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Neutralizar a Dos: Cómo Irán e Israel Son Llevados Juntos al Altar del Capital

Neutralizar a Dos: Cómo Irán e Israel Son Llevados Juntos al Altar del Capital

Renan Guevara Serrano
Candidato a Doctorado en Estudios Estratégicos

Lo que está ocurriendo entre Irán e Israel no es una erupción espontánea del caos, sino una operación meticulosamente planificada. Israel, con el respaldo incondicional de Washington, ha lanzado ataques masivos que han devastado centros de investigación nuclear, infraestructuras críticas y viviendas civiles. No se trata de autodefensa. Son asesinatos selectivos. Y sin embargo, el coro mediático en Occidente insiste en vestir esta agresión con el ropaje del “choque de civilizaciones”o “el programa nuclear de Irán”.

No es una guerra en sentido estricto. Es una campaña de desmantelamiento, diseñada no para vencer a un enemigo militar, sino para quebrar la columna vertebral de un Estado soberano. Irán es castigado no por lo que hace, sino por lo que representa: una resistencia relativa, incómoda, al orden neoliberal regional dirigido desde Tel Aviv, Riad y Wall Street. Israel tampoco sale indemne. También sangra, también se desgasta. Porque en esta dinámica, la destrucción es un negocio. Cuanto más se arruina, más rentable se vuelve la reconstrucción… bajo condiciones impuestas, claro.

No se trata de ideología, religión ni seguridad. Se trata de capital. Los misiles abren paso a los contratos. Tras los bombardeos llegarán los tecnócratas, los fondos de inversión, los bancos del Golfo. No vendrán con tanques, sino con memorandos de entendimiento. Habrá promesas de “ayuda” y “modernización”, pero el precio será la subordinación económica, la pérdida de autonomía, la reconversión forzada. En nombre de la estabilidad, se sembrará dependencia.

Y eso, conviene decirlo con claridad, no es un accidente. Es el guión. Lo han hecho antes, y lo volverán a hacer. La tragedia es que muchos aún lo llaman paz.

El 12 de junio, Israel -armado hasta los dientes, financiado sin condiciones y diplomáticamente blindado por Washington- lanzó una ofensiva aérea masiva bajo el nombre de “Operación León Naciente.” Más de cien objetivos en Irán fueron alcanzados: instalaciones nucleares, fábricas de misiles balísticos, y las viviendas de altos mandos del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica. No fueron actos de defensa. Fueron ejecuciones extrajudiciales. Entre las víctimas hubo científicos nucleares y líderes militares, figuras centrales de la soberanía iraní frente a un orden internacional estructurado para mantener la supremacía occidental.

La respuesta iraní no fue un arrebato irracional, sino el ejercicio legítimo y calculado de su derecho a la autodefensa. Teherán ha estado ejecutando una ofensiva precisa y cuidadosamente calibrada con misiles y drones, que no sólo desbordó los sistemas de defensa israelíes, sino que logró lo impensable: perforar la tan glorificada Cúpula de Hierro y golpear con fuerza zonas estratégicas en pleno Tel Aviv. Fue una operación quirúrgica, no simbólica, que demostró capacidad técnica, soberanía operativa y voluntad política.

Pero esto no es un caso de destrucción mutua asegurada. No es locura. Es cálculo. Lo que se está llevando a cabo es una desestabilización meticulosamente gestionada. Irán no está siendo derrotado: está siendo atacado por negarse a arrodillarse. No es su amenaza nuclear la que enfurece a las potencias occidentales, sino su negativa a convertirse en otro Estado cliente y ejercer su soberanía.

En esta campaña no se busca la paz, ni siquiera la victoria. Se busca el colapso. La “reconstrucción” llegará después, ofrecida como caridad neoliberal por los mismos actores que financiaron la destrucción. Y si los iraníes se resisten a ser domesticados, serán presentados como fanáticos o terroristas. Es un guión viejo. Lo han hecho antes.

Llamar “incontrolable” a la actual escalada es confundir el escenario con el guión. Esto no es una crisis que se desborda; es la ejecución milimétrica de una estrategia. Y no fue concebida ni en Teherán ni en Tel Aviv, sino en los despachos de estrategia occidental y las oficinas de corretaje financiero del Golfo. La devastación que hoy azota tanto a Irán como a Israel no es producto del caos, sino de un agotamiento planificado. Ninguno de los dos Estados está siendo “derrotado” en el sentido clásico. Ambos están siendo drenados, desarmados, debilitados, no mediante diplomacia, sino mediante desgaste.

