Jordi Bacaria Colom. Director Foreigg Affairs Latinoamérica
Los ataques terroristas que se produjeron el viernes 13 de noviembre de 2015 en las calles de París y que cobraron más de 130 víctimas representan un punto de inflexión en la lucha contra el mal llamado Estado Islámico (conocido también como ISIS) por la determinación del Presidente de Francia, François Hollande, de atacarlo en los territorios de Siria que controla. Se han registrado otros atentados con pocos días de diferencia: el avión derribado con 217 pasajeros rusos en la península de Sinaí, el atentado en un barrio chiíta de Beirut con 40 muertos, el atentado en un autobús militar en Túnez con 13 víctimas, el atentado en el hotel de Bamako en Malí que dejó 20 personas muertas tras un secuestro. Con todo, a pesar del encadenamiento de los actos terroristas, el ataque de París marca la diferencia en la respuesta occidental, que se propone formar una coalición para una nueva guerra en el Medio Oriente, con tropas en el terreno. El toque de queda no oficial de 3 días en Bruselas, capital de las instituciones europeas, durante el cual se paralizó la ciudad, no hizo sino incrementar la percepción de inseguridad en Europa.
Hay dos elementos que explican esta situación. Uno es el impacto que producen los actos de este tipo en el escenario europeo, donde se supone que la seguridad está garantizada. El otro es la compleja situación en Irak y en Siria, donde todas las potencias intervienen a la vez y lanzan, no siempre de manera coordinada, ataques aéreos contra las posiciones del Estado Islámico.
El impacto del atentado en París tiene que ver con el fondo y la forma del ataque, realizado para buscar cierta reacción esperada. El fondo representa un embate contra el modo de vida occidental, una agresión contra el comportamiento lúdico de un viernes por la noche. La forma consiste en que, además del terror causado, el ataque se asemeja a una invasión. Solo así se explica el asalto de grupos coordinados y pertrechados con rifles AK-47, armamento más propio de un ejército. Ya no se trata de “lobos solitarios”, sino de que parezca una ocupación. Fue un acto de guerra muy asimétrico, si se compara el bajo costo de la acción terrorista y el alto precio que supone la respuesta militar y la prevención policial.
La situación en los territorios sirios, con la expansión del Estado Islámico, ha sido motivo de crecientes preocupaciones para Francia y Rusia. Mientras Estados Unidos ha concentrado su intervención en Irak, adonde envía instructores y bombarderos para brindar apoyo al gobierno chiíta de Bagdad contra los sunitas del Estado Islámico, la expansión de este grupo terrorista, principalmente en territorios sunitas de Siria, ha suscitado la respuesta de Rusia, que quiere mantener la seguridad y el control en torno a su zona de influencia en la base rusa de Latakia y para apoyar a Bashar al Assad. Por su parte, desde septiembre de 2015 el gobierno francés apoya con bombardeos a los rebeldes sirios que luchan contra los yihadistas y contra al Assad. Estos bombardeos se han intensificado a raíz de los atentados en París.
El escenario se complicó con el derribo de un avión de combate ruso el 24 de noviembre de 2015, que violó durante 17 segundos el espacio aéreo de Turquía en una maniobra circular de regreso a su base. Turquía está en contra del régimen sirio y apoya a los rebeldes turcomanos respaldados por grupos yihadistas como el Frente al Nusra, filial de Al Qaeda en la zona fronteriza donde fue derribado el caza ruso, y también está en contra de los kurdos que combaten al Estado Islámico en el norte de Irak. Turquía, que es miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), ha provocado una crisis con Rusia de la que no había precedentes desde los primeros años de la Guerra Fría. Turquía es una de las potencias regionales a las que se acusa de permisibilidad en el tráfico de abastecimientos al Estado Islámico y mantiene una buena relación con Arabia Saudita y Catar, dos de las potencias regionales a las que el gobierno de Siria culpa de dar apoyo al grupo terrorista.
La otra potencia regional, Irán, apoya a los chiítas de Irak y Siria; está en conflicto con Arabia Saudita por su apoyo a los sunitas y se enfrenta en Yemen por el apoyo de Irán a las facciones hutíes, con el temor de que Irán controle el estrecho de Ormuz. Esto obedece a que el estrecho es salida estratégica del petróleo del golfo Pérsico y punto crítico para Estados Unidos, que apoya a Israel y a las monarquías del golfo. Por su parte, Israel fue aliado de Turquía hasta 2010, cuando atacó a la flotilla humanitaria que iba a Gaza. Sin embargo, esto puede empezar a cambiar en la medida en que Estados Unidos dependa menos del petróleo del golfo y por el acuerdo con Irán para la limitación de las armas nucleares y el levantamiento de las sanciones internacionales y multilaterales.
La respuesta de Francia de atacar al Estado Islámico en Siria, que es parte de su estrategia de formar una coalición internacional (que incluye a Rusia) para bombardear y enviar tropas al terreno, es de alto riesgo. En primer lugar, porque no hay un consenso sobre el objetivo de mantener o no el régimen de Siria, aunque podría conservarse el régimen sin al Assad. Segundo, porque si la iniciativa fracasa, como en Libia, y no se consigue mantener un gobierno fuerte en Siria, la expansión del Estado Islámico será más difícil de frenar. Hay otras opciones políticas para reforzar la seguridad interna de Europa y evitar la radicalización de los jóvenes que se unen a las filas del grupo terrorista. El éxodo de refugiados de las zonas en conflicto agrava la situación tanto en los países que más los acogen, como Jordania, Líbano y Turquía, cuanto en los países europeos y de América que deberán hacer frente a la crisis humanitaria. La difícil situación internacional y la compleja salida afectan a todo el mundo, también a Latinoamérica, como muestran algunas alianzas de países latinoamericanos con potencias regionales como Irán o Turquía.
Tres contribuciones de este número aportan análisis para comprender mejor la situación en la zona y en Europa, y en dos se aborda la crisis de los refugiados. Luis Mesa Delmonte describe el terror causado por el Estado Islámico como el origen de su estrategia central. Steven Simon y Jonathan Stevenson postulan que la presencia de Estados Unidos en el Medio Oriente deberá seguir disminuyendo, aunque sin ser una retirada en sentido estricto. La entrevista a Carlos Loret de Mola nos da una imagen precisa de París después del atentado, así como de las dificultades de lanzar una coalición contra el Estado Islámico.
Por si fuera poco, la crisis de los refugiados en Europa tiene su origen en el conflicto en territorio sirio. Elena Sánchez-Montijano y Jonathan Zaragoza-Cristiani plantean el dilema de Europa de apoyar sin miramientos un derecho universal o ensimismarse en una autocomplacencia identitaria. Birgit Lamm y Thomas Straubhaar analizan los efectos económicos de la migración y la llegada de los refugiados a los países europeos.
En Diálogo Ñ se plantea el tema del matrimonio igualitario en Latinoamérica, del que se han declarado en contra algunas autoridades nacionales. Otros temas que se tratan en el número es el de los estudios de las Relaciones Internacionales en Estados Unidos, Latinoamérica y Europa, en los que se pueden ver las diferencias de análisis e incluso de la importancia que se les confiere en distintos países.
Completan este número artículos sobre el salario mínimo en Latinoamérica, así como sobre la diplomacia pública, un tema de creciente importancia para reforzar la imagen de un país. Además, en el artículo acerca del grupo mikta, al que pertenece México, se aborda el papel constructivo de las potencia medias regionales.
En este número no se tratan dos elecciones latinoamericanas importantes, las presidenciales de Argentina y las de la Asamblea Nacional en Venezuela, pero merecen una breve reflexión editorial. Las elecciones presidenciales en Argentina dieron el triunfo en segunda vuelta a Mauricio Macri, la opción radical que rompe con el kirchnerismo. Es un triunfo muy ajustado, por lo que a partir de la toma de posesión, el 10 de diciembre de 2015, se deberán hacer esfuerzos para evitar una división política del país y asegurar la transición presidencial.
Por su parte, la elección para la Asamblea Nacional venezolana ha supuesto la victoria de la oposición agrupada en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) y una derrota del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y del presidente Nicolás Maduro. La nueva mayoría parlamentaria tendrá que cohabitar con el presidente Maduro, quien antes de las elecciones parlamentarias de Venezuela dijo que el pueblo argentino está listo para luchar contra el gobierno de Macri y, aunque anunció que respetaría los resultados en Venezuela fuesen los que fuesen, ha manifestado que se inicia una “contrarrevolución”. Lo más importante es que el triunfo de la democracia se mantenga y que en esta alternancia política tanto los vencedores como los derrotados asuman los nuevos tiempos.