación basada en justicia, sino hacia una recalibración funcional al mercado: una paz de gestoría, no de principios. En este nuevo paradigma, la soberanía es tolerada sólo si no interfiere con los flujos de capital. Y quienes se resistan, serán marginados. O reconstruidos.

La llamada “influencia” de Estados Unidos en este conflicto no responde a intereses nacionales ni a principios democráticos. Es, sencillamente, la extensión práctica del poder del capital financiero global, que utiliza a Washington como su ejecutor político y militar. No hay ninguna decisión que se tome en nombre de la justicia, la legalidad internacional o la paz. Lo que se impone es un sistema en el que el bombardeo prepara el terreno para el contrato, y la devastación garantiza la obediencia.

En este esquema, las monarquías del Golfo ya no son simples beneficiarias del paraguas militar estadounidense: se han convertido en cómplices activos y codiseñadores del nuevo orden regional. Arabia Saudita, Emiratos y Qatar no están “equilibrando” el poder regional, lo están capitalizando. Su papel es claro: ofrecer reconstrucción a cambio de subordinación, comprar influencia con licitaciones, imponer condiciones políticas mediante inversiones. Están reconfigurando su lugar en el sistema mundial no como actores soberanos, sino como administradores regionales del capital transnacional. En un mundo que se encamina hacia la multipolaridad, el Golfo ha decidido no desafiar el orden existente, sino convertirse en su gerente regional.

Al mundo se le dirá que esto es paz. No lo es. No es reconciliación. Es un reinicio. Y no concebido en Teherán o Tel Aviv, sino en Davos y Dubái. Quienes lo diseñan no hablan el lenguaje de la justicia, de la dignidad ni de la liberación. Hablan únicamente en la lengua fría y precisa del análisis costo-beneficio y del retorno de la inversión futura.

Y ese, desde el principio, fue el plan.

Posted on Leave a comment

La guerra de Irán – Irak: “El horrible sacrificio”

  • agosto 24, 2025

Este es un adelanto de nuestro libro “IRÁN y sus Fuerzas Armadas. Su particular Sistema de Defensa y Seguridad”, donde transcribimos el primer capítulo de dicha obra, que pronto estará a la venta como también gratis en PDF.  Transcribimos el capítulo dedicado a la Guerra Irán Irak, cumpliéndose este 2025, 45 años de su inicio. 

Por el Dr Jorge Alejandro Suárez Saponaro

Mg. en Defensa Nacional.

La guerra desatada en 1980, siendo la justificación una serie de reclamaciones territoriales, escondía intereses mucho más complejos tanto de actores regionales como extrarregionales. El detonante fue la denuncia del Tratado de Argel por la cuestión del Shatt al-Arab, por parte de Irak, escalando el conflicto, en atención que consideraba que Irán bajo el nuevo gobierno revolucionario, estaba completamente vulnerable. El resultado fue la consolidación del régimen establecido en 1979, con el derrocamiento de la dinastía Pahlevi y una verdadera “escuela” donde se forjaron los futuros mandos de las Fuerzas Armadas iraníes, especialmente el Ejército de los Guardianes de la Revolución Islámica (“pasdaran”).

Las pérdidas sufridas, el aislamiento internacional que padeció Irán durante el conflicto, sin ninguna duda marcó el pensamiento en materia de Defensa Nacional para Teherán. En este capítulo de manera sintética, hablaremos los puntos más destacables del conflicto.

Los objetivos de los beligerantes, tomando en cuenta la bibliografía existente:

a)       Irak.

  • Control efectivo sobre la vía fluvial Shatt el Arab, dejando sin efecto las obligaciones del Acuerdo de Argel de 1975.
  • Ocupación de la provincia iraní de Juzestán, con una importante población árabe y rica en recursos petroleros.
  • Proyección sobre el Golfo Pérsico.
  • Eliminación del régimen revolucionario iraní instaurado en 1979.

b)      Irán.

  • Mantenimiento del statu quo resultado del Acuerdo de Argel de 1975 respecto al Shatt el Arab.
  • Proyección de la Revolución Islámica, dado que la mayor parte de la población de Irak es chií.
  • Mantener el control de la provincia de Juzestán.

Las Fuerzas Armadas de Irán, durante el reinado del sha Mohammad Reza Pahlevi, habían alcanzado teóricamente un alto nivel de desarrollo, gracias a los ingresos petroleros y la estrecha alianza con Occidente, permitiendo adquirir modernos sistemas de armas, pero con una fuerte dependencia del asesoramiento extranjero para su operación y mantenimiento. Las inversiones se orientaron a las fuerzas terrestres y aéreas, bajo los sueños del sha de convertir a Irán en la primera potencia del Próximo Oriente.  En este proceso, también se sentaron las bases para el desarrollo de una industria de defensa local.

El despliegue de las fuerzas armadas estaba orientado, especialmente hacia la frontera con Irak, considerado la principal hipótesis de conflicto, por el viejo conflicto del Shatt al-Arab. Esto tuvo sus ventajas a la hora de responder ante el ataque iraquí.

El triunfo de la Revolución Islámica de 1979, significó una crisis para las Fuerzas Armadas, por las deserciones, purgas, ejecuciones de altos mandos y el exilio de muchos cuadros capacitados. El retiro de millares de asesores extranjeros, afectó también la operación de sistemas de armas complejos, especialmente para la Fuerza Aérea.  

Los grupos paramilitares islamistas, se transformaron por orden del ayatolá Jomeini, en la base de un nuevo ejército, que en una primera instancia iba absorber las fuerzas armadas heredadas de tiempos del sha. Finalmente, se transfomó en otra fuerza armada, con rango constitucional: el Ejército de los Guardianes de la Revolución Islámica, cuyo proceso de expansión en plena guerra con Irak incluyó la creación de las armas aérea y naval, además de una milicia popular, conocidos como Basij.[1]

El liderazgo iraquí consideró que la delicada situación de las fuerzas armadas iraní y la inestabilidad derivada del nuevo régimen imperante en Teherán, jugaba a su favor en el marco de una acción militar.  Irak tenía fuerzas armadas modernas, pero su alto mando, estaba altamente politizado y los ascensos estaban marcados por lealtades de clan, influencias políticas, más que por talento profesional. La personalidad de Saddam Hussein no ayudaba, siempre temeroso de un golpe de estado, llevó a cabo violentas purgas y ejecuciones de altos oficiales, afectando la conducción estratégica y operacional de las fuerzas armadas de Irak.

Primera fase de la guerra (22 de septiembre de 1980 – enero de 1981)

En septiembre de 1980,[2] las fuerzas de Irak, lanzaban la Operación Kadisiya, en honor a la batalla librada por las tropas árabes en 637, que derrotaron a las fuerzas del imperio persa sasánida.

En cuanto al despliegue inicial de las fuerzas en el Teatro de Operaciones, en las fases iniciales de la guerra:

a). Frente Norte, siendo el centro de gravedad: Kirkuk.  Los iraquíes desplegaron cuatro divisiones de infantería, siendo la reserva un Cuerpo de Ejército. Lo iraníes contaban con dos divisiones de infantería.

b) Frente Centro. El centro de gravedad era Bagdad: los iraquíes tenían dos divisiones de infantería, una división mecanizada y una división blindada. Irán contaba con una división de infantería y otra blindada.

c) Frente Sur. Centro de Gravedad: Kasiriya. Irak contaba con dos divisiones mecanizadas, dos divisiones blindadas y un Cuerpo de Ejército como reserva.

d) Reserva Estratégica: Irak contaba con una división blindada y formaciones de apoyo en Bagdad. Irán en Teherán, tenía dos divisiones mecanizadas y una blindada.

El Objetivo Estratégico Operacional fijado por Irak fue la conquista y ocupación de las ciudades iraníes de ciudades de Abadan y Khorramshar, eventualmente Ahwaz y especialmente, la ciudad de Dezful, la terminal petrolera de la isla Kharg y el puerto de Bandar Chapur. Esto estaba en consonancia con la materialización de los Objetivos Político y Militar: el control del Shatt al- Arab y de la provincia iraní de Juzestán.  De lo enunciado se desprenden dos Direcciones Estratégicas Operacional Principal y Secundaria.

En cuanto a las Direcciones Estratégicas:

a) Estratégica Operacional Principal: ubicada en el sur del Teatro de Operaciones se materializa en el eje Basora – Khorramashar – Abadán. Estaba en relación con los objetivos fijados por los reclamos de Irak. Estaban asignados los medios con suficientes capacidades para llevar alcanzar los objetivos fijados por el nivel estratégico, incluyendo la ocupación de la provincia iraní de Juzestán.

b) Estratégica Operacional Secundaria: ubicada en el Frente Centro, con eje en Bagdad – Ghasr e Chirin, abriendo la posibilidad de la prolongación hacia el interior de Irán.

En el sector Sur, los iraquíes no concentraron todo su poder de combate, a pesar de ser el principal objetivo de la guerra.  Asimismo, la distribución de objetivos responde al concepto de “ataque frontal” y no la clásica maniobra de envolvimiento, rodeo o ruptura, siendo lo ideal en este tipo de operaciones militares.  Las razones posibles que el alto mando iraquí adoptó la división del teatro de operaciones en tres sectores y optara por la idea de un ataque frontal, se debía posiblemente a cuestiones internas del país. En el norte, la población kurda tenía una relación conflictiva con Bagdad y podía impulsar a Irán apoyar una rebelión de mayor magnitud. También estaban los importantes pozos petroleros de Kirkuk.  En la región central, Bagdad está a solo 150 km de la frontera iraní.

El Objetivo Estratégico Operacional desde el lado de Irán, consistió en la recuperación de los territorios ocupados por el enemigo y la ocupación de lugares puntuales en Irak, debilitando su capacidad ofensiva, garantizando el mantenimiento de las regiones recuperadas. La captura de la terminal petrolera de Fao, el intento de capturar los pozos petroleros de Kirkuk y el asegurar el control del Shatt el Arab, con la ocupación de Basora. Los iraníes en una primera instancia, a diferencia de los iraquíes, adoptaron un criterio de economía de fuerzas, sin buscar cubrir todo el frente. Organizaron un dispositivo de defensa en profundidad, por medio de escalones y con una adecuada reserva dispuesta para acudir cuando sea necesario en cualquier punto del frente.

Tropas iraníes usando máscaras. Irak hizo un empleo extensivo de armas químicas, prohibidas expresamente por el derecho internacional. 

Las fuerzas iraquíes lanzaron operaciones aéreas a escala contra la industria petrolera iraní y bases de la Fuerza Aérea Iraní.  En el frente norte, Irak mantuvo una actitud defensiva. La ofensiva en el sur perdió empuje, dado la enconada resistencia iraní, impulsando a Bagdad a lanzar acciones en Judeimaniyeh y Marivan.  En dicho sector la principal victoria de Irak fue la captura del puerto de Khorramashar en octubre de 1980, luego de un mes de dura resistencia iraní. Esta localidad era la llave de acceso a las ciudades de Ahwaz y Abadan, y por ende significaba la conquista de Juzestán.  La eficaz defensa iraní, permitió el repliegue del ejército de manera ordenada. El régimen internacional de sanciones a Irán, obligó a los estrategas de Teherán a reorganizar la logística, apelar el mercado negro y movilizar los recursos nacionales para apoyar el esfuerzo de guerra.

En esta etapa del conflicto, las fuerzas iraquíes sitiaron la ciudad de Abadan, sede entonces de una de las refinerías más grandes del mundo, donde la resistencia en una primera etapa estuvo en manos de los pasdaran y milicias Basij. En estas batallas, se formaron jóvenes mandos de dichas organizaciones militares, que operaban separadas del ejército. Recién en 1982, comenzaron a funcionar de manera conjunta (en el plano táctico) cosechando numerosos éxitos en el campo de batalla.

La Operación Morvarid (Perla) llevada a cabo de manera conjunta entre la Armada y la Fuerza Aérea iraní, desarrollada en noviembre de 1980, tuvo como resultado la destrucción de las dos terminales petroleras más importantes de Irak: Mina al Bakr y Khor-al-Amaya, además de la destrucción de gran parte de la Marina iraquí e instalaciones de radar. Este tipo de operaciones, puso en evidencia, que los cuadros que sobrevivieron a las violentas purgas y ejecuciones de los primeros días de la Revolución, eran competentes y buenos profesionales.

Piloto iraní y el F 14, poderoso caza adquirido en tiempos del sha. 

Pronto las fuerzas iraquíes adoptaron una postura defensiva, una vez cumplido los objetivos a la espera de iniciar un proceso de negociaciones.  En el sector central, los iraquíes capturaron Qasr el Chirine y Mehran, desaprovechando las ventajas para poder seguir avanzando hacia el interior de Irán, donde la defensa iraní era claramente inconsistente.

El ataque al puerto iraquí de Fao, por parte de comandos navales iraníes en noviembre de 1980, puso en evidencia la capacidad en el campo de las operaciones especiales de las fuerzas armadas persas. Irak se vio obligado a enviar su petróleo vía Siria, siendo objeto el oleoducto empleado para tal fin de una sofisticada operación de fuerzas especiales iraníes.

Los iraníes tenían serios problemas en el plano estratégico, dado el enfrentamiento entre el presidente Banisadr, el Consejo de Defensa Nacional y el liderazgo religioso, que se reflejaba en el campo de batalla, siendo el resultado la derrota de la batalla de Defzul.  Asimismo, se observa el desarrollo de tácticas, mal llamada de “oleada humana” protagonizadas por las milicias Basij. Esto consistía en el empleo de grupos de tiradores de veinte efectivos, avanzaban hacia objetivos específicos, dando la impresión de “oleada” para abrumar defensas iraquíes en puntos débiles. Estas tropas con equipo ligero, actuaban generalmente de noche, combinando la infiltración y la sorpresa, a pesar del alto costo en vidas – millares murieron en los campos de batalla – generaron serios contratiempos a los iraquíes. Los combatientes fueron instruidos en técnicas de infiltración, logrando en muchos casos golpear centros de comunicaciones y puestos de mando. Dicha táctica permitía rodear a grandes unidades de combate, permitiendo a los iraníes llevar a cabo una verdadera guerra de maniobras.

La falta de armas pesadas y los problemas de coordinación en el nivel estratégico entre los dos “ejércitos” iraníes, impidieron llevar a cabo batallas decisivas. No obstante, en el plano táctico, las distintas ramas militares iraníes actuaron de manera coordinada.

La táctica de “oledada humana” fue empleada a escala en la ciudad de Bostan, en el marco de la Operación Tariq al Quds (Camino a Jerusalén). En la conducción participó el competente teniente general Ali Sayyad Shirazi. Esta batalla fue un antes y después de la guerra a partir de ese momento, Irán tomó la iniciativa, llevando a cabo unas 70 ofensivas, centrándose especialmente en el frente sur, con el objetivo de capturar la ciudad de Basora y hacerse con los importantes pozos petroleros, que impactaría directamente en el esfuerzo de guerra iraquí y en segundo lugar, en el frente norte, los iraníes con apoyo de grupos armados kurdos, buscarían también ir por la ciudad de Kirkuk y la importente actividad petrolera, afectando la economía de Irak y obligando a dividir fuerzas.  

El competente general Ali Sayyad Shirazi, comandante en jefe del Ejército iraní en la guerra de Irán Irak. 

Esta fase de la guerra se cerró con el ataque iraní a la base aérea H 3 de Irak, ubicada a 430 km de Bagdad, en pleno desierto. Una fuerza formada por ocho cazabombarderos F-4 Phantom, cuatro F-14 Tomcat (posiblemente empleados como mini AWACS) tres aviones cisterna de reabastecimiento Boeing 707 y un avión de mando Boeing 747, destruyeron más de 27 cazas iraquíes. Las sanciones internacionales limitaron la operatividad de la Fuerza Aérea iraní, que mantuvo un rol netamente defensivo y que impulsaría el desarrollo de tácticas con misiles balísticos.

Tapa del libro próximo aparecer, donde publicamos uno de sus capítulos en este Blog como adelanto. 

Segunda Fase. Reorganización de las Fuerzas Armadas iraníes. Contraofensiva (enero de 1981- diciembre de 1982).

En esta fase se destaca por la liberación de la provincia de Juzestán.  El régimen consideró que la paz solo podría alcanzarse con la caída del gobierno del Baas de Saddam Hussein, exportando la revolución islámica a Irak, quedando reflejado la aspiración de constituir un eje Beirut, Damasco, Bagdad y Teherán.  Muchos años después este proyecto se mantuvo vigente en el marco del llamado “Eje de la Resistencia”.

La Operación Fath-ol-Mobin (Victora Innegable) liderada por el general Ali Sayyad Shirazi que culminó en la batalla de Sush, liberando el sur de Irán de la presencia iraquí.  Los iraníes mostraron capacidad para operaciones de armas combinadas, destacándose acciones de asalto aéreo con helicópteros CH 47 Chinook.

La Segunda Batalla de Jorramashahr – Operación Beit ol-Moqadda – fue una victoria iraní, observándose una mayor cooperación entre los dos “ejércitos” y las milicias Basij.

En materia de operaciones especiales, los iraníes mostraron especial talento en acciones contra la red de oleoductos que conectaban los pozos iraquíes con Siria y Turquía (enero de 1982). Esto impulsó a Irak a construir alternativas a través de Arabia Saudita, con sus costos asociados. Las acciones fueron llevadas a cabo no solo en Irak, sino en los territorios de Líbano y Turquía. La inteligencia iraní sin ninguna duda tuvo un papel destacado y supo explotar con habilidad la vulnerabilidad (salvo Siria que era afín a Teherán) de los actores involucrados para infiltrar tropas tipo comando.  Las fuerzas iraníes cosecharon una amplia experiencia, incluyendo el denominado Departamento 900, un organismo especial de inteligencia, germen de la futura Fuerza Quds de los pasdaran.

Prisioneros iraquíes. 

Tercera Fase. Desgaste mutuo. Operaciones en el ámbito del Golfo Pérsico y la guerra de los “tanqueros” (1983-1988)

Irak recibió apoyo occidental, incluyendo a Estados Unidos, proveyendo inteligencia y equipamiento. Europa también vendió armamento y las monarquías del Golfo Pérsico, brindaron generosos préstamos. Incluso se vendieron productos químicos, que Irak le daría un uso militar, ante la indiferencia de Occidente.  El gobierno de Bagdad hizo un llamado a las negociaciones y un cese del fuego, rechazado por Irán, quién exigió el cambio de régimen político, apoyando la creación de un gobierno en el exilio con su rama militar. 

Los beligerantes no tienen la capacidad de imponerse a su adversario.  El objetivo iraquí de provocar un colapso del régimen, tuvo un efecto contrario. La guerra movilizó a la población iraní y Jomeini consolidó su posición en su llamado a la “resistencia” y “guerra santa” contra los invasores. Las conquistas territoriales iraquíes, de por sí limitadas, comparadas con los medios empeñados y objetivos fijados por el nivel estratégico, fueron perdidas por la contraofensiva iraní.

En 1984, Irak gracias al reequipamiento de su Fuerza Aérea, pronto recuperó capacidades y declaró que todos los buques destinados a puertos iraníes serían objetivos militares. El primer ataque fue contra la isla de Kharg, importante terminal petrolera iraní. El objetivo era provocar que Teherán cerrara el Estrecho de Ormuz y ello motivara la intervención de Estados Unidos. Situación que no ocurrió, en cambio, si bloqueó el tráfico mercante dirigido a Irak.  Las Fuerzas Navales de los pasdaran comenzaron a desarrollar tácticas de guerra asimétrica en el mar con lanchas rápidas, generando importantes daños al tráfico mercante. A pedido de Kuwait, sus buques fueron protegidos por la Armada de Estados Unidos.[3] Los seguros marítimos se dispararon.

Entre los años 1985-86 se produjeron reuniones secretas entre Teherán y Washington. El acercamiento fue motivado, entre otras cosas, por la necesidad de lograr la liberación de siete rehenes estadounidenses retenidos en Líbano, en manos del grupo terrorista Hezbollah, controlado por Irán.  Por razones políticas, el presidente Reagan asumió el compromiso de su liberación ante su electorado. En la venta de las armas para Irán, intervino Israel y el dinero iba ser destinado a financiar la insurgencia (los “contras”) que luchaba contra el régimen sandinista de Nicaragua.  En su momento fue un escándalo nacional en Estados Unidos. Los iraníes obtuvieron un importante lote de misiles antitanque TOW, vitales para lidiar contra la amenaza blindada iraquí, además de misiles antiaéreos Hawk y algunas fuentes mencionan repuestos para los poderosos cazas F-14 Tomcat. 

La guerra de las ciudades, fue iniciada por Irak en 1984, no solo con ataques aéreos, sino con misiles balísticos, centrándose en grandes ciudades, tanto contra objetivos civiles como industriales. Irán llevó a cabo represalias contra Mosul, Kirkuk y Bagdad. Irak en 1987 lanzó un ataque químico contra la ciudad de Sardasht. A pesar de las protestas de Irán, la comunidad internacional no hizo nada y no se adoptaron sanciones contra el empleo de armas prohibidas expresamente por el derecho internacional.  El entonces presidente del parlamento iraní, el influyente Hashemi Rafsanjani, declaró abiertamente sobre la necesidad que su país desarrollada armas nucleares.  Miles de civiles murieron durante la llamada “Guerra de las Ciudades”.  En dicho año, las fuerzas iraníes intentaron capturar Basora, movilizando a 100.000 efectivos, logrando alcanzar el río Tigris.

En 1985 se libró la Batalla de las Marismas de Howeszah, encabezada por la División Iman Hussein de la Guardia Revolucionaria y con apoyo de las 92 División Blindada del Ejército. Esta tuvo un alto costo en vidas humanas por parte de los iraníes, dado que muchos de los combatientes, eran simples milicianos Basij, con instrucción básica y por el empleo a escala de armas químicas por parte de Irak.  Los iraníes a pesar de las enormes pérdidas – se estima en más de 20.000 – logró ocupar la isla Majnun, donde se ubicaban importantes yacimientos petroleros.  Las mejoras en materia de defensa estática de las tropas iraquíes, impulsaron a los mandos iraníes a perfeccionar tácticas de infiltración, combate nocturno, operar en zonas pantanosas y guerra de montaña.  Los pasdaran recibieron instrucción anfibia para operar en las marismas del sur de Irak, además de perfeccionar tácticas de asalto aéreo.

Soldado iraní en las marismas del sur de Irak. by Alfred Yaghobzadeh 

Las fuerzas especiales iraníes adquirieron valor, para compensar las limitaciones materiales. Dos brigadas de comandos navales llevaron a cabo operaciones exitosas de reconocimiento, señalando objetivos iraquíes y realizando a cabo golpes de mano.

Los iraquíes consideraban las marismas como una barrera defensiva difícil de sortear y confiaron en su poder de fuego y aviación táctica, como herramientas disuasivas. El ataque iraní sorprendió a los mandos del ejército iraquí.  El objetivo era la captura de Basora, acción que se había visto frustrada por la Operación Amanecer V.

La Ofensiva Kheibar – como denominaron los iraníes la batalla de las Marismas – con 250.000 efectivos, pero las limitaciones en materia de apoyo aéreo, artillería y blindados, impidieron cumplir con el objetivo de tomar Basora. El contraataque iraquí, permitió recuperar la isla de Majnun, pero a costa de grandes pérdidas, estimándose en 12.000 soldados (9.000 de ellos muertos) y el tener que recurrir a las armas químicas.

En la guerra, los iraníes, empezaron a utilizar los drones Mohajer 1, empleados para misiones de reconocimiento. La Guardia Revolucionaria y los Basij, adquirieron una estructura más convencional, mejoras en el entrenamiento y armamento.  En todo el país se crearon centros de instrucción de voluntarios de todas las edades, incluso mujeres, tomando en cuenta las lecciones de campo de batalla.

Los iraquíes habían mejorado su capacidad de combate, pero el alto costo de las operaciones, llevó al mismo Saddam Hussein, a plantear la idea de alcanzar una solución negociada en el marco de las Naciones Unidas.  Irán rechazó esta postura, el conflicto sirvió para fortalecer el régimen revolucionario, aglutinar a la población en torno a una causa nacional. Teherán consideraba viable una ofensiva para capturar la misma capital iraquí, Bagdad, apoyaba la insurgencia kurda como herramienta para debilitar el frente interno iraquí.

En abril de 1985, Bagdad fue atacada con misiles balísticos por parte de Irán, a lo largo de doce dias. Dichas armas fueron provistas por Libia. En este conflicto, dado las limitaciones de la Fuerza Aérea iraní por los embargos, comenzó a desarrollarse la doctrina militar sobre el empleo de este tipo de sistemas en manos del entonces recién creada Fuerza Aeroespacial de la Guardia Revolucionaria.

Irak sentía el peso de la guerra en su economía y tenía problemas de reponer las cuantiosas pérdidas en vidas humanas. Ello no impidió recuperar terreno perdido y mejorar sus defensas, gracias a compras millonarias de armamento tanto occidental, como soviético y chino. Las fuerzas armadas iraquíes, mostraron mejor organización que los iraníes, que hacían uno uso masivo de importantes reservas de recursos humanos. El fervor religioso no podía suplir las carencias materiales iraníes, por los embargos internacionales.

En 1986, los iraníes lanzaron la Operación Wal Fajr 8, a través de un asalto anfibio en el Shatt al- Arab por varios puntos en al sureste de la ciudad iraquí de Fao, con la finalidad de bloquear la salida de Irak al mar. Este fue rechazado por una dura defensa iraquí, costándole a Irán importantes pérdidas.  Por su parte, las fuerzas de Teherán rechazaron los contraataques iraquíes para reconquista las islas Majnun y Umm Al- Rattas situadas al norte de Fao.  En estas acciones los iraníes denunciaron el uso de armas químicas, negadas por Irak.

En 1987 los bandos en pugna, no buscaban una derrota, sino obligar al adversario a sentarse a la mesa de negociaciones, teniendo como objetivo minar la moral en el frente interno.  Los iraníes lanzaron la última gran ofensiva: Kerbala V, con el objetivo de conquistar Basora. Batalla librada entre el 8 de enero de 1987 al 26 de febrero de dicho año, sin éxito, por la resistencia iraquí.  Por la cantidad de efectivos, bajas y magnitud de los combates, es considerada la batalla más grande de la guerra.

La Operación Conquista 5, esta vez tuvo como objetivo incentivar la insurgencia kurda, buscando distraer fuerzas a Bagdad y quebrar el frente interno iraquí.  Los iraníes comenzaron a desarrollar su peculiar estrategia de apoyar “proxies” o agentes desestabilizadores, por medio de “guerras por delegación.” Cabe recordar que esos años, un naciente Hezbollah en Líbano recibía el apoyo de los Pasdaran.

En las últimas etapas de la guerra, Irán tenía signos de agotamiento, la población mostraba signos de cansancio, dado las enormes bajas en el frente de batalla. Irak se vio reforzado que pudo reconstruir sus fuerzas armadas. Esto le permitió sostener acciones defensivas, generando graves pérdidas a los iraníes, como quedó reflejado en la Operación Kerbala 5, uno de los intentos de capturar Basora.  La moral comenzó a decaer. No cabe duda que el uso de armas químicas por parte de los iraquíes contra civiles y militares iraníes, minó el espírituo combativo.  Los embargos internacionales, llevó a Irán a desarrollar una importante industria, capaz de producir misiles balísticos (Shabab 1), drones, misiles antitanque, misiles antibuque, municiones y piezas de artillería.

Las milicias Basij y los Pasdaran que se nutrían de voluntarios, no podían reclutar suficientes soldados para mantener la táctica de “oleadas” y el esfuerzo recayó en el ejército de reclutamiento obligatorio.  El comandante del los Guardianes de la Revolución, Mohsen Rezaee, anunció el fin de los ataques a gran escala, reemplazado por el apoyo a la oposición armada en Irak, acciones de infiltración y ataques limitados.  El frente norte cobró mayor relevancia, al apoyar a los guerrilleros kurdos.  En la guerra de montaña, los iraníes se mostraron competentes y las diversas ofensivas les permitieron llegar a ciudades como Suleimanya, rechazados por el uso a gran escala de armas químicas  por parte de Irak. Las fuerzas combinadas kurdo-iraníes amenazaron la ciudad petrolera de Kirkuk.

En 1988 en la última edición de la “guerra de las ciudades” las fuerzas iraquíes, emplearon misiles balísticos, muchos con armas químicas que provocó la salida del 30% de la población de Teherán.  La Fuerza Aérea iraquí, contaba con munición guiada, mejorando su precisión, unido al empleo de tripulaciones extranjeras, mejor entrenadas, los daños a la infraestructura económica iraní fueron mayores.  Las últimas operaciones iraníes volvieron a centrarse en el norte, llegando a las puertas de Kirkuk. La incapacidad iraquí de rechazar la infiltración iraní, los llevó al uso de armas químicas – prohibidas por el derecho internacional humanitario – obligó al repliegue de los supervivientes. La población kurda de Halabja, fue objeto de una atroz venganza, donde miles murieron por un ataque químico ordenado por Saddam Hussein.

Tropas iraníes en el norte de Irak en 1987. 

Los iraquíes recuperaron el puerto de El Fao y todo el sur de Irak, controlado por los iraníes, haciendo un uso extensivo de armas químicas.  Estados Unidos en el mes de abril lanzó la operación Mantis Religiosa, como represalia por los serios daños a una fragata de la Marina estadounidense por una mina marina iraní. El enfrentamiento generó serios daños a instalaciones petroleras iraníes, la pérdida de una fragata, buques lanzamisiles y otras embarcaciones. No obstante, las fuerzas navales de los pasdaran siguieron operando con sus lanchas artilladas.  

En el final de la guerra los iraquíes lanzaron la Operación Tawakalna ala Allah (Ponemos confianza en Dios) entre los meses de abril a julio de 1988.  La grave situación de las fuerzas iraníes, llevó a poner énfasis a expandir la insurgencia en Irak, siendo exitoso esta política en Kurdistán, donde Irán mantuvo un alto grado de control.  El uso masivo de armas químicas, provocó terribles pérdidas en las tropas iraníes. En junio de 1988, las fuerzas de Teherán atacaron el palacio presidencial en Bagdad con su aviación de combate. A pesar de las terribles pérdidas y una moral menguante, el Consejo de Defensa iraní ordenó un contraataque con batallones pasdaran, pero la superioridad iraquí en equipamiento, le permitió llevar a cabo acciones en el frente central, generando una dura derrota a Irán. En esta victoria iraquí, las armas químicas fueron un factor decisivo.

En el norte la organización guerrillera marxista MEK (Mujahadeen-e-Khalq o Combatientes del Pueblo) lanzó una ofensiva arrollando en Mehran una división de los pasdaran. La respuesta vino del ejército regular bajo el mando del competente general Shirazi, lanzando la Operación Mersad, que terminó en la muerte de 4.000 insurgentes y la liberación de las localidades ocupadas por dicha organización.

Los iraquíes llegaron avanzar 30 km dentro de territorio iraní en el frente central, tomando varios miles de prisioneros. Finalmente, el líder supremo iraní, ayatolá Jomeini aceptó el cese el fuego aprobado por la resolución 598 de Naciones Unidas. El 20 de agosto habían cesado los combates, semanas después, las fuerzas iraníes evacuaban el Kurdistán iraquí.  En 1990, fue alcanzada la paz entre las partes en el mes de agosto, sobre la base del status quo ante bellum.

Ataque iraní a la base aérea H 3

El horrible sacrificio

A diferencia del régimen iraquí, que hizo todo lo posible por proteger a su pueblo de los efectos de la guerra, los líderes religiosos de Teherán vieron la guerra con entusiasmo, considerándola una oportunidad para unir a la nación tras la revolución, eliminar la oposición interna y promover la visión de Jomeini de exportar el mensaje islámico iraní a todo el mundo. El conflicto con Irak tuvo su impacto en las luchas por el poder entre las facciones revolucionarias, siendo ejemplo de ello, la salida de Bani Sadr como presidente, que terminó en el exilio.

Los líderes iraníes desconfiaban de las fuerzas armadas, por ser una herencia de la época imperial. Esto quedó reflejado por las purgas, ejecuciones, que diezmaron los cuadros de las fuerzas armadas. A pesar de su buen nivel profesional, optaron por dar impulso al Ejército de los Guardianes, creado sobre la base de milicias islamistas, el régimen de Jomeini, no tuvo otra opción que aceptar el papel del Ejército para contener la invasión. La desconfianza, continuó, a tal punto que recién en julio de 1988, fue creado el Estado Mayor General común para los dos “ejércitos”. Esto tuvo un alto costo en vidas humanas, ante la inexistencia de una conducción operacional conjunta y la dispersión de medios y recursos – por cierto, muy escaso – en dos organizaciones militares, con misiones similares.

La narrativa del régimen iraní describió la guerra a la ciudadanía como una prueba para la determinación y el compromiso nacional, como una cruzada contra el régimen hereje de Irak. Esto se tradujo en una lucha implacable e inflexible – como quedó reflejado en la negativa de aceptar el cese del fuego – llevando al país al límite. En palabras de Jomeini: «La victoria no se logra con espadas, solo se puede lograr con sangre… se logra con la fuerza de la fe». El Líder Supremo sabía muy bien de qué hablaba. Si bien no unificó a la nación de la noche a la mañana, la invasión iraquí galvanizó la combinación única de fervor religioso y profundo sentimiento nacionalista generado por la Revolución Islámica, e hizo de Irán una nación con una moral más fuerte y estable que el enemigo iraquí, tanto en el plano militar como nacional. Esto quedó reflejado en las operaciones hasta 1987, cuando el fervor revolucionario empezó a disminuir, especialmente por el uso de armas químicas, los bombardeos contra objetivos civiles y la aguda crisis económica impuesta por el aislamiento internacional del país.

Las victorias iraníes entre los años 1981-82, no se debieron al valor de los soldados pasdaran o Basij, sino a la incorporación de estas ramas militares en operaciones de armas combinadas bajo una conducción profesional competente.  Cuando la guerra derivó por razones políticas en asaltos frontales, el poder de Irán comenzó a declinar al no poder romper la sólida defensa iraquí.

La guerra demostró que el empleo solamente del poder aéreo, no era garantía de victoria, como intentó hacer valer Irak en la “guerra de las ciudades”. Esto llevó al gobierno iraní, a lanzar ofensivas, con falencias en la planificación, con el objetivo de reducir la presión sobre el frente interno. Esto desgastó a las fuerzas de Teherán, abriendo paso al contragolpe iraquí de 1988, que permitó el fin de la guerra.

El empleo de armas químicas por parte de Irak, fue tolerado por razones políticas por las grandes potencias, a pesar de estar expresamente prohibido. Desde la Primera Guerra Mundial que el mundo no era testigo del empleo de este tipo de armas. Esto abrió las puertas para un peligroso antecedente, sobre la ausencia de sanciones reales ante la violación flagrante del derecho internacional humanitario. Asimismo, el uso de misiles balísticos impulsó a diversos actores regionales a buscar este tipo de ingenios, además de desarrollar arsenales químicos.

Muertos por armas químicas iraquies en la operación contra la ciudad  kurda iraquí de Halabja. 

El frente interno iraní tenía problemas, resultado de la insurgencia kurda y de la organización marxista Combatientes del Pueblo o MEK. Esta última lanzó una campaña de terror que le costó la vida a más de un millar de líderes religiosos y políticos, que desencadenó una ola de represión con 5.000 ejecuciones. Hubo revueltas, manifestaciones, duramente reprimidas. Ese convulso frente interno, hizo creer a muchos que Irán se derrumbaría e Irak siguió recibiendo apoyo de los estados árabes, la Unión Soviética y algunos países occidentales, como Estados Unidos que en algunos momentos estuvo detrás de uno y otro bando.

La pérdida de base social del régimen – los sectores populares – especialmente hacia 1987, cuando Irán no podía imponer una victoria, a pesar de mantener la inicitativa y ocupar parte del sur de Irak, fue una señal de alarma de los líderes de la Revolución para buscar una salida.  Las enormes pérdidas marcaron profundamente a la sociedad iraní y a sus dirigentes. El país perdió a más de 260.000 personas, de las cuales se estima que 120.000 eran combatientes y entre 11.000 a 16.000 civiles. Cientos de miles quedaron afectados en su salud por las lesiones recibidas en el campo de batalla, bombardeos, ataques de armas químicas. La guerra de las ciudades dejó grandes destrucciones en la infraestructura, la economía estaba al borde del colapso por las sanciones internacionales, el desempleo tenía niveles de vértigo.

La guerra puso en evidencia la capacidad de adaptación de la nación iraní a una situación excepcional. El sector agrícola no fue descuidado, sino que se adoptaron medidas creando la “Campaña de Reconstrucción”, con personal exento de prestar servicio militar, fueron adoptadas medidas inteligentes en la importación de bienes no esenciales para el ahorro de divisas y rutas alternativas para el petróleo y eludir sanciones y posibles ataques (Turquía se benefició de ello y permitió desarrollar un aceitado sistema para eludir sanciones por parte de Teherán).  El régimen logró articular el sistema educativo con las necesidades de la movilización, permitiendo hacer funcionar plantas industriales, producir equipos militares (incluso para los modernos aviones de combate heredados de tiempos del sha).

Si los iraquíes alguna vez habían considerado socavar el régimen revolucionario en Irán, para 1988 hacía tiempo que habían renunciado a ellos. En cambio, la República Islámica mostró un compromiso inquebrantable con el concepto de guerra hasta la victoria (que implicaba el derrocamiento del régimen del Baas) hasta los últimos días de la lucha. El aceptar por parte de Irán de la Resolución 598 del Consejo de Seguridad, no fue una cuestión táctica, sino estratégica. El régimen entendió que poner fin al conflicto significaba la supervivencia de la Revolución. Los estrategas iraníes entendieron que no era factible moldear el Próximo Oriente según la visión islámica y por ende aceptaron el statu quo establecido por el sha en 1975.  Teherán comprendió que no era viable exportar la revolución, a pesar del mantenimiento de la narrativa de la “umma islámica” y no había otra opción que adaptarse a las circunstancias. Esta prueba de pragmatismo lo veremos a lo largo de los conflictos sostenidos por Irán.  El objetivo final siempre será la preservación de la unidad nacional y del sistema político heredado de la Revolución de 1979.

infantería iraní. 

El mantenimiento del proxy Hezbollah en Líbano, le permitió a Irán, mantener cierta injerencia en la política del Próximo Oriente. El atentado contra el cuartel de la Fuerza Multinacional de Paz en el Libano, ocurrido en 1983, costándole la vida a 241 militares de Estados Unidos y 58 franceses, es un ejemplo del empleo de agentes desestabilizadores con apoyo iraní. En el seno del alto mando de los pasdaran, durante la guerra con Irak,fueron creadas una serie de unidades, destinadas a entrenar y asistir a organizaciones armadas extranjeras, como las guerrillas kurdas, la creación de una unidad de exiliados iraquíes o en el entrenamiento de las milicias de Hezbollah. La valiosa experiencia adquirida, le permitiría años después a Irán, construir las bases del Eje de la Resistencia y el concepto de la “Defensa Avanzada” por medio de agentes proxy.

El fin de la guerra impuso la necesidad de la reconstrucción nacional, prevaleciendo el criterio de un mayor grado de apertura económica y de protagonismo del sector privado. Años de sanciones y aislamiento, tuvieron un fuerte impacto en la sociedad iraní, pero también dejaron valiosas lecciones para el régimen para el desarrollo de una estructura para eludir sanciones a través de terceros actores.

En el campo internacional, los iraníes fueron pragmáticos y finalizada la guerra lanzaron una estrategia para romper el aislamiento, primero con la Unión Soviética, para compensar en parte la amenaza de Estados Unidos. Luego de 1991 con la implosión de la URSS, Teherán se proyectó discretamente sobre Asia Central, además de mantener buenas relaciones con Rusia. Esta estrategia de largo plazo tuvos sus frutos, donde los países de dicha región y el Kremlin, con válvulas de escape para romper el aislamiento y sanciones derivados del plan nuclear. Sin embargo, a pesar del pragmatismo, el régimen de los ayatolás, siguió apostando a una política exterior independiente, autosuficiencia en lo económico, siguiendo de alguna manera los lineamientos fijados por Jomeini.

La decisión de Irak, de aceptar los términos del Tratado de Argel de 1975, al poco tiempo de invadir Kuwait, fue visto como una victoria por parte de Irán. A pesar de las victorias iraquíes en 1988, no significó el cumplimiento de los objetivos fijados al inicio de la guerra: la ocupación de Juzestán y el colapso del régimen revolucionario.  La República Islámica había logrado contener una potencia regional en ascenso – Irak – que tuvo pleno respaldo de Occidente, los estados árabes y la Unión Soviética, librando una terrible guerra de desgaste. Los líderes iraníes, por medio de su narrativa, mostraron este terrible conflicto, en un escenario en el cual se demostraba al mundo que la revolución estaba dispueta a promocionar el nacionalismo, su ideología y la necesidad de supervivencia como Estado, dejando manifiesta su intención de conseguir un rol de poder en la región a través del enorme sacrificio material y espiritual de los iraníes.

El horrible sacrificio, como lo define Moisés Gaduño García,[4] al conflicto librado entre Irán e Irak, a nuestro entender, tuvo un hondo impacto en la política de defensa iraní. Durante el conflicto, no solo se forjaron muchos de los altos mandos iraníes, sino que comenzó a gestarse una nueva doctrina militar, el empleo de proxies para desgastar el frente interno del adversario, el uso de misiles balísticos, la guerra asimétrica en el mar.  A pesar de los años de guerra, las pérdidas materiales y humanas, las fuerzas armadas iraníes no fueron destruidas y sobrevivieron. Por otro lado, el régimen para mantener adhesiones, no impuso las medidas de austeridad a sectores tan influyentes como el Bazar, una prueba de pragmatismo en la política interna.

La guerra impulsada por intereses que buscaban la destrucción de la naciente república islámica, tuvo un efecto inverso, en el plano político el régimen se consolidó, movilizó la opinión pública y tuvo argumentos para aplastar de manera implacable la oposición política. La Revolución quedó fortalecida, a pesar de los enormes daños generados por años de guerra y las fuerzas armadas iraníes, poseedoras de una valiosa experiencia.


[1] El término Basij significa en persa, “Movilización” el nombre completo de la organización era: Sâzmân-e Basij-e Mostaz’afin u Organización para la Movilización de los Oprimidos. Estuvo nutrida por voluntarios y se hizo célebre por los niños soldados y jóvenes que se lanzaban contra las defensa iraquíes, llevando consigo llaves de plástico, conocidas como “las llaves del Paraíso”, dado que su sacrificio, era considerado “martirio” por la fe.  En 1981, la organización fue integrada al Ejército de los Guardianes de la Revolución Isámica o Pasdaran. Nota del Autor.

[2] La fecha fue elegida por razones climáticas, que facilitaran las operacionese. Nota del Autor.

[3] Se estima que más de 500 buques fueron dañados y unos 430 marinos mercantes perdieron la vida. Nota del Autor.

[4] GARCIA GADUÑO, Moisés: Las Fuerzas Armadas de la República Islámica de Irán: una aproximación a su historia, ideología y armamento estratégico.  Tesis. El Colegio de México.  Disponible en https://repositorio.colmex.mx/concern/theses/c534fp149?locale=es. Consultado 21 de agosto de 2025.

Posted on Leave a comment

Neutralizar a Dos: Cómo Irán e Israel Son Llevados Juntos al Altar del Capital

Neutralizar a Dos: Cómo Irán e Israel Son Llevados Juntos al Altar del Capital

Renan Guevara Serrano
Candidato a Doctorado en Estudios Estratégicos

Lo que está ocurriendo entre Irán e Israel no es una erupción espontánea del caos, sino una operación meticulosamente planificada. Israel, con el respaldo incondicional de Washington, ha lanzado ataques masivos que han devastado centros de investigación nuclear, infraestructuras críticas y viviendas civiles. No se trata de autodefensa. Son asesinatos selectivos. Y sin embargo, el coro mediático en Occidente insiste en vestir esta agresión con el ropaje del “choque de civilizaciones”o “el programa nuclear de Irán”.

No es una guerra en sentido estricto. Es una campaña de desmantelamiento, diseñada no para vencer a un enemigo militar, sino para quebrar la columna vertebral de un Estado soberano. Irán es castigado no por lo que hace, sino por lo que representa: una resistencia relativa, incómoda, al orden neoliberal regional dirigido desde Tel Aviv, Riad y Wall Street. Israel tampoco sale indemne. También sangra, también se desgasta. Porque en esta dinámica, la destrucción es un negocio. Cuanto más se arruina, más rentable se vuelve la reconstrucción… bajo condiciones impuestas, claro.

No se trata de ideología, religión ni seguridad. Se trata de capital. Los misiles abren paso a los contratos. Tras los bombardeos llegarán los tecnócratas, los fondos de inversión, los bancos del Golfo. No vendrán con tanques, sino con memorandos de entendimiento. Habrá promesas de “ayuda” y “modernización”, pero el precio será la subordinación económica, la pérdida de autonomía, la reconversión forzada. En nombre de la estabilidad, se sembrará dependencia.

Y eso, conviene decirlo con claridad, no es un accidente. Es el guión. Lo han hecho antes, y lo volverán a hacer. La tragedia es que muchos aún lo llaman paz.

El 12 de junio, Israel -armado hasta los dientes, financiado sin condiciones y diplomáticamente blindado por Washington- lanzó una ofensiva aérea masiva bajo el nombre de “Operación León Naciente.” Más de cien objetivos en Irán fueron alcanzados: instalaciones nucleares, fábricas de misiles balísticos, y las viviendas de altos mandos del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica. No fueron actos de defensa. Fueron ejecuciones extrajudiciales. Entre las víctimas hubo científicos nucleares y líderes militares, figuras centrales de la soberanía iraní frente a un orden internacional estructurado para mantener la supremacía occidental.

La respuesta iraní no fue un arrebato irracional, sino el ejercicio legítimo y calculado de su derecho a la autodefensa. Teherán ha estado ejecutando una ofensiva precisa y cuidadosamente calibrada con misiles y drones, que no sólo desbordó los sistemas de defensa israelíes, sino que logró lo impensable: perforar la tan glorificada Cúpula de Hierro y golpear con fuerza zonas estratégicas en pleno Tel Aviv. Fue una operación quirúrgica, no simbólica, que demostró capacidad técnica, soberanía operativa y voluntad política.

Pero esto no es un caso de destrucción mutua asegurada. No es locura. Es cálculo. Lo que se está llevando a cabo es una desestabilización meticulosamente gestionada. Irán no está siendo derrotado: está siendo atacado por negarse a arrodillarse. No es su amenaza nuclear la que enfurece a las potencias occidentales, sino su negativa a convertirse en otro Estado cliente y ejercer su soberanía.

En esta campaña no se busca la paz, ni siquiera la victoria. Se busca el colapso. La “reconstrucción” llegará después, ofrecida como caridad neoliberal por los mismos actores que financiaron la destrucción. Y si los iraníes se resisten a ser domesticados, serán presentados como fanáticos o terroristas. Es un guión viejo. Lo han hecho antes.

Llamar “incontrolable” a la actual escalada es confundir el escenario con el guión. Esto no es una crisis que se desborda; es la ejecución milimétrica de una estrategia. Y no fue concebida ni en Teherán ni en Tel Aviv, sino en los despachos de estrategia occidental y las oficinas de corretaje financiero del Golfo. La devastación que hoy azota tanto a Irán como a Israel no es producto del caos, sino de un agotamiento planificado. Ninguno de los dos Estados está siendo “derrotado” en el sentido clásico. Ambos están siendo drenados, desarmados, debilitados, no mediante diplomacia, sino mediante desgaste.

Esto no es una guerra para ganar o perder. Es una guerra para erosionar, hasta hacer desaparecer, los últimos vestigios de soberanía militar efectiva en Asia Occidental. Irán no se está colapsando: está siendo empujado, paso a paso, hacia un “nuevo orden regional” no impuesto por la razón, sino por la promesa condicionada de reconstrucción.

Las monarquías del Golfo -Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Qatar- se han presentado ante el mundo como las nuevas “fuerzas de moderación” en el conflicto. Se ofrecen como mediadores imparciales, gestores de reconstrucción y garantes de estabilidad regional. Pero sería ingenuo -o deliberadamente ciego- tomar este gesto por filantropía. Lo que se anuncia como ayuda es, en realidad, inversión estratégica. Quien financie la reconstrucción de la infraestructura iraní o la rehabilitación del sistema de defensa israelí no estará prestando asistencia: estará comprando acceso, moldeando políticas y asegurando subordinación.

Estas no son donaciones. Son apuestas geopolíticas con retorno esperado. Los fondos soberanos del Golfo -entre los más grandes del mundo- ya han sido movilizados en otras zonas devastadas, desde Siria hasta Gaza, siempre con condiciones. Hoy, frente a una región extenuada por el fuego cruzado y las sanciones, los contratos de “reconstrucción” se convierten en los nuevos instrumentos de dominación.

El Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo no actúa como un cuerpo de paz, sino como un consorcio de intereses. Quienes se integren a sus esquemas financieros lo harán a costa de su soberanía. El proyecto no es reconstruir para liberar, sino reconstruir para domesticar.

El Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo no actúa como un cuerpo de paz, sino como un consorcio de intereses económicos y estratégicos. Quienes se integren a sus esquemas financieros lo harán a costa de su soberanía. El proyecto no es reconstruir para liberar, sino reconstruir para domesticar. Lejos de consolidarse como una fuerza de paz, el Consejo opera como el fideicomisario de una dependencia regional cuidadosamente administrada. No necesita desplegar tanques; le basta con licitaciones. Así es como se neutraliza la soberanía en el siglo XXI: no con cañones, sino con contratos.

Frente a esta maquinaria, los BRICS -en particular Rusia y China- ofrecen una alternativa incipiente, aún limitada, pero históricamente significativa. Mientras Occidente disfraza el saqueo como “reformas estructurales” y los Estados del Golfo se presentan como filántropos de posguerra, Pekín y Moscú han promovido principios básicos de respeto a la soberanía, no-intervención y desarrollo mutuo. La Iniciativa de la Franja y la Ruta, plantea una lógica distinta: integración sin destrucción previa. Cooperación sin bombardeos como prólogo.

Pero el enemigo es persistente. Ya no se requieren tropas de ocupación ni planes del FMI: basta con la penetración del capital especulativo. Aquí es donde actúa el verdadero arquitecto de la dependencia: el Capital Financiarizado Global. Una vez agotadas las capacidades militares de Irán e Israel, ese capital se desplegará, no como gesto de paz, sino como instrumento de domesticación. Lo que no logró la guerra, lo impondrá la deuda. La política exterior se redactará, no en nombre de la dignidad nacional, sino al ritmo de los mercados.

Incluso Gaza, durante décadas símbolo moral de la dignidad árabe, está siendo transformada. Ya no como bandera de resistencia, sino como activo financiero en el portafolio de las monarquías del Golfo. La “reconstrucción” será financiada por Riad, Doha o Abu Dabi, pero no como acto de justicia, sino como inversión con retorno. Si Israel acepta integrarse a la lógica del capital, Gaza no será liberada: será explotada.

En este contexto, China y Rusia representan -con todas sus limitaciones- una contención parcial al despojo globalizado, una resistencia estructural al poder de los bancos y los fondos. No se trata de idealizarlos, sino de reconocer que, en un mundo donde los contratos reemplazan a la soberanía y las bombas preparan el terreno para BlackRock, cualquier atisbo de orden alternativo merece ser defendido.

Esto no es paz. Es pacificación. Y no se impone con drones ni tanques, sino con calificaciones crediticias y garantías de liquidez. El objetivo no es resolver los conflictos de la región, sino volverlos manejables, previsibles y, en última instancia, rentables.

Estamos presenciando el acto final de una operación largamente preparada. El modelo de resistencia en Asia Occidental no está siendo debatido ni reformado: está siendo desmantelado de forma sistemática. La ilusión de disuasión mutua -invocada durante años para explicar la tensa estabilidad entre las potencias regionales- se ha derrumbado. Lo que queda es una convergencia controlada: los dos últimos Estados de la región capaces de sostener una resistencia militar autónoma -Irán e Israel- están siendo neutralizados al unísono. No porque compartan valores, sino porque representan, de distintas maneras, un obstáculo al nuevo orden post-soberano que se está imponiendo en la región.

Esto no marca el fin de la guerra, sino el comienzo de una paz gerenciada, donde la violencia abierta es sustituida por un orden tecnocrático diseñado para preservar la arquitectura de poder. El vacío dejado por unas fuerzas armadas exhaustas no será llenado por movimientos de liberación ni por diplomacia desde abajo, sino por burócratas financieros, organismos multilaterales y empresas privadas con contratos en la mano. La autonomía estratégica de Irán está siendo progresivamente erosionada bajo la presión de sanciones, aislamiento y promesas condicionadas de reconstrucción. Israel, por su parte, no está siendo derrotado por la resistencia árabe, sino humillado por la caída del mito de su invulnerabilidad militar, y contenido -no por principios- sino por el capital del Golfo, que va a exigir estabilidad para proteger sus inversiones.

Ambos Estados están siendo rediseñados para ajustarse a un nuevo marco regional donde la moneda de cambio no es la legitimidad ni la autodeterminación, sino la liquidez. La región no se encamina hacia una reconciliación basada en justicia, sino hacia una recalibración funcional al mercado: una paz de gestoría, no de principios. En este nuevo paradigma, la soberanía es tolerada sólo si no interfiere con los flujos de capital. Y quienes se resistan, serán marginados. O reconstruidos.

La llamada “influencia” de Estados Unidos en este conflicto no responde a intereses nacionales ni a principios democráticos. Es, sencillamente, la extensión práctica del poder del capital financiero global, que utiliza a Washington como su ejecutor político y militar. No hay ninguna decisión que se tome en nombre de la justicia, la legalidad internacional o la paz. Lo que se impone es un sistema en el que el bombardeo prepara el terreno para el contrato, y la devastación garantiza la obediencia.

En este esquema, las monarquías del Golfo ya no son simples beneficiarias del paraguas militar estadounidense: se han convertido en cómplices activos y codiseñadores del nuevo orden regional. Arabia Saudita, Emiratos y Qatar no están “equilibrando” el poder regional, lo están capitalizando. Su papel es claro: ofrecer reconstrucción a cambio de subordinación, comprar influencia con licitaciones, imponer condiciones políticas mediante inversiones. Están reconfigurando su lugar en el sistema mundial no como actores soberanos, sino como administradores regionales del capital transnacional. En un mundo que se encamina hacia la multipolaridad, el Golfo ha decidido no desafiar el orden existente, sino convertirse en su gerente regional.

Al mundo se le dirá que esto es paz. No lo es. No es reconciliación. Es un reinicio. Y no concebido en Teherán o Tel Aviv, sino en Davos y Dubái. Quienes lo diseñan no hablan el lenguaje de la justicia, de la dignidad ni de la liberación. Hablan únicamente en la lengua fría y precisa del análisis costo-beneficio y del retorno de la inversión futura.

Y ese, desde el principio, fue el plan.

Posted on Leave a comment

Zona gris, peligro real: el juego mortal entre Israel e Irán

Por: Jorge Suarez Saponaro. Analista Internacional (Argentina) Colaborador del CREI

https://elminuto.cl/noticias/analisis-y-seguridad/zona-gris-peligro-real-el-juego-mortal-entre-israel-e-iran.shtml?fbclid=IwY2xjawLFmzNleHRuA2FlbQIxMQBicmlkETE1ZFIwc3pCRkFEZ2U3WDlLAR7bKwJQd-kds0MhiDqSlG6MM2WqCi3cPZjKT3-4yzuVERoYNP8Spw4fRXNBjw_aem_vLaM3AATjpBvEuetGwcJ_A

Jorge Suarez Saponaro Columnista | Diario el Minuto Publicaciones En el marco de negociaciones directas entre Estados Unidos e Irán por la cuestión nuclear, con mediación de Omán, Israel lanzó un ataque aéreo a gran escala contra el programa nuclear iraní, al considerar que detrás de ello, Teherán está embarcado en disponer de armas atómicas, considerándolo una “línea roja” que constituye una amenaza existencia para la nación hebrea. El golpe tuvo su efecto, la salida iraní de las conversaciones, pero esto abre interrogantes sobre el volátil escenario del Próximo Oriente.

Por Jorge Alejandro Suárez Saponaro | Director de Argentina para El Minuto

Estamos ante un escenario de guerra de zona gris, donde la estrategia tiene como objetivo no degenerar en un conflicto convencional, ni un enfrentamiento militar directo. La proliferación de armas guiadas, en el caso iraní, permite llevar a cabo acciones militares sin la necesidad de una movilización de mayor magnitud, para librar batallas en territorio enemigo, algo que no es factible para las partes en conflicto.  Las estrategias de zona gris se caracterizan por la asimetría material y de interés, “incrementalismo”, la agitación política, y la ambigüedad.

El combate se libra a través de “escaramuzas” empleando salvas de proyectiles a grandes distancias por parte de Irán y con la respuesta israelí a través de operaciones aéreas.  Los objetivos son de carácter limitado, por lo menos en esta primera instancia del conflicto, donde en el plano de la estrategia es no cruzar ningún umbral existencial para ambas partes. En este complejo juego de “disuasión” y “coerción” la asimetría material juega a favor de Israel y sus aliados (Estados Unidos) respecto a Irán, puede inducir a que Teherán arriesgue asumir un coste máximo para defender interés máximo. La amenaza de Trump, se vinculan con ello, obligando a los estrategas iraníes a evaluar si vale la pena seguir escalando el conflicto, con sus costos asociados.

Del lado persa, a través de la táctica de salvas de armamento guiado, busca también elevar los costos de la respuesta israelí, saturando los sistemas de defensa aérea y antibalístico, mantener a la nación en constante estado de alarma, con su impacto para el funcionamiento de la economía y erosionar el frente doméstico. Se observa que se aplica una de las características propias de las estrategias de zona gris: el incrementalismo, donde los actores en pugna buscan no cruzar determinados límites, donde Israel centra su esfuerzo en desarticular el programa nuclear iraní y en el caso de Teherán, librar acciones de desgaste y erosionar la voluntad israelí de seguir con los objetivos de la Operación León Creciente.

Existe un ejemplo sobre la experiencia iraní en estrategias de zona gris: el ataque a Arabia Saudita, por parte del “proxy” pro iraní de los hutíes en 2019. Este generó un daño catastrófico en la infraestructura petrolera saudita de Abqaiq-Khurais (equivalente al 5% de la producción mundial de crudo) sin la necesidad de movilizar ejércitos.  Los iraníes por medio de los hutíes yemenitas mantienen cerrado el puerto de Eilat y niega el uso del Mar Rojo al tráfico marítimo israelí, además de lanzar ataques con drones y misiles balísticos, con su impacto para la economía de Israel. La pérdida de bases operativas en Siria y Líbano, obligará a los iraníes a maniobrar desde el Mar Rojo.

En este conflicto las partes han subido la apuesta, lanzando ataques a infraestructura económica y crítica. Los israelíes lanzaron sendos ataques contra el sector petrolero, un área clave para la economía iraní. Desde Teherán devolvieron el golpe generando graves daños al prestigioso instituto científico Weiszman, objetivos del sector energético, destacándose la importante planta de refinería de petróleo de Haifa, la más importante de Israel, obligándola a paralizar sus actividades. El conflicto de zona gris, juega con las ambigüedades.  El ataque al hospital de Beersheva, a pesar de las declaraciones iraníes, que el misil iba a una base militar cercana, tuvo su impacto psicológico y político, alimentando una mayor presión en el frente interno israelí. La clave de la estrategia iraní siempre ha sido explotar la contradicción de su adversario.

A través de las capacidades de la Fuerza de Misiles iraní, existe una suerte de esfuerzo igualador mediante la dotación de sistemas de alta precisión. Estamos presenciando acciones por las cuáles una de las partes busca imponer su voluntad por medio de la sumisión del otro, a través del “intercambio” de salvas, obligando a la otra parte a estar en incapacidad de seguir devolviendo el golpe por desgaste.

Los golpes dados por Israel a la infraestructura del programa nuclear iraní, según analistas del Royal United Institute Service, no son suficientes para su completa desarticulación.  Rafael Grossi, titular de la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA) señaló que la planta de Natanz, dedicada al enriquecimiento de uranio está destruida, pero quedan bases subterráneas intactas. Según estimaciones del citado organismo, Irán posee unos 400 kilos de uranio enriquecido al 60%, apto para producir munición nuclear, pero la OIEA considera que Teherán tiene un “camino” por recorrer para disponer de armas nucleares operativas. Otro centro atacado el laboratorio de Isfahán, que produce componentes para el enriquecimiento de uranio y el centro de producción de agua pesada de Arak.

En el estratégico sitio de Fordrow, se estima que existen reservas de uranio enriquecidos al 83% (se requiere el 90% para munición nuclear) y es el centro de atención de Washington sobre el camino a seguir.  La capacidad de la Fuerza Aérea Israelí de destruir dicha instalación es limitada por la profundidad donde se encuentra.

En este tipo de conflictos, se libran también en el campo político, psicológico y económico. Desde Israel se instala una narrativa para promover el cambio de régimen; Trump pide a los habitantes de Teherán dejar la ciudad; los embargos y sanciones a la economía iraní; mientras que la contraparte iraní, moviliza sus “proxy”, amenaza con acciones devastadoras (guerra psicológica), cierra el Mar Rojo al tráfico marítimo israelí y “juega” con la sombra de cerrar el Estrecho de Ormuz, cuello de botella donde transitan unos 20 millones de barriles de crudo como combustible procesado (20% del tráfico petrolero mundial).

La “ambigüedad” que explota Irán al respecto, provocó el alza del precio del petróleo, generando incertidumbre, donde muchos armadores optaron por cambiar las rutas con sus costos asociados para la economía global (esto incluye a Israel por ser un país importador de crudo). El factor tiempo es algo que busca explotar a su favor el gobierno iraní, en atención que la continuidad de los ataques israelíes, requerirán para que continúen en el tiempo, del apoyo de Estados Unidos y en menor medida de otros aliados occidentales. En cuanto a la capacidad de seguir lanzando ataques balísticos por parte de Irán, dado el desconocimiento sobre la cantidad de misiles y drones en los arsenales, genera interrogantes hasta cuando Teherán podrá seguir atacando.

Los actores en pugna

Israel: la estrategia al parecer está centrada en generar el máximo daño posible al programa nuclear y afectar la capacidad de enriquecimiento de uranio e impedir la producción de munición atómica. Las acciones contra el alto mando del Ejército de los Guardianes, científicos vinculados al sector nuclear, buscan generar efectos políticos y psicológicos al adversario. Los ataques a instalaciones de la industria petrolera iraní, está orientada a impactar en la golpeada economía iraní, generar un clima de mayor inestabilidad y afectar el esfuerzo de guerra iraní.  El involucrar directamente a Estados Unidos en el conflicto, bloquearía cualquier iniciativa para un acuerdo sobre el programa nuclear iraní. La intervención de Washington, podría extenderse hacia la capacidad militar e infraestructura crítica de Teherán, dejándolo fuera como actor relevante en el tablero geopolítico del Próximo Oriente, por un largo tiempo. Por otra parte, Jerusalén dejaría un fuerte mensaje para diversos actores regionales con aspiraciones hegemónicas en la región y que puedan cuestionar abiertamente la existencia del Estado de Israel.

Irán: El régimen busca mostrarse inflexible ante la “amenaza sionista” y a pesar de los daños infringidos a su programa nuclear, capacidades militares e infraestructura petrolera, y seguir siendo considerado como un actor relevante en la región, que todavía cuenta con cierto nivel de disuasión/coerción. Teherán está a la defensiva, apuesta por la incertidumbre, ambigüedad y explotar las contradicciones del enemigo, manteniendo las opciones de diálogo con diversos actores (Rusia, China, Unión Europea, algunos estados árabes). Los “halcones” liderados por Jamenei puertas adentro mantendrán una narrativa de dureza ante la agresión, mientras, por otro lado, buscarán opciones de negociación, siempre con el objetivo de mantener el programa nuclear. Estamos ante un “doble juego” para impedir que el oponente pueda identificar las reales intenciones iraníes. El ataque israelí, impulsará al sector “duro” del régimen a seguir con la determinación de disponer de capacidad nuclear militar, como única herramienta verdaderamente disuasiva e ir más allá abandonar el Tratado de No Proliferación.

Irán explotará el factor tiempo y buscará evitar la intervención de Estados Unidos, un escenario más complejo para el régimen de ayatolás. Ello no impide acciones desestabilizadoras para los intereses de Washington, como se observa en el vecino Irak, a través de facciones de las Fuerzas de Movilización Popular. Esto tendría como finalidad movilizar la opinión aislacionista dentro del gobierno de Estados Unidos, cuando personal militar de dicho país, se encuentre amenazado por grupos irregulares iraquíes, generaría rechazo de la ciudadanía sobre la intervención de Washington en conflictos considerados ajenos a los intereses estadounidenses. Los estrategas iraníes saben que en este conflicto están solos y la opción es mantenerse a la defensiva, esperando alguna oportunidad favorable desde lo político de alcanzar un cese del fuego.

Estados Unidos: la decisión que adopte el presidente Trump respecto atacar o no las instalaciones nucleares iraníes, se vinculan con la credibilidad de su gobierno en el frente externo como interno. En un primer momento, Washington vetaba la idea de un ataque israelí sobre Irán. El accionar israelí puede interpretarse como signo de debilidad y que Jerusalén condiciona la política exterior de Washington en la región. Las declaraciones de Trump, por sus contradicciones, podrán ser explotadas por parte de Rusia y China para convertirse en árbitros en el conflicto, dado su influencia en el régimen de Teherán. En el frente interno, la Casa Blanca tiene opiniones divididas dentro del Partido Republicano, donde existe un importante sector, que se opone a una intervención directa en el conflicto entre Israel e Irán.  La intervención de Estados Unidos también se vincula con lo económico, corriéndose el riesgo de una escalada del precio del petróleo, con su impacto negativo para la economía estadounidense, sus aliados y también a nivel global, beneficiando actores como Rusia y los estados árabes. Este dilema, impactará en la decisión de la Casa Blanca sobre la estrategia a seguir.

Rusia: el conflicto Israel – Irán le resta centralidad a la cuestión ucraniana, que explotará el Kremlin a su favor. Es un actor clave, a tal punto que la planta nuclear de Bushehr donde hay personal ruso no fue atacada. Moscú buscará algún tipo de hipótesis de confluencia con Israel, especialmente por Siria, donde existe un claro interés de mantener su presencia. Para Jerusalén, es una opción viable para reducir la influencia turca. Irán es una pieza clave en el ajedrez geopolítico que juega el Kremlin y se inserta en las negociaciones por la paz en Ucrania.  Moscú tiene un acuerdo de asociación estratégica, pero no en el campo de la seguridad, por lo tanto, Teherán es una “ficha intercambiable”. La vulnerabilidad del régimen puede ser una baza a favor de Rusia, para adquirir un rol relevante en el conflicto. Irán es importante para Rusia para el desarrollo de un corredor que rompe con el aislamiento de Occidente y se proyecta hacia el Índico. No obstante, la política del Kremlin, ha sido de “contener” a Irán, evitando su fortalecimiento y su proyección hacia el Cáucaso y Asia Central, áreas sensibles para los intereses de Rusia.

Unión Europea/Reino Unido: En 2015 fue un actor relevante por el acuerdo nuclear alcanzado en su momento entre Estados Unidos, China, Rusia e Irán.  El levantamiento de las sanciones contra Irán, sin ninguna duda beneficiaría a la UE. La “potencia diplomática” que debería ser el bloque europeo, tiene un papel marginal, dado la postura de la Casa Blanca en el conflicto entre Irán e Israel.  Teherán buscará mantener alejado a ciertos actores – Francia y Reino Unido – de un posible apoyo militar a Jerusalén en caso de un mayor riesgo de escalada, alimentar una postura favorable a un programa nuclear iraní con fines pacíficos. El Reino Unido como parte del Acuerdo nuclear con Irán en 2015, es un actor a considerar, especialmente si Estados Unidos decide atacar la vieja nación persa, debiendo emplear la base de Diego García, y ello requiere la autorización británica.  Las bases británicas en Chipre sirvieron para el despliegue de medios aéreos en 2024, para apoyar la defensa aérea israelí contra los ataques balísticos iraníes.  La Marina Real podría brindar apoyo para evitar el cierre del Estrecho de Ormuz gracias a su capacidad de guerra de minas y la base Duqm en Omán, también cobran relevancia. Las relaciones con Israel no pasan por el mejor momento por la postura británica respecto a la crisis de Gaza. Es probable, en caso que Estados Unidos intervenga, Londres se vea involucrado, pero de manera muy limitada.

China.  Irán tiene un papel en la geopolítica china, especialmente en el marco de una de las grandes maniobras geoestratégicas de Pekín: la célebre Ruta de la Seda, para brindar seguridad a su cadena de suministros. El 45% del petróleo que importa China, viene del Golfo Pérsico, por lo tanto, la estabilidad de Irán impacta en los intereses chinos. Existe una estrecha relación entre ambos actores, se estima que el 90% del crudo iraní es adquirido por Pekín (16% del crudo importado por China es de origen persa).  El gobierno chino condenó en una primera instancia el ataque israelí e intenta mediar en el conflicto. Más allá que es solo una simple declaración de buenas intenciones, sirve como construcción de una narrativa que se proyecta a un Sur Global, donde el sentimiento antioccidental aumenta, mostrando a China como una potencia global “responsable”. Irán es para Pekín, lo mismo para Rusia, una pieza del ajedrez geopolítico en su competencia con Estados Unidos.

Turquía: Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía, calificó al primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, de ser “la mayor amenaza” para Oriente Medio, en una conversación telefónica este martes con el jeque Tamim bin Hamad al Thani, emir de Qatar, según informó la oficina de información del gobierno turco.  En un comunicado, el presidente turco señaló que Ankara está desplegando un importante esfuerzo diplomático y que la crisis no debe afectar a Siria, como dejar en un segundo plano la crisis de Gaza. Turquía condenó enérgicamente el ataque israelí a Irán. No cabe duda que Israel es visto como un competidor geopolítico y desde la perspectiva de los intereses turcos, no es admisible que Jerusalén sea la principal potencia regional. Desde la misma Turquía, el gobierno señaló que no es aceptable la existencia de un actor hegemónico regional, sino que debe haber una suerte de equilibrio de poderes. Esto se traduce también con la oposición turca que Irán se convierta en una potencia nuclear. Una victoria política por parte de Israel en la crisis, es vista por Ankara como una amenaza a su proyección como potencia regional. Erdogan anunció públicamente mayores esfuerzos para el programa de misiles balísticos turco. Esto podrá impulsar a otros actores regionales a seguir los pasos de Turquía.

Estados árabes: Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Qatar y Omán realizan importantes esfuerzos para frenar la escalada. Los países árabes condenaron formalmente el ataque israelí contra Irán, pero tiene un carácter más retórico que real.  Un Israel victorioso en este “duelo” con Irán, tiene un impacto negativo en los frentes internos de los estados árabes, alimentando los argumentos de sectores extremistas que históricamente cuestionan la legitimidad de varios gobiernos árabes de la región, como también afecta las aspiraciones de proyectarse como potencias regionales, especialmente en el caso de Arabia Saudita. Es un “juego” delicado, dado que estamos ante regímenes sunnitas rivales de Teherán. La degradación de capacidades militares y los daños a su programa nuclear, alejan el fantasma de convertir a Irán en una potencia de primer orden en la región, pero otro lado, tampoco es aceptable el ascenso de Israel como primera potencia regional. Las contradicciones de Occidente, especialmente del discurso de Trump, pueden empujar a los estados árabes a una verdadera carrera para aumentar sus arsenales militares. Omán y Qatar tienen vínculos más cercanos con Teherán y es posible que busquen algún tipo de salida diplomática, con canales de diálogo con Estados Unidos.

Pakistán: la visita del jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, mariscal Asin Munir en el marco de la crisis Israel Irán al presidente Trump, fue todo un hecho significativo. El jefe de estado norteamericano, señaló que Islamabad no estaba de acuerdo con el ataque israelí. Pakistán e Irán, tuvieron altibajos en sus vínculos, especialmente por los separatistas baluchis.  Los paquistaníes ven con preocupación, un posiblemente debilitamiento de Teherán, dado que podría alimentar una escalada de los grupos armados en Baluchistán. El frente interno también se vería afectado, por la fuerte presencia islamista en la política de Pakistán – se extiende a sectores de las Fuerzas Armadas – que ven con abierta hostilidad el accionar de Israel en la crisis de Gaza o en su enfrentamiento con Irán. Esto impide la normalización de relaciones con Jerusalén, como otros países musulmanes. Pakistán, ante el enfrentamiento con el gobierno de los talibanes afganos, busca maniobrar geopolíticamente, “rodeándolos” acercándose a Irán, una opción para garantizar su seguridad energética y abrir una suerte de eje “Rusia, Irán, Pakistán China” para contrarrestar el creciente poderío indio.  Los acontecimientos en Irán, refuerzan al liderazgo paquistaní, de mantener su capacidad militar nuclear y más allá de los acercamientos con Washington, impulsan a este actor a mantener un mayor distanciamiento respecto a Occidente. Desde la perspectiva de Teherán, Pakistán, podría ser una válvula de oxígeno en el marco del conflicto con Israel.

El conflicto entre Israel e Irán, desde el punto de vista militar, pone de relieve las llamadas estrategias de zona gris.  El uso del poder aéreo como herramienta para quebrar la voluntad nacional, la historia puso en evidencia que tiene un alcance limitado. En la Segunda Guerra Mundial, las campañas de bombardeo aliado sobre el III Reich no hicieron mella en su voluntad de continuar la guerra. Impulsar el cambio de régimen, demandaría una intervención militar por tierra y mar, algo poco probable y con elevado costo político, militar y económico, además en vidas civiles y militares. Irán se mantiene a la defensiva, recayendo el esfuerzo en la rama aeroespacial del Ejército de los Guardianes de la Revolución Islámica. La defensa antiaérea iraní tiene limitaciones en materia de sistemas, medios modernos de comando y control y su aviación de combate es obsoleta respecto a la aviación de combate israelí.

Israel requiere un mayor compromiso de Estados Unidos y eventualmente de otros aliados de la OTAN (Francia, Reino Unido) no solo para poder contrarrestar la amenaza balística iraní, sino cerrar cualquier canal de diálogo que desemboque algún tipo de acuerdo sobre el programa nuclear de Teherán. Solo las capacidades de Washington permitirán generar mayores daños a las infraestructuras críticas iraníes y la capacidad de enriquecimiento de uranio en bases subterráneas.

Irán entiende que está ante un escenario sin liderazgo internacional claro, sus opciones son escasas. El mantener el conflicto en ciertos niveles de escalada aceptables, tiene que ver con la naturaleza del régimen que gobierna Teherán, mantener una narrativa y sobre ello aglutinar a la opinión pública. El factor tiempo, es la esperanza de los estrategas iraníes, manteniendo canales diálogo en diversos frentes. El mantenimiento del programa nuclear es vital por cuestiones de orgullo nacional y también como alternativa para obtener en el mediano/largo plazo capacidad militar nuclear, una herramienta realmente disuasiva desde sus intereses nacionales.

Estamos ante un sistema internacional anárquico, no hay árbitros legítimos, ni mecanismos eficaces de gestión de conflictos. Esto alimentará una carrera armamentística y un incremento de la competencia geopolítica. La lógica será imponer y no el consenso. Las contradicciones de Estados Unidos serán vistas como signos de debilidad y será aprovechada por otros actores, que buscaran mostrarse como “responsables”.  Los estados de la región, no considerarán aceptable una “victoria” israelí y podrá ser interpretado como una amenaza a las ambiciones de ciertos actores regionales.  Israel posiblemente haya conjurado un riesgo inmediato: Irán como potencia regional, pero genera incertidumbre sobre las derivaciones del enfrentamiento con Teherán y las lecturas que surjan de ello de los actores involucrados en la crisis.