Esto no es una guerra para ganar o perder. Es una guerra para erosionar, hasta hacer desaparecer, los últimos vestigios de soberanía militar efectiva en Asia Occidental. Irán no se está colapsando: está siendo empujado, paso a paso, hacia un “nuevo orden regional” no impuesto por la razón, sino por la promesa condicionada de reconstrucción.

Las monarquías del Golfo -Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Qatar- se han presentado ante el mundo como las nuevas “fuerzas de moderación” en el conflicto. Se ofrecen como mediadores imparciales, gestores de reconstrucción y garantes de estabilidad regional. Pero sería ingenuo -o deliberadamente ciego- tomar este gesto por filantropía. Lo que se anuncia como ayuda es, en realidad, inversión estratégica. Quien financie la reconstrucción de la infraestructura iraní o la rehabilitación del sistema de defensa israelí no estará prestando asistencia: estará comprando acceso, moldeando políticas y asegurando subordinación.

Estas no son donaciones. Son apuestas geopolíticas con retorno esperado. Los fondos soberanos del Golfo -entre los más grandes del mundo- ya han sido movilizados en otras zonas devastadas, desde Siria hasta Gaza, siempre con condiciones. Hoy, frente a una región extenuada por el fuego cruzado y las sanciones, los contratos de “reconstrucción” se convierten en los nuevos instrumentos de dominación.

El Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo no actúa como un cuerpo de paz, sino como un consorcio de intereses. Quienes se integren a sus esquemas financieros lo harán a costa de su soberanía. El proyecto no es reconstruir para liberar, sino reconstruir para domesticar.

El Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo no actúa como un cuerpo de paz, sino como un consorcio de intereses económicos y estratégicos. Quienes se integren a sus esquemas financieros lo harán a costa de su soberanía. El proyecto no es reconstruir para liberar, sino reconstruir para domesticar. Lejos de consolidarse como una fuerza de paz, el Consejo opera como el fideicomisario de una dependencia regional cuidadosamente administrada. No necesita desplegar tanques; le basta con licitaciones. Así es como se neutraliza la soberanía en el siglo XXI: no con cañones, sino con contratos.

Frente a esta maquinaria, los BRICS -en particular Rusia y China- ofrecen una alternativa incipiente, aún limitada, pero históricamente significativa. Mientras Occidente disfraza el saqueo como “reformas estructurales” y los Estados del Golfo se presentan como filántropos de posguerra, Pekín y Moscú han promovido principios básicos de respeto a la soberanía, no-intervención y desarrollo mutuo. La Iniciativa de la Franja y la Ruta, plantea una lógica distinta: integración sin destrucción previa. Cooperación sin bombardeos como prólogo.

Pero el enemigo es persistente. Ya no se requieren tropas de ocupación ni planes del FMI: basta con la penetración del capital especulativo. Aquí es donde actúa el verdadero arquitecto de la dependencia: el Capital Financiarizado Global. Una vez agotadas las capacidades militares de Irán e Israel, ese capital se desplegará, no como gesto de paz, sino como instrumento de domesticación. Lo que no logró la guerra, lo impondrá la deuda. La política exterior se redactará, no en nombre de la dignidad nacional, sino al ritmo de los mercados.

Incluso Gaza, durante décadas símbolo moral de la dignidad árabe, está siendo transformada. Ya no como bandera de resistencia, sino como activo financiero en el portafolio de las monarquías del Golfo. La “reconstrucción” será financiada por Riad, Doha o Abu Dabi, pero no como acto de justicia, sino como inversión con retorno. Si Israel acepta integrarse a la lógica del capital, Gaza no será liberada: será explotada.

En este contexto, China y Rusia representan -con todas sus limitaciones- una contención parcial al despojo globalizado, una resistencia estructural al poder de los bancos y los fondos. No se trata de idealizarlos, sino de reconocer que, en un mundo donde los contratos reemplazan a la soberanía y las bombas preparan el terreno para BlackRock, cualquier atisbo de orden alternativo merece ser defendido.

Esto no es paz. Es pacificación. Y no se impone con drones ni tanques, sino con calificaciones crediticias y garantías de liquidez. El objetivo no es resolver los conflictos de la región, sino volverlos manejables, previsibles y, en última instancia, rentables.

Estamos presenciando el acto final de una operación largamente preparada. El modelo de resistencia en Asia Occidental no está siendo debatido ni reformado: está siendo desmantelado de forma sistemática. La ilusión de disuasión mutua -invocada durante años para explicar la tensa estabilidad entre las potencias regionales- se ha derrumbado. Lo que queda es una convergencia controlada: los dos últimos Estados de la región capaces de sostener una resistencia militar autónoma -Irán e Israel- están siendo neutralizados al unísono. No porque compartan valores, sino porque representan, de distintas maneras, un obstáculo al nuevo orden post-soberano que se está imponiendo en la región.

Esto no marca el fin de la guerra, sino el comienzo de una paz gerenciada, donde la violencia abierta es sustituida por un orden tecnocrático diseñado para preservar la arquitectura de poder. El vacío dejado por unas fuerzas armadas exhaustas no será llenado por movimientos de liberación ni por diplomacia desde abajo, sino por burócratas financieros, organismos multilaterales y empresas privadas con contratos en la mano. La autonomía estratégica de Irán está siendo progresivamente erosionada bajo la presión de sanciones, aislamiento y promesas condicionadas de reconstrucción. Israel, por su parte, no está siendo derrotado por la resistencia árabe, sino humillado por la caída del mito de su invulnerabilidad militar, y contenido -no por principios- sino por el capital del Golfo, que va a exigir estabilidad para proteger sus inversiones.

Ambos Estados están siendo rediseñados para ajustarse a un nuevo marco regional donde la moneda de cambio no es la legitimidad ni la autodeterminación, sino la liquidez. La región no se encamina hacia una reconciliación basada en justicia, sino hacia una recalibración funcional al mercado: una paz de gestoría, no de principios. En este nuevo paradigma, la soberanía es tolerada sólo si no interfiere con los flujos de capital. Y quienes se resistan, serán marginados. O reconstruidos.

La llamada “influencia” de Estados Unidos en este conflicto no responde a intereses nacionales ni a principios democráticos. Es, sencillamente, la extensión práctica del poder del capital financiero global, que utiliza a Washington como su ejecutor político y militar. No hay ninguna decisión que se tome en nombre de la justicia, la legalidad internacional o la paz. Lo que se impone es un sistema en el que el bombardeo prepara el terreno para el contrato, y la devastación garantiza la obediencia.

En este esquema, las monarquías del Golfo ya no son simples beneficiarias del paraguas militar estadounidense: se han convertido en cómplices activos y codiseñadores del nuevo orden regional. Arabia Saudita, Emiratos y Qatar no están “equilibrando” el poder regional, lo están capitalizando. Su papel es claro: ofrecer reconstrucción a cambio de subordinación, comprar influencia con licitaciones, imponer condiciones políticas mediante inversiones. Están reconfigurando su lugar en el sistema mundial no como actores soberanos, sino como administradores regionales del capital transnacional. En un mundo que se encamina hacia la multipolaridad, el Golfo ha decidido no desafiar el orden existente, sino convertirse en su gerente regional.

Al mundo se le dirá que esto es paz. No lo es. No es reconciliación. Es un reinicio. Y no concebido en Teherán o Tel Aviv, sino en Davos y Dubái. Quienes lo diseñan no hablan el lenguaje de la justicia, de la dignidad ni de la liberación. Hablan únicamente en la lengua fría y precisa del análisis costo-beneficio y del retorno de la inversión futura.

Y ese, desde el principio, fue el plan.

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Zona gris, peligro real: el juego mortal entre Israel e Irán

Por: Jorge Suarez Saponaro. Analista Internacional (Argentina) Colaborador del CREI

https://elminuto.cl/noticias/analisis-y-seguridad/zona-gris-peligro-real-el-juego-mortal-entre-israel-e-iran.shtml?fbclid=IwY2xjawLFmzNleHRuA2FlbQIxMQBicmlkETE1ZFIwc3pCRkFEZ2U3WDlLAR7bKwJQd-kds0MhiDqSlG6MM2WqCi3cPZjKT3-4yzuVERoYNP8Spw4fRXNBjw_aem_vLaM3AATjpBvEuetGwcJ_A

Jorge Suarez Saponaro Columnista | Diario el Minuto Publicaciones En el marco de negociaciones directas entre Estados Unidos e Irán por la cuestión nuclear, con mediación de Omán, Israel lanzó un ataque aéreo a gran escala contra el programa nuclear iraní, al considerar que detrás de ello, Teherán está embarcado en disponer de armas atómicas, considerándolo una “línea roja” que constituye una amenaza existencia para la nación hebrea. El golpe tuvo su efecto, la salida iraní de las conversaciones, pero esto abre interrogantes sobre el volátil escenario del Próximo Oriente.

Por Jorge Alejandro Suárez Saponaro | Director de Argentina para El Minuto

Estamos ante un escenario de guerra de zona gris, donde la estrategia tiene como objetivo no degenerar en un conflicto convencional, ni un enfrentamiento militar directo. La proliferación de armas guiadas, en el caso iraní, permite llevar a cabo acciones militares sin la necesidad de una movilización de mayor magnitud, para librar batallas en territorio enemigo, algo que no es factible para las partes en conflicto.  Las estrategias de zona gris se caracterizan por la asimetría material y de interés, “incrementalismo”, la agitación política, y la ambigüedad.

El combate se libra a través de “escaramuzas” empleando salvas de proyectiles a grandes distancias por parte de Irán y con la respuesta israelí a través de operaciones aéreas.  Los objetivos son de carácter limitado, por lo menos en esta primera instancia del conflicto, donde en el plano de la estrategia es no cruzar ningún umbral existencial para ambas partes. En este complejo juego de “disuasión” y “coerción” la asimetría material juega a favor de Israel y sus aliados (Estados Unidos) respecto a Irán, puede inducir a que Teherán arriesgue asumir un coste máximo para defender interés máximo. La amenaza de Trump, se vinculan con ello, obligando a los estrategas iraníes a evaluar si vale la pena seguir escalando el conflicto, con sus costos asociados.

Del lado persa, a través de la táctica de salvas de armamento guiado, busca también elevar los costos de la respuesta israelí, saturando los sistemas de defensa aérea y antibalístico, mantener a la nación en constante estado de alarma, con su impacto para el funcionamiento de la economía y erosionar el frente doméstico. Se observa que se aplica una de las características propias de las estrategias de zona gris: el incrementalismo, donde los actores en pugna buscan no cruzar determinados límites, donde Israel centra su esfuerzo en desarticular el programa nuclear iraní y en el caso de Teherán, librar acciones de desgaste y erosionar la voluntad israelí de seguir con los objetivos de la Operación León Creciente.

Existe un ejemplo sobre la experiencia iraní en estrategias de zona gris: el ataque a Arabia Saudita, por parte del “proxy” pro iraní de los hutíes en 2019. Este generó un daño catastrófico en la infraestructura petrolera saudita de Abqaiq-Khurais (equivalente al 5% de la producción mundial de crudo) sin la necesidad de movilizar ejércitos.  Los iraníes por medio de los hutíes yemenitas mantienen cerrado el puerto de Eilat y niega el uso del Mar Rojo al tráfico marítimo israelí, además de lanzar ataques con drones y misiles balísticos, con su impacto para la economía de Israel. La pérdida de bases operativas en Siria y Líbano, obligará a los iraníes a maniobrar desde el Mar Rojo.

En este conflicto las partes han subido la apuesta, lanzando ataques a infraestructura económica y crítica. Los israelíes lanzaron sendos ataques contra el sector petrolero, un área clave para la economía iraní. Desde Teherán devolvieron el golpe generando graves daños al prestigioso instituto científico Weiszman, objetivos del sector energético, destacándose la importante planta de refinería de petróleo de Haifa, la más importante de Israel, obligándola a paralizar sus actividades. El conflicto de zona gris, juega con las ambigüedades.  El ataque al hospital de Beersheva, a pesar de las declaraciones iraníes, que el misil iba a una base militar cercana, tuvo su impacto psicológico y político, alimentando una mayor presión en el frente interno israelí. La clave de la estrategia iraní siempre ha sido explotar la contradicción de su adversario.

A través de las capacidades de la Fuerza de Misiles iraní, existe una suerte de esfuerzo igualador mediante la dotación de sistemas de alta precisión. Estamos presenciando acciones por las cuáles una de las partes busca imponer su voluntad por medio de la sumisión del otro, a través del “intercambio” de salvas, obligando a la otra parte a estar en incapacidad de seguir devolviendo el golpe por desgaste.

Los golpes dados por Israel a la infraestructura del programa nuclear iraní, según analistas del Royal United Institute Service, no son suficientes para su completa desarticulación.  Rafael Grossi, titular de la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA) señaló que la planta de Natanz, dedicada al enriquecimiento de uranio está destruida, pero quedan bases subterráneas intactas. Según estimaciones del citado organismo, Irán posee unos 400 kilos de uranio enriquecido al 60%, apto para producir munición nuclear, pero la OIEA considera que Teherán tiene un “camino” por recorrer para disponer de armas nucleares operativas. Otro centro atacado el laboratorio de Isfahán, que produce componentes para el enriquecimiento de uranio y el centro de producción de agua pesada de Arak.

En el estratégico sitio de Fordrow, se estima que existen reservas de uranio enriquecidos al 83% (se requiere el 90% para munición nuclear) y es el centro de atención de Washington sobre el camino a seguir.  La capacidad de la Fuerza Aérea Israelí de destruir dicha instalación es limitada por la profundidad donde se encuentra.

En este tipo de conflictos, se libran también en el campo político, psicológico y económico. Desde Israel se instala una narrativa para promover el cambio de régimen; Trump pide a los habitantes de Teherán dejar la ciudad; los embargos y sanciones a la economía iraní; mientras que la contraparte iraní, moviliza sus “proxy”, amenaza con acciones devastadoras (guerra psicológica), cierra el Mar Rojo al tráfico marítimo israelí y “juega” con la sombra de cerrar el Estrecho de Ormuz, cuello de botella donde transitan unos 20 millones de barriles de crudo como combustible procesado (20% del tráfico petrolero mundial).

La “ambigüedad” que explota Irán al respecto, provocó el alza del precio del petróleo, generando incertidumbre, donde muchos armadores optaron por cambiar las rutas con sus costos asociados para la economía global (esto incluye a Israel por ser un país importador de crudo). El factor tiempo es algo que busca explotar a su favor el gobierno iraní, en atención que la continuidad de los ataques israelíes, requerirán para que continúen en el tiempo, del apoyo de Estados Unidos y en menor medida de otros aliados occidentales. En cuanto a la capacidad de seguir lanzando ataques balísticos por parte de Irán, dado el desconocimiento sobre la cantidad de misiles y drones en los arsenales, genera interrogantes hasta cuando Teherán podrá seguir atacando.

Los actores en pugna

Israel: la estrategia al parecer está centrada en generar el máximo daño posible al programa nuclear y afectar la capacidad de enriquecimiento de uranio e impedir la producción de munición atómica. Las acciones contra el alto mando del Ejército de los Guardianes, científicos vinculados al sector nuclear, buscan generar efectos políticos y psicológicos al adversario. Los ataques a instalaciones de la industria petrolera iraní, está orientada a impactar en la golpeada economía iraní, generar un clima de mayor inestabilidad y afectar el esfuerzo de guerra iraní.  El involucrar directamente a Estados Unidos en el conflicto, bloquearía cualquier iniciativa para un acuerdo sobre el programa nuclear iraní. La intervención de Washington, podría extenderse hacia la capacidad militar e infraestructura crítica de Teherán, dejándolo fuera como actor relevante en el tablero geopolítico del Próximo Oriente, por un largo tiempo. Por otra parte, Jerusalén dejaría un fuerte mensaje para diversos actores regionales con aspiraciones hegemónicas en la región y que puedan cuestionar abiertamente la existencia del Estado de Israel.

Irán: El régimen busca mostrarse inflexible ante la “amenaza sionista” y a pesar de los daños infringidos a su programa nuclear, capacidades militares e infraestructura petrolera, y seguir siendo considerado como un actor relevante en la región, que todavía cuenta con cierto nivel de disuasión/coerción. Teherán está a la defensiva, apuesta por la incertidumbre, ambigüedad y explotar las contradicciones del enemigo, manteniendo las opciones de diálogo con diversos actores (Rusia, China, Unión Europea, algunos estados árabes). Los “halcones” liderados por Jamenei puertas adentro mantendrán una narrativa de dureza ante la agresión, mientras, por otro lado, buscarán opciones de negociación, siempre con el objetivo de mantener el programa nuclear. Estamos ante un “doble juego” para impedir que el oponente pueda identificar las reales intenciones iraníes. El ataque israelí, impulsará al sector “duro” del régimen a seguir con la determinación de disponer de capacidad nuclear militar, como única herramienta verdaderamente disuasiva e ir más allá abandonar el Tratado de No Proliferación.

Irán explotará el factor tiempo y buscará evitar la intervención de Estados Unidos, un escenario más complejo para el régimen de ayatolás. Ello no impide acciones desestabilizadoras para los intereses de Washington, como se observa en el vecino Irak, a través de facciones de las Fuerzas de Movilización Popular. Esto tendría como finalidad movilizar la opinión aislacionista dentro del gobierno de Estados Unidos, cuando personal militar de dicho país, se encuentre amenazado por grupos irregulares iraquíes, generaría rechazo de la ciudadanía sobre la intervención de Washington en conflictos considerados ajenos a los intereses estadounidenses. Los estrategas iraníes saben que en este conflicto están solos y la opción es mantenerse a la defensiva, esperando alguna oportunidad favorable desde lo político de alcanzar un cese del fuego.

Estados Unidos: la decisión que adopte el presidente Trump respecto atacar o no las instalaciones nucleares iraníes, se vinculan con la credibilidad de su gobierno en el frente externo como interno. En un primer momento, Washington vetaba la idea de un ataque israelí sobre Irán. El accionar israelí puede interpretarse como signo de debilidad y que Jerusalén condiciona la política exterior de Washington en la región. Las declaraciones de Trump, por sus contradicciones, podrán ser explotadas por parte de Rusia y China para convertirse en árbitros en el conflicto, dado su influencia en el régimen de Teherán. En el frente interno, la Casa Blanca tiene opiniones divididas dentro del Partido Republicano, donde existe un importante sector, que se opone a una intervención directa en el conflicto entre Israel e Irán.  La intervención de Estados Unidos también se vincula con lo económico, corriéndose el riesgo de una escalada del precio del petróleo, con su impacto negativo para la economía estadounidense, sus aliados y también a nivel global, beneficiando actores como Rusia y los estados árabes. Este dilema, impactará en la decisión de la Casa Blanca sobre la estrategia a seguir.

Rusia: el conflicto Israel – Irán le resta centralidad a la cuestión ucraniana, que explotará el Kremlin a su favor. Es un actor clave, a tal punto que la planta nuclear de Bushehr donde hay personal ruso no fue atacada. Moscú buscará algún tipo de hipótesis de confluencia con Israel, especialmente por Siria, donde existe un claro interés de mantener su presencia. Para Jerusalén, es una opción viable para reducir la influencia turca. Irán es una pieza clave en el ajedrez geopolítico que juega el Kremlin y se inserta en las negociaciones por la paz en Ucrania.  Moscú tiene un acuerdo de asociación estratégica, pero no en el campo de la seguridad, por lo tanto, Teherán es una “ficha intercambiable”. La vulnerabilidad del régimen puede ser una baza a favor de Rusia, para adquirir un rol relevante en el conflicto. Irán es importante para Rusia para el desarrollo de un corredor que rompe con el aislamiento de Occidente y se proyecta hacia el Índico. No obstante, la política del Kremlin, ha sido de “contener” a Irán, evitando su fortalecimiento y su proyección hacia el Cáucaso y Asia Central, áreas sensibles para los intereses de Rusia.

Unión Europea/Reino Unido: En 2015 fue un actor relevante por el acuerdo nuclear alcanzado en su momento entre Estados Unidos, China, Rusia e Irán.  El levantamiento de las sanciones contra Irán, sin ninguna duda beneficiaría a la UE. La “potencia diplomática” que debería ser el bloque europeo, tiene un papel marginal, dado la postura de la Casa Blanca en el conflicto entre Irán e Israel.  Teherán buscará mantener alejado a ciertos actores – Francia y Reino Unido – de un posible apoyo militar a Jerusalén en caso de un mayor riesgo de escalada, alimentar una postura favorable a un programa nuclear iraní con fines pacíficos. El Reino Unido como parte del Acuerdo nuclear con Irán en 2015, es un actor a considerar, especialmente si Estados Unidos decide atacar la vieja nación persa, debiendo emplear la base de Diego García, y ello requiere la autorización británica.  Las bases británicas en Chipre sirvieron para el despliegue de medios aéreos en 2024, para apoyar la defensa aérea israelí contra los ataques balísticos iraníes.  La Marina Real podría brindar apoyo para evitar el cierre del Estrecho de Ormuz gracias a su capacidad de guerra de minas y la base Duqm en Omán, también cobran relevancia. Las relaciones con Israel no pasan por el mejor momento por la postura británica respecto a la crisis de Gaza. Es probable, en caso que Estados Unidos intervenga, Londres se vea involucrado, pero de manera muy limitada.

China.  Irán tiene un papel en la geopolítica china, especialmente en el marco de una de las grandes maniobras geoestratégicas de Pekín: la célebre Ruta de la Seda, para brindar seguridad a su cadena de suministros. El 45% del petróleo que importa China, viene del Golfo Pérsico, por lo tanto, la estabilidad de Irán impacta en los intereses chinos. Existe una estrecha relación entre ambos actores, se estima que el 90% del crudo iraní es adquirido por Pekín (16% del crudo importado por China es de origen persa).  El gobierno chino condenó en una primera instancia el ataque israelí e intenta mediar en el conflicto. Más allá que es solo una simple declaración de buenas intenciones, sirve como construcción de una narrativa que se proyecta a un Sur Global, donde el sentimiento antioccidental aumenta, mostrando a China como una potencia global “responsable”. Irán es para Pekín, lo mismo para Rusia, una pieza del ajedrez geopolítico en su competencia con Estados Unidos.

Turquía: Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía, calificó al primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, de ser “la mayor amenaza” para Oriente Medio, en una conversación telefónica este martes con el jeque Tamim bin Hamad al Thani, emir de Qatar, según informó la oficina de información del gobierno turco.  En un comunicado, el presidente turco señaló que Ankara está desplegando un importante esfuerzo diplomático y que la crisis no debe afectar a Siria, como dejar en un segundo plano la crisis de Gaza. Turquía condenó enérgicamente el ataque israelí a Irán. No cabe duda que Israel es visto como un competidor geopolítico y desde la perspectiva de los intereses turcos, no es admisible que Jerusalén sea la principal potencia regional. Desde la misma Turquía, el gobierno señaló que no es aceptable la existencia de un actor hegemónico regional, sino que debe haber una suerte de equilibrio de poderes. Esto se traduce también con la oposición turca que Irán se convierta en una potencia nuclear. Una victoria política por parte de Israel en la crisis, es vista por Ankara como una amenaza a su proyección como potencia regional. Erdogan anunció públicamente mayores esfuerzos para el programa de misiles balísticos turco. Esto podrá impulsar a otros actores regionales a seguir los pasos de Turquía.

Estados árabes: Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Qatar y Omán realizan importantes esfuerzos para frenar la escalada. Los países árabes condenaron formalmente el ataque israelí contra Irán, pero tiene un carácter más retórico que real.  Un Israel victorioso en este “duelo” con Irán, tiene un impacto negativo en los frentes internos de los estados árabes, alimentando los argumentos de sectores extremistas que históricamente cuestionan la legitimidad de varios gobiernos árabes de la región, como también afecta las aspiraciones de proyectarse como potencias regionales, especialmente en el caso de Arabia Saudita. Es un “juego” delicado, dado que estamos ante regímenes sunnitas rivales de Teherán. La degradación de capacidades militares y los daños a su programa nuclear, alejan el fantasma de convertir a Irán en una potencia de primer orden en la región, pero otro lado, tampoco es aceptable el ascenso de Israel como primera potencia regional. Las contradicciones de Occidente, especialmente del discurso de Trump, pueden empujar a los estados árabes a una verdadera carrera para aumentar sus arsenales militares. Omán y Qatar tienen vínculos más cercanos con Teherán y es posible que busquen algún tipo de salida diplomática, con canales de diálogo con Estados Unidos.

Pakistán: la visita del jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, mariscal Asin Munir en el marco de la crisis Israel Irán al presidente Trump, fue todo un hecho significativo. El jefe de estado norteamericano, señaló que Islamabad no estaba de acuerdo con el ataque israelí. Pakistán e Irán, tuvieron altibajos en sus vínculos, especialmente por los separatistas baluchis.  Los paquistaníes ven con preocupación, un posiblemente debilitamiento de Teherán, dado que podría alimentar una escalada de los grupos armados en Baluchistán. El frente interno también se vería afectado, por la fuerte presencia islamista en la política de Pakistán – se extiende a sectores de las Fuerzas Armadas – que ven con abierta hostilidad el accionar de Israel en la crisis de Gaza o en su enfrentamiento con Irán. Esto impide la normalización de relaciones con Jerusalén, como otros países musulmanes. Pakistán, ante el enfrentamiento con el gobierno de los talibanes afganos, busca maniobrar geopolíticamente, “rodeándolos” acercándose a Irán, una opción para garantizar su seguridad energética y abrir una suerte de eje “Rusia, Irán, Pakistán China” para contrarrestar el creciente poderío indio.  Los acontecimientos en Irán, refuerzan al liderazgo paquistaní, de mantener su capacidad militar nuclear y más allá de los acercamientos con Washington, impulsan a este actor a mantener un mayor distanciamiento respecto a Occidente. Desde la perspectiva de Teherán, Pakistán, podría ser una válvula de oxígeno en el marco del conflicto con Israel.

El conflicto entre Israel e Irán, desde el punto de vista militar, pone de relieve las llamadas estrategias de zona gris.  El uso del poder aéreo como herramienta para quebrar la voluntad nacional, la historia puso en evidencia que tiene un alcance limitado. En la Segunda Guerra Mundial, las campañas de bombardeo aliado sobre el III Reich no hicieron mella en su voluntad de continuar la guerra. Impulsar el cambio de régimen, demandaría una intervención militar por tierra y mar, algo poco probable y con elevado costo político, militar y económico, además en vidas civiles y militares. Irán se mantiene a la defensiva, recayendo el esfuerzo en la rama aeroespacial del Ejército de los Guardianes de la Revolución Islámica. La defensa antiaérea iraní tiene limitaciones en materia de sistemas, medios modernos de comando y control y su aviación de combate es obsoleta respecto a la aviación de combate israelí.

Israel requiere un mayor compromiso de Estados Unidos y eventualmente de otros aliados de la OTAN (Francia, Reino Unido) no solo para poder contrarrestar la amenaza balística iraní, sino cerrar cualquier canal de diálogo que desemboque algún tipo de acuerdo sobre el programa nuclear de Teherán. Solo las capacidades de Washington permitirán generar mayores daños a las infraestructuras críticas iraníes y la capacidad de enriquecimiento de uranio en bases subterráneas.

Irán entiende que está ante un escenario sin liderazgo internacional claro, sus opciones son escasas. El mantener el conflicto en ciertos niveles de escalada aceptables, tiene que ver con la naturaleza del régimen que gobierna Teherán, mantener una narrativa y sobre ello aglutinar a la opinión pública. El factor tiempo, es la esperanza de los estrategas iraníes, manteniendo canales diálogo en diversos frentes. El mantenimiento del programa nuclear es vital por cuestiones de orgullo nacional y también como alternativa para obtener en el mediano/largo plazo capacidad militar nuclear, una herramienta realmente disuasiva desde sus intereses nacionales.

Estamos ante un sistema internacional anárquico, no hay árbitros legítimos, ni mecanismos eficaces de gestión de conflictos. Esto alimentará una carrera armamentística y un incremento de la competencia geopolítica. La lógica será imponer y no el consenso. Las contradicciones de Estados Unidos serán vistas como signos de debilidad y será aprovechada por otros actores, que buscaran mostrarse como “responsables”.  Los estados de la región, no considerarán aceptable una “victoria” israelí y podrá ser interpretado como una amenaza a las ambiciones de ciertos actores regionales.  Israel posiblemente haya conjurado un riesgo inmediato: Irán como potencia regional, pero genera incertidumbre sobre las derivaciones del enfrentamiento con Teherán y las lecturas que surjan de ello de los actores involucrados en la crisis.