El oligopolio mediático global en manos de las élites de poder mundial bombardea e inunda al planeta entero con noticias y análisis como si estas elecciones fueran las más importantes para toda la humanidad. La forma en que se presenta la información sobre la campaña electoral y los datos que arrojan es para atraer la atención y generar la sensación que, tras sus resultados, la vida de todas las naciones cambiará.
En cambio, sí se puede hablar hasta la saciedad sobre los indicadores permanentes que facilitan la proyección de posible triunfo de los dos partidos monopólicos de la seudo-democracia norteamericana en cada uno de los 50 estados.
Perfil del votante según indicadores principales
También se pueden abordar otros factores que en su conjunto facilitan una más fácil comprensión general de todo el desarrollo de la campaña electoral a nivel nacional. Me refiero al perfil del votante estadounidense en el marco de sus de sus desigualdades sociales y raciales:
- Nivel educativo (secundaria incompleta, secundaria terminada, universitarios y de postgrado o superiores), por su nivel de ingresos familiares, el factor demográfico, grupos etarios, las minorías étnicas (blancos no latinos, afroamericanos, los latinos, asiáticos). Por ejemplo, los latinos constituyen la primera minoría étnica de EEUU, pues con más de 60 millones equivalen a un 18% de la población; de ellos, más de 30 millones podrán votar en noviembre, lo cual los convierte en la primera minoría electoral.
- Las leyes electorales en cada Estado, la capacidad de cada partido de movilizar a las urnas a sus electores, los fondos recaudados.
- Otros factores menos fáciles de analizar, como el comportamiento de los estados batalla (battle ground) o de los estados oscilantes (swing states, que históricamente no están marcados por el favoritismo mayoritario a uno de los dos partidos), o el factor redes sociales y hasta el clima el propio día de las elecciones.
Estos factores e indicadores base sirven para desarrollar toda una serie de análisis comparativos de la actual campaña electoral con las anteriores o por lo menos con la más reciente, la de 2016. Y aunque es muy temprano para fijar cifras terminadas las diferencias entre una y otra elección no siempre son tan abismales.
1) Estados Unidos presenta los índices más bajos de participación electoral ciudadana. En 2016, votó el 55.4% de los ciudadanos en edad de hacerlo.
2) La diferencia la marca la juventud entrando a votar y aquellas situaciones de carácter extraordinario que impacten en la población votante.
3) Hay mucha variación en las tasas de participación de un estado a otro.
4) La abstención es otro factor y sobre todo en los llamados estados oscilantes.
5) Son cada vez menos los que cambian de bando entre una elección y otra.
Sin embargo, a pesar de que cada partido lucha por atraer a los votantes independientes o reacios a votar, al final no es el voto popular el que definirá al ganador sino los famosos votos electorales. De cualquier forma, los datos de población total del país y los electores inscritos son el punto de partida de cualquier proyección analítica.
Aunque según el promedio de encuestas el candidato demócrata Joe Biden (ex vicepresidente de Barack Obama) tiene una amplia ventaja nacional y lidera en la mayoría de los estados, de los cuatro estados de los Grandes Lagos en donde Trump cambió a su favor en 2016, hasta un día antes de las votaciones Michigan, Pensilvania y Wisconsin se inclinan fuertemente hacia Biden. Hasta finales de septiembre no se creía que ningún Estado cambiara.
Trump necesitaría ganar en los estados restantes aún en disputa y voltear al menos uno de los estados de inclinación demócrata para reelegirse y todo por el famoso sistema del Colegio Electoral.
El Colegio Electoral
Este es otro nivel de análisis si realmente de manera técnica se desean entender las elecciones de EEUU. El Colegio Electoral está constituido por 538 electores. En nombre de los votantes, ese grupo debe elegir al presidente y vicepresidente una vez concluida la votación. Lo que ocurre es que los ciudadanos votan por esos electores, que se han comprometido a votar en sus respectivos estados a favor del candidato presidencial y vicepresidencial de sus partidos favoritos.
Ese método convierte prácticamente en indirecta elección presidencial. El candidato a la Casa Blanca gana con 270 votos de los 538 de los electores, sin importar si la cantidad de ciudadanos que votaron por cada contrincante.
Por ejemplo, en las elecciones de 2016 Hillary Clinton (demócrata) obtuvo 65 millones 853 mil 514 votos y Donald Trump consiguió 62 millones 984 mil 828 votos. Sin embargo, con casi 3 millones de votos menos que Clinton, Trump logró 304 votos del colegio electoral a su favor vs los 227 que consiguió su rival y esto lo hizo ganador.
En el 2000 ocurrió algo similar, con el gran robo a favor de George W. Bush para impedir que el demócrata Al Gore, vicepresidente de Bill Clinton, se hiciera inquilino de la Casa Blanca.
Por la alta probabilidad de ese tipo de resultados ilógicos y sorprendentemente antidemocráticos para toda la población votante, es que el objetivo de las estrategias de campaña electoral presidencial de cada partido es ganar el voto popular en una serie de Estados que arrojen una mayor cantidad de votos de los electores, en vez de tratar de ganar el mayor número de votos de la población a nivel nacional.
Mayoritariamente, los miembros del Colegio Electoral se designan y eligen bajo las leyes estatales. Es un sistema donde “The winner takes it all” (Todo se lo lleva el ganador). Los votantes eligen entre las listas de los electores del estado para que voten por el candidato a la presidencia y a la vicepresidencia y así, el candidato que recibe la mayoría de los votos del estado “gana” todos los votos emitidos por los ciudadanos de ese estado. De ahí la importancia de los llamados estados oscilantes o indecisos (swing states) y también la enorme abstención de los votantes inscritos por no creer en ese tipo de sistema electoral.
Desde luego que existen más formas tanto por la cámara de representantes como por el senado de elegir a los candidatos a presidente o vicepresidente en caso de que ninguno logre una mayoría de los votos electorales. Aunque eso ya es más técnico y eventual tampoco se debe desconocer porque así cómo está la disputa actual por la presidencia no se descarta tampoco que tenga un desenlace bastante reñido. El no reconocimiento del triunfo del adversario está sobre el tapete de las posibilidades.
¿De qué democracia se ufanan los gringos?
Lo importante es destacar lo lesivo a la democracia real del papel que juega el colegio electoral bajo la tónica de un sistema federal. Ninguna enmienda para abolir el colegio electoral y que la votación sea directa, ha visto ni la luz del día ni siquiera las puertas abiertas del congreso. Ha sido imposible que llegue hasta ese nivel de discusión. ¿Por qué? Porque probablemente surgirían nuevos partidos políticos y sus estrategias ya no sería ganar en Estados indecisos sino en los más poblados y la participación general de los votantes probablemente sería mayor de lo que es hoy.
Al final de cuentas el Colegio Electoral es otra cara de la corrupción política, pues los miembros son libres de escoger a los candidatos a la silla presidencial, aunque no sea el que ganó en el estado que representa, e inclinar su voto al otro lado de la balanza. Entonces, ¿de qué democracia hablan los gringos?
La ventaja de Biden ha venido disminuyendo en cada estado y en el total de la sumatoria desde un 17 hasta 9 puntos porcentuales, según el promedio de encuestas. Pero la tendencia electoral a favor del candidato demócrata se mantiene hasta el momento. La lógica general supone que Biden debería ser el ganador. Pero el sistema corrupto de la política norteamericana, organizado tras bastidores, puede dar la sorpresa haciendo por magia que gane de nuevo Trump un segundo mandato.
La razón principal de la ventaja de Biden sobre Trump es simplemente porque las condiciones de 2016 no son las de este año, aun a pesar que hasta inicios del 2020 la administración republicana había realizado una buena gestión económica de base, sobre todo a largo plazo para fortalecer la industria y otras esferas competitivas económicas y comerciales de Estados Unidos. Esa es la estrategia base del famoso MAGA, “Make America Great Againg”.
Los estorbos de Trump
Pero varios estorbos impredecibles se le atravesaron a Trump este año:
- El Covid-19 y su pésima respuesta, lo tiene contra las cuerdas y con pocas esperanzas. Los demócratas lograron hacer viral las comparecencias de Trump diciéndole al pueblo norteamericano que todo estaba bajo control, lo cual contrasta con la prolongada cuarentena, el aumento permanente de fallecidos hasta unos 237 mil y los infectados superando los 9 millones.
- El racismo de Trump que le inspira su claro apoyo a la supremacía blanca es la segunda razón más tangible que pueda llevar a la victoria a Biden. Los demócratas han jugado bien la carta afroamericana como en una réplica de “Golpe Suave” tras los asesinatos de muchos negros después de la muerte de George Floyd. La orden de uso de la fuerza y represión policial continúa para controlar los levantamientos.
- La deteriorada economía norteamericana, que junto a la pandemia y las protestas masivas han empobrecido más al país y elevado la deuda pública, el desempleo, la reducción del PIB y las dificultades del mercado internacional son elementos claves que le restaran sin duda votos a Trump.
- A mediados de octubre pasado, el Departamento del Tesoro reportó que el déficit presupuestario de Estados Unidos alcanzó un récord de 3,132 billones de dólares durante el año fiscal 2020, más del triple del déficit de 2019, como resultado del enorme gasto de rescate a la economía debido al coronavirus. La Oficina de Presupuesto del Congreso (OPC) también espera que el déficit presupuestario federal alcance los $ 3.7 billones para fines del año fiscal 2020 y la deuda nacional ya superó los $26 billones un record histórico.
En cualquier país realmente democrático con todo este caudal de elementos negativos en desfavor de una administración presidencial no dejaría ni un solo espacio de duda que este pueda perder. El voto temprano de los demócratas con amplia superioridad entre los más de 80 millones ya efectuados antes de las elecciones y la enorme diferencia en la recaudación a favor de los demócratas, no son más que más caldo a la lógica derrota de Trump.
En fin de cuentas, no solo es que tan democráticas son las elecciones en Estados Unidos, sino que más importante es entender qué le depara al planeta entero y, sobre todo, a nuestra región y países como el nuestro, en un contexto de declive internacional y serias fisuras estructurales a lo interno en Estados Unidos, que día a día profundizan su debilitamiento como potencia.
No en balde, políticamente se dice que si Estados Unidos se resfría, la región contrae pulmonía y es esa dependencia aun vigente en términos económicos y políticos lo que obliga a vigilar con lupa los procesos electorales de los dos partidos políticos únicos que ostentan el poder en ese país.
En América latina cada miembro de la elite de poder tiene a su propio gringo y por eso los resultados electorales trastocan las estructuras de poder político y económico regional.
Biden no es mejor que Trump
Es un error garrafal pensar que es mejor que pierda Trump y gane Biden para nosotros o lo contrario. Sandinistas y no sandinistas debemos estar claro que es lo mismo o será siempre peor. De los gobiernos norteamericanos jamás debes esperar nada bueno más que su clara intención de dominio y control por cualquier medio. Lamentablemente hay muchos que creen y sueñan que con ellos se puede negociar y hasta ganar y llegar a ser parte de ellos. Vean el claro ejemplo de lo que ocurrió en Libia con Gadafi, y eso fue con un gobierno demócrata en Washington.
Pero en términos de progreso y bienestar, para los pueblos del continente que continúe Trump o que llegue Biden, no implicara mayores cosas. El cambio será intervencionismo descarado, vulgar y crudo de Trump versus el cosmético discursivo de especialistas diplomáticos de Biden desde el Departamento de Estado. Latinoamérica continuará tan relegada como hasta ahora. No es una región prioritaria en la confrontación geopolítica mayor con Euro-Asia. En el plano de las ligas mayores jugara la futura relación EEUU con potencias regionales como:
México, con mucha cercanía geográfica, tiene muchos problemas en su amplia relación con EEUU y con posibilidades que se profundicen a medida que López Obrador radicalice su posición nacionalista.
Brasil, aunque dócil por ahora con Bolsonaro pero que en próximas elecciones podrá de nuevo virar a un cuadro más cercano de izquierda continental anti-hegemónico, tras el mal manejo de la economía y la pandemia. Bolsonaro no se lleva del todo con Biden, por el tema climático; sin embargo, los intereses estadounidenses en Brasil van más allá del fascista de Bolsonaro. Los cinco países del llamado BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica), Venezuela, Argentina, China son temas de mayor interés para la política exterior EEUU donde Brasil es un aliado importante.
Colombia hoy es muy importante por la guerra contra Venezuela, más que por la lucha contra el narcotráfico o las guerrillas. Trump o Biden seguirán cerrando los ojos a tanto crimen y asesinato a diario de los líderes sociales y de indígenas y creando un símil de Israel en el hemisferio. Ni el tema de derechos humanos o el de fumigar los cultivos de coca con glifosato serán de mayor peso del interés yanqui como la prioridad imperialista de acabar con Venezuela con el apoyo colombiano.
EEUU desprecia a América Latina
Seguirán viendo a la región con desprecio por sus niveles de pobreza, corrupción, crimen organizado, narcotráfico, atraso en los niveles educacionales y de salud sobre todo en el periodo de post pandemia con mayores problemas de endeudamiento, desempleo y criminalidad impune a la que ellos han venido cerrando los ojos y callando a más no poder. Son las diásporas de Cuba, Venezuela y Nicaragua, nuestros recursos estratégicos de petróleo, gas, agua y otros y la posición geográfica que ocupan nuestros tres países en el mapa caribe continental, lo que verdaderamente les preocupa.
Y sobre todo, la presencia de China y Rusia en la región en términos de finanzas, comercio y asistencia militar, ya probada en la lucha por recuperar sin éxito a Cuba, Venezuela y Nicaragua y las proyecciones geopolíticas que han hecho hacia México, Bolivia, Argentina, Chile, y Brasil.
El dilema para nuestros pueblos en las relaciones de EEUU con la región es que su preocupación nos resulta más cara que el abandono. Mientras tanto, China y Rusia están utilizando otro tipo de diplomacia que interactúa en función de minimizar las fracturas y la división entre los países de la región que crea y organiza la diplomacia norteamericana.
El nivel de enfrentamiento geopolítico entre China y Rusia supera el vivido en los 80 a nivel centroamericano entre la URSS y Estados Unidos Ahora es por toda Latinoamérica y sin contenido ideológico que lo sustente como en el periodo de la Guerra Fría. El detonante no solo es el supuesto abandono sino el fracaso de su estrategia de hegemonía global neoliberal como aseguran estudiosos como Stephen M. Walt.
Los acuerdos de libre comercio como el NAFTA y el DR-CAFTA, y sus sistemas de crédito financiero y programas de asistencia no han sacado al continente adelante. Más bien lo han empobrecido. Es ilógico que la relación de cercanía geográfica de América Latina con Estados Unidos desde inicios del siglo pasado no haya situado a todo el hemisferio en un lugar de mayor competitividad como lo han hecho con sus socios en Asia o Europa.
China en América Latina
Los financiamientos otorgados por China superan a todos los créditos juntos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el Banco Mundial (BM) y la Corporación Andina de Fomento (CAF). El intercambio comercial con los chinos es de unos 300 mil millones de dólares; la inversión directa es de más de 75 mil millones. China es el primer socio comercial de los grandes productores de materias primas (commodities) como Argentina, Brasil, Chile y Perú.
De 2000 a 2017 se desarrollaron 69 proyectos de infraestructura de China en América Latina, con monto de US$56.1 millones de dólares que generaron 400 mil 104 empleos directos e indirectos. Muchos otros más integran la lista de lo que podemos ver en el futuro como es la inversión para un ferrocarril en México, o lo que harán en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Brasil.
Es correcto que el análisis de la futura interrelación de Estados Unidos (demócrata o republicano) tras las elecciones de noviembre con Latinoamérica debe verse en el contexto de haber colocado a China como el primer adversario global para Estados Unidos, sobre todo ahora que Trump ha descargado toda la culpa de la pandemia a los gobernantes chinos. Ay de aquellos países que amplíen más sus relaciones con China o con Rusia. Las únicas transacciones que les pueden permitir son aquellas que desgasten económicamente a China.
De ahí que la retórica de la política exterior (discursos, enfoques, expresiones, alusiones, mensajes y tonos) estará en función de la recuperación de la imagen de EEUU en la región, lo cual le urgiría más a Trump que a Biden.
Pero dado su discurso para ganar los votos de las diásporas cubana, venezolana y nicaragüense en la Florida, la visión neo-imperial de Trump quedará intacta en un eventual segundo término. Casualmente es lo que le podrá dar 29 de los 270 votos electorales que necesita de ese swing state (estado oscilante).
En general América Latina no ha pintado nada en los debates presidenciales. La mayor información sobre el análisis a futuro de la política exterior EEUU hacia la región se describe en los medios de información masiva y los famosos Think Tanks (centros de ideas y propuestas) donde los especialistas de la élite de la política exterior de EEUU (el conocido BLOB) están afilando los cuchillos una vez que haya cambio de administración.
La continuidad de la política exterior demócrata basada en el MAGA republicano “Hacer a EEUU de nuevo más” y contra el liderazgo chino en producción de todo tipo de mercancía y capacidad de comercio es “la producción y la innovación en EEUU”. Los lemas de campaña “Compre en América”, “Fabrique en América”, “Invierta en América”.
No habrá cambios, sino retoques cosméticos
Hacia Nicaragua, una administración demócrata en la Casa Blanca continuaría con su política anti-sandinista, cerrando los ojos a todos los problemas profundos estructurales que afrontan nuestros vecinos centroamericanos, con el único fin de cercarnos en una alianza intervencionista regional en nuestros asuntos. Los temas migratorios, corrupción, violación de los derechos humanos, la desigualdad socio económica, pasan a un segundo plano con la condición de plegarse a su política imperial.
El reforzamiento del multilateralismo de los demócratas o un mayor desprecio republicano después de las elecciones de Trump, solo serían un retoque de enfoque pero que en lo básico la OEA y otros formatos regionales seguirán usándose como punta de lanza contra nuestros países anti hegemónicos.
En vano se alegran unos u otros con la victoria presidencial de Trump o Biden pues no les preocupamos para nada excepto que estamos vivos y con plena conciencia histórica de soberanía y con aliados muy cercanos aun cuando la distancia geopolítica es enorme.
La única elección que nos debe importar y sobre todo en asegurar el triunfo electoral sandinista es la de noviembre del 2021. ¡Adelante, que la victoria es nuestra